jueves, 11 de agosto de 2011

Reseña de Código 46

Clarín, 3 de noviembre de 2005




CINE: CRITICA

¿Debo irme o quedarme?



Código 46", del británico Michael Winterbottom, cuenta una historia de amor en un futuro cercano.

Diego Lerer

“El futuro llegó hace rato", cantaban los Redondos y ese tema bien podría servir de apertura, leit-motiv o cierre para este particular ensayo de ciencia ficción del director de Manchester: la fiesta interminable, Michael Winterbottom. Aquí, el futuro es una versión ligeramente modificada del presente, con grandes corporaciones controlando la vida de las personas y un extenso universo de desposeídos que viven "afuera" del sistema. Versión "del otro lado" de la anterior película de Winterbottom, la premiada e inédita aquí In This World, en la que mostraba como dos exiliados de Oriente Medio trataban de llegar al Primer Mundo, Código 46 muestra a los que viven en una versión fast-forward de ese Primer Mundo y tratan de no caerse afuera.



La trama recrea un modelo clásico de la ciencia ficción distópica: ¿qué pasa cuando una o dos personas quieren liberarse de un mundo perfecto que demuestra no serlo? Aquí, los personajes "orwellianos" son William (Tim Robbins) y María Gonzales (Samantha Morton). Para resolver un caso de fabricación de pasaportes falsos, él es enviado a Shanghai, y una vez allí descubre quién es la responsable del delito: la intrigante María. Pero el problema es que se enamora de la chica y debe resolver si reportarla a las autoridades o escaparse con ella.

El asunto en Código 46 es bastante más complejo que eso: el título está relacionado con una cruza genética prohibida dentro de las reglamentaciones de un mundo donde todos son hijos de clones fecundados in vitro. Y ese "código" aparecerá para obligar a los personajes a tomar fuertes decisiones. En un mundo donde la memoria puede ser borrada quirúrgicamente, donde aparece un miembro de The Clash (Mick Jones) haciendo un karaoke del clásico de su banda que da título a esta crítica, donde los idiomas se mezclan para conformar un funcional esperanto (español, francés, árabe, italiano y mandarín se cuelan con el inglés) y donde nada deja de estar controlado y vigilado, el precio del confort se ha vuelto demasiado alto.



Con ecos de 1984 y una estética que podría definirse como un Blade Runner de bajo presupuesto filmado por un émulo de Wong Kar-wai (la fotografía, la cámara lenta, la voz en off), el filme funciona más como reflexión poética y visual sobre el presente inmediato que como thriller futurista. Si Wong filma una película cada cinco años y Winterbottom una cada cinco meses, bien se podría pensar que esta historia del futuro podría haber sido aprovechada por el realizador de 2046 para su trunca historia de ciencia ficción (¿tendrá algo que ver la similitud númerica de ambos filmes?).

Winterbottom acarrea el peso de ser considerado un cineasta "posmoderno", como si esa estética armada de curiosas yuxtaposiciones, esa ironía permanente, esos cambios de estilos y temáticas, y esa rapidez en filmar fuera un pecado. Le costó años ser tomado en serio en el mundo del cine, pero no hay duda que se trata de un director que no le teme a los riesgos (vean sino Nine Songs, su película compuesta sólo de escenas de sexo y conciertos de rock) y que logra transmitir sensaciones con recursos puramente visuales y sonoros.



Si bien la historia de amor nunca termina de ser del todo creíble (Robbins parece tomarse todo demasiado al pie de la letra), el rostro, la voz y los ojazos de Morton (Minority Report) transmiten la angustia de vivir en un mundo donde la identidad está en duda, los recuerdos pueden ser falsos y el amor es sólo una circunstancia pasajera que se puede olvidar si alguien oprime las teclas adecuadas oportunamente. Un mundo no muy diferente al nuestro.