Canto a mí mismo, Walt Whitman
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Me celebro a mí mismo y me canto a mí mismo,
Y de lo que presumo tú presumirás,
Porque cada átomo que me pertenece también te pertenece.
Vago e invito a mi alma,
Me recuesto y vago a gusto observando un brote de hierba estival.
Mi lengua, cada átomo de mi sangre, gestados por este suelo, este aire,
Engendrado aquí por padres engendrados aquí por padres de igual condición, y sus padres lo mismo,
Yo, ahora, con treinta y siete años, en perfecto estado de salud, comienzo,
Esperando no cesar hasta morir.
Con credos y escuelas en suspenso,
Me aparto por un tiempo, saciado de lo que son, pero nunca olvidándolos,
Albergo el bien o el mal, le permito hablar a cada peligro,
A la naturaleza sin freno con su energía originaria.
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He dicho que el alma no es más que el cuerpo,
Y he dicho que el cuerpo no es más que el alma,
Y nada, ni Dios, es más grande para uno que lo que uno mismo es,
Y quienquiera que camina un estadio sin benevolencia, camina hacia su propio funeral envuelto en su mortaja,
Y tú o yo, sin un diezmo en los bolsillos vacíos, podemos comprar lo mejor de la tierra,
Y para dar un vistazo con un ojo o mostrar una aluvia en su vaina se confunde el aprendizaje de todos los
tiempos,
Y no hay comercio ni empleo sin que el hombre joven que lo persiga pueda convertirse en un héroe,
Y no hay objeto tan blando que no pueda ser el eje del universo rodado,
Y digo a cualquier hombre o mujer "Permítele a tu alma erigirse fresca y compuesta ante un millón de universos".
Y digo a la humanidad "No sean curiosos acerca de Dios",
Porque yo que soy curioso sobre todo, no soy curioso sobre Dios,
(Ninguna frase puede decir cuánto estoy en paz acerca de Dios y acerca de la muerte).
Oigo y contemplo a Dios en cada objeto, aunque finalmente no lo comprendo,
Ni comprendo quién puede ser más maravilloso que yo.
¿Por qué debería desear ver a Dios mejor que este día?
Veo alguna cosa de Dios en cada hora de las veinticuatro, y en cada momento entonces,
En las caras de los hombres y las mujeres veo a Dios, y en mi propia cara reflejada en el vidrio,
Encuentro cartas de Dios tiradas en la calle, y cada una está firmada con el nombre de Dios,
Y las dejo donde están, porque sé que, dondequiera que vaya, otras vendrán puntualmente por los siglos de los siglos.