1. ¿Para qué la sirena quería conocer a los hombres blancos?
2. ¿Quiénes eran sus amigos y por qué se burlaban de ella?
3. Da dos ejemplos de la fauna con la que convive la sirena, propia de la mesopotamia argentina.
4. ¿Qué encuentra al acercarse a la aldea de Mendoza? ¿Qué es y qué piensa ella al respecto?
5. ¿Qué hace la sirena para seducir al Mascarón? ¿Qué efecto provoca en él y en la tripulación?
6. ¿Quién grita al final y por qué?
7. Agregá un párrafo al cuento, en el cual el Mascarón cobre vida y actúe de acuerdo con sus emociones.
jueves, 23 de noviembre de 2017
jueves, 16 de noviembre de 2017
La sirena, de Manuel Mujica Láinez (para Cens)
La sirena
1541
1541
Corren a lo largo de los grandes ríos, desde las empalizadas
de Buenos Aires hasta la casa fuerte de Nuestra Señora de la Asunción, las
noticias sobre los hombres blancos, sobre sus victorias y sus desalientos, sus
locos viajes y la traidora pasión con que se matan unos a otros. Las conducen
los indios en sus canoas y pasan de tribu en tribu, internándose en los
bosques, derramándose por las llanuras, desfigurándose, complicándose,
abultándose. Las llevan las bestias feroces o curiosas: los jaguares, los
pumas, las vizcachas, los quirquinchos, las serpientes pintarrajeadas, los
monos, papagayos y picaflores infinitos. Y las transmiten también en su
torbellino los vientos contrarios: el del sudeste, que sopla con olor a agua;
el polvoriento pampero; el del norte, que empuja las nubes de langostas; el del
sur, que tiene la boca dura de escarcha.
La Sirena oyó hablar de ellos hace años, desde que aparecieron asombrando al paisaje fluvial las expediciones de Juan Díaz de Solís y Sebastián Caboto. Por verles abandonó su refugio de la laguna de Itapuá. A todos les ha visto, como vio más tarde a quienes vinieron en la flota magnífica de don Pedro de Mendoza, el fundador. Y ha crecido su inquietud. Sus compañeros la interrogaban, burlones:
-¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
Y la Sirena se limitaba a mover la cabeza tristemente.
No, no había encontrado. Se lo dijo al Anta de orejas de mula y hocico de ternera que cría en su seno la misteriosa piedra bezoar; se lo dijo al Carbunclo que ostenta en la frente una brasa; se lo dijo al Gigante que habita cerca de las cataratas estruendosas y que acude a pescar en la Peña Pobre, desnudo. No había encontrado. No había encontrado.
Ya no regresó a la laguna de Itapuá. Nadaba perezosamente, semiescondida por el fleco de los sauces, y los pájaros acallaban el bullicio para oírla cantar.
Va de un extremo al otro de los ríos patriarcales. No teme ni a los remolinos ni a los saltos que levantan cortinas de lluvia transparente; ni al rigor del invierno ni a la llama del estío. El agua juega con sus pechos y con su cabellera; con sus brazos ágiles; con la cola de escamas azules prolongada en tenues aletas caudales color del arco iris. A veces se sumerge durante horas y a veces se tiende en la corriente tranquila y un rayo de sol se acuesta sobre la frescura de su torso. Los yacarés la acompañan un trecho; revolotean en torno suyo los patos y las palomas llamadas apicazú, pero presto se fatigan, y la Sirena continúa su viaje, río abajo, río arriba, enarcada como un cisne, flojos los brazos como trenzas, y hace pensar en ciertas alhajas del Renacimiento, con perlas barrocas, esmaltes y rubíes.
-¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
La mofa: ¿Has encontrado?
Suspira porque presiente que nunca hallará. Los hombres blancos son como los aborígenes: sólo hombres. Tienen la piel más fina y más clara, pero son eso: sólo hombres. Y ella no puede amar a un hombre. No puede amar a un hombre que sólo sea hombre, ni a un pez que sea sólo pez.
Ahora nada por el Río de la Plata, rumbo a la aldea de Mendoza. El Gigante le ha referido que unos bergantines descendieron de Asunción, y por los faisanes ha sabido que sus jefes se aprestan a despoblar a Buenos Aires. Precaria fue la vida de la ciudad. Y triste. Apenas han transcurrido cinco años desde que el Adelantado alzó allí las chozas. Y la destruirán.
En la vaguedad del crepúsculo, la Sirena distingue los tres navíos que cabecean en el Riachuelo. Más allá, en la meseta, arden los fuegos del villorrio destinado a morir.
Se aproxima cautelosamente. No ha quedado casi nadie en los bergantines. Eso le permite acercarse. Nunca ha rozado como hoy con el pecho grácil las proas; nunca ha mirado tan vecinas las velas cuadradas que tiemblan al paso de la brisa.
Son unos barcos viejos, mal calafateados. La noche de junio se derrumba sobre ellos. Y la Sirena bracea silenciosamente alrededor de los cascos. En el más grande, en lo alto de la roda, bajo el bauprés, advierte una armada figura, y de inmediato se esconde, temerosa de ser descubierta. Luego reaparece, mojado el cabello negro, goteantes las negras pestañas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo? O no... o no es un hombre... El corazón le brinca. Vuelve a zambullirse. La noche lo cubre todo. Únicamente fulgen en el cielo las estrellas frías y en la aldea las fogaradas de quienes preparan el viaje. Han incendiado la nao que hacía de fortaleza, la capilla, las casas. Hay hombres y mujeres que lloran y se resisten a embarcar, y los vacunos lanzan unos mugidos sonoros, desesperados, que suenan como bocinas melancólicas en la desierta oscuridad.
Al amanecer prosigue la carga de los bergantines.
Partirán hoy. En lo que fue Buenos Aires, sólo queda una carta con instrucciones para quienes arriben al puerto, aconsejándoles cómo precaverse de los indios y prometiéndoles el Paraíso en Asunción, donde los cristianos cuentan con setecientas esclavas para servirles.
Las naos remontan el río, entre las islas del delta. La Sirena las sigue a la distancia, columpiándose en el vaivén de las estelas espumosas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo?
Tuvo que aguardar a la luz indecisa de la tarde para verle. No había abandonado su puesto de vigía. Con un tridente en la derecha y una rodela embrazada, custodiaba el bauprés del cual tironeaban los foques al menor balanceo. No, no era un hombre. Era un ser como ella, de su casta ambigua, hombre hasta la mitad del cuerpo, pues el resto, de la cintura a los pies, se transformaba en una ménsula adherida al barco. Una barba rígida, triangular, le dividía el pecho. Le rodeaba la frente una pequeña corona. Y así, medio hombre y medio capitel, todo él moreno, soleado, estriado por las tormentas, parecía arrastrar el navío al impulso de su torso recio.
La Sirena ahogó un grito. Surgieron en la borda las cabezas de los soldados. Y ella se ocultó. Se sumergió tan hondo que sus manos se enredaron en plantas extrañas, incoloras, y el olear se llenó de burbujas.
La noche arma de nuevo sus tenebrosas tiendas, y la hija del Mar se arriesga a arrimarse a la popa y a deslizarse hasta el bauprés, eludiendo las manchas amarillas de los faroles encendidos. A su claridad el Mascarón es más hermoso. Se le sube la luz por las barbas de dios del Océano hacia los ojos que acechan el horizonte.
La Sirena le llama por lo bajo. Le llama y es tan suave su voz que los animales nocturnos que rugen y ríen en la cercana espesura callan a un tiempo.
Pero el Mascarón de afilado tridente no contesta y sólo se escucha el chapotear del agua contra los flancos del bergantín y la salmodia del paje que anuncia la hora junto al reloj de arena.
Entonces la Sirena comienza a cantar para seducir al impasible, y las bordas de los tres navíos se pueblan de cabezas maravilladas. Hasta irrumpe en el puente Domingo Martínez de Irala, el jefe violento. Y todos imaginan que un pájaro está cantando en la floresta y escudriñan la negrura de los árboles. Canta la Sirena y los hombres recuerdan sus caseríos españoles, los ríos familiares que murmuran en las huertas, los cigarrales, las torres de piedra erguidas hacia el vuelo de las golondrinas. Y recuerdan sus amores distantes, sus lejanas juventudes, las mujeres que acariciaron a la sombra de las anchas encinas, cuando sonaban los tamboriles y las flautas y el zumbido de las abejas amodorraba los campos. Huelen el perfume del heno y del vino que se mezcla al rumor de las ruecas veloces. Es como si una gran vaharada del aire de Castilla, de Andalucía, de Extremadura, meciera las velas y los pendones del Rey.
El Mascarón es el único en quien no hace mella esa voz peregrina.
Y los hombres se alejan uno a uno cuando cesa la canción. Se arrojan en sus cujas o sobre los rollos de cuerdas, a soñar. Dijérase que los tres bergantines han florecido de repente, que hay guirnaldas tendidas en los velámenes, de tantos sueños.
La Sirena se estira en el agua quieta. Lentamente, angustiosamente, se enlaza a la vieja proa. Su cola golpea contra las tablas carcomidas. Ayudándose con las uñas y las aletas empieza a ascender hacia el Mascarón que, allá arriba, señala el camino de los tesoros. Ya se ciñe a la ménsula rota. Ya rodea con los brazos la cintura de madera.
Ya aprieta su desesperación contra el tronco insensible.
Le besa los labios esculpidos, los ojos pintados.
Le abraza, le abraza y por sus mejillas ruedan las lágrimas que nunca lloró. Siente un dolor dulcísimo y terrible, porque el corto tridente se le ha clavado en el seno y su sangre pálida mana de la herida sobre el cuerpo esbelto del Mascarón.
Entonces se oye un grito lastimero y la estatua se desgaja del bauprés. Caen al río, estrechados en una sola forma, y se hunden, inseparables, entre la fuga plateada de los pejerreyes, de los sábalos, de los surubíes.
La Sirena oyó hablar de ellos hace años, desde que aparecieron asombrando al paisaje fluvial las expediciones de Juan Díaz de Solís y Sebastián Caboto. Por verles abandonó su refugio de la laguna de Itapuá. A todos les ha visto, como vio más tarde a quienes vinieron en la flota magnífica de don Pedro de Mendoza, el fundador. Y ha crecido su inquietud. Sus compañeros la interrogaban, burlones:
-¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
Y la Sirena se limitaba a mover la cabeza tristemente.
No, no había encontrado. Se lo dijo al Anta de orejas de mula y hocico de ternera que cría en su seno la misteriosa piedra bezoar; se lo dijo al Carbunclo que ostenta en la frente una brasa; se lo dijo al Gigante que habita cerca de las cataratas estruendosas y que acude a pescar en la Peña Pobre, desnudo. No había encontrado. No había encontrado.
Ya no regresó a la laguna de Itapuá. Nadaba perezosamente, semiescondida por el fleco de los sauces, y los pájaros acallaban el bullicio para oírla cantar.
Va de un extremo al otro de los ríos patriarcales. No teme ni a los remolinos ni a los saltos que levantan cortinas de lluvia transparente; ni al rigor del invierno ni a la llama del estío. El agua juega con sus pechos y con su cabellera; con sus brazos ágiles; con la cola de escamas azules prolongada en tenues aletas caudales color del arco iris. A veces se sumerge durante horas y a veces se tiende en la corriente tranquila y un rayo de sol se acuesta sobre la frescura de su torso. Los yacarés la acompañan un trecho; revolotean en torno suyo los patos y las palomas llamadas apicazú, pero presto se fatigan, y la Sirena continúa su viaje, río abajo, río arriba, enarcada como un cisne, flojos los brazos como trenzas, y hace pensar en ciertas alhajas del Renacimiento, con perlas barrocas, esmaltes y rubíes.
-¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
La mofa: ¿Has encontrado?
Suspira porque presiente que nunca hallará. Los hombres blancos son como los aborígenes: sólo hombres. Tienen la piel más fina y más clara, pero son eso: sólo hombres. Y ella no puede amar a un hombre. No puede amar a un hombre que sólo sea hombre, ni a un pez que sea sólo pez.
Ahora nada por el Río de la Plata, rumbo a la aldea de Mendoza. El Gigante le ha referido que unos bergantines descendieron de Asunción, y por los faisanes ha sabido que sus jefes se aprestan a despoblar a Buenos Aires. Precaria fue la vida de la ciudad. Y triste. Apenas han transcurrido cinco años desde que el Adelantado alzó allí las chozas. Y la destruirán.
En la vaguedad del crepúsculo, la Sirena distingue los tres navíos que cabecean en el Riachuelo. Más allá, en la meseta, arden los fuegos del villorrio destinado a morir.
Se aproxima cautelosamente. No ha quedado casi nadie en los bergantines. Eso le permite acercarse. Nunca ha rozado como hoy con el pecho grácil las proas; nunca ha mirado tan vecinas las velas cuadradas que tiemblan al paso de la brisa.
Son unos barcos viejos, mal calafateados. La noche de junio se derrumba sobre ellos. Y la Sirena bracea silenciosamente alrededor de los cascos. En el más grande, en lo alto de la roda, bajo el bauprés, advierte una armada figura, y de inmediato se esconde, temerosa de ser descubierta. Luego reaparece, mojado el cabello negro, goteantes las negras pestañas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo? O no... o no es un hombre... El corazón le brinca. Vuelve a zambullirse. La noche lo cubre todo. Únicamente fulgen en el cielo las estrellas frías y en la aldea las fogaradas de quienes preparan el viaje. Han incendiado la nao que hacía de fortaleza, la capilla, las casas. Hay hombres y mujeres que lloran y se resisten a embarcar, y los vacunos lanzan unos mugidos sonoros, desesperados, que suenan como bocinas melancólicas en la desierta oscuridad.
Al amanecer prosigue la carga de los bergantines.
Partirán hoy. En lo que fue Buenos Aires, sólo queda una carta con instrucciones para quienes arriben al puerto, aconsejándoles cómo precaverse de los indios y prometiéndoles el Paraíso en Asunción, donde los cristianos cuentan con setecientas esclavas para servirles.
Las naos remontan el río, entre las islas del delta. La Sirena las sigue a la distancia, columpiándose en el vaivén de las estelas espumosas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo?
Tuvo que aguardar a la luz indecisa de la tarde para verle. No había abandonado su puesto de vigía. Con un tridente en la derecha y una rodela embrazada, custodiaba el bauprés del cual tironeaban los foques al menor balanceo. No, no era un hombre. Era un ser como ella, de su casta ambigua, hombre hasta la mitad del cuerpo, pues el resto, de la cintura a los pies, se transformaba en una ménsula adherida al barco. Una barba rígida, triangular, le dividía el pecho. Le rodeaba la frente una pequeña corona. Y así, medio hombre y medio capitel, todo él moreno, soleado, estriado por las tormentas, parecía arrastrar el navío al impulso de su torso recio.
La Sirena ahogó un grito. Surgieron en la borda las cabezas de los soldados. Y ella se ocultó. Se sumergió tan hondo que sus manos se enredaron en plantas extrañas, incoloras, y el olear se llenó de burbujas.
La noche arma de nuevo sus tenebrosas tiendas, y la hija del Mar se arriesga a arrimarse a la popa y a deslizarse hasta el bauprés, eludiendo las manchas amarillas de los faroles encendidos. A su claridad el Mascarón es más hermoso. Se le sube la luz por las barbas de dios del Océano hacia los ojos que acechan el horizonte.
La Sirena le llama por lo bajo. Le llama y es tan suave su voz que los animales nocturnos que rugen y ríen en la cercana espesura callan a un tiempo.
Pero el Mascarón de afilado tridente no contesta y sólo se escucha el chapotear del agua contra los flancos del bergantín y la salmodia del paje que anuncia la hora junto al reloj de arena.
Entonces la Sirena comienza a cantar para seducir al impasible, y las bordas de los tres navíos se pueblan de cabezas maravilladas. Hasta irrumpe en el puente Domingo Martínez de Irala, el jefe violento. Y todos imaginan que un pájaro está cantando en la floresta y escudriñan la negrura de los árboles. Canta la Sirena y los hombres recuerdan sus caseríos españoles, los ríos familiares que murmuran en las huertas, los cigarrales, las torres de piedra erguidas hacia el vuelo de las golondrinas. Y recuerdan sus amores distantes, sus lejanas juventudes, las mujeres que acariciaron a la sombra de las anchas encinas, cuando sonaban los tamboriles y las flautas y el zumbido de las abejas amodorraba los campos. Huelen el perfume del heno y del vino que se mezcla al rumor de las ruecas veloces. Es como si una gran vaharada del aire de Castilla, de Andalucía, de Extremadura, meciera las velas y los pendones del Rey.
El Mascarón es el único en quien no hace mella esa voz peregrina.
Y los hombres se alejan uno a uno cuando cesa la canción. Se arrojan en sus cujas o sobre los rollos de cuerdas, a soñar. Dijérase que los tres bergantines han florecido de repente, que hay guirnaldas tendidas en los velámenes, de tantos sueños.
La Sirena se estira en el agua quieta. Lentamente, angustiosamente, se enlaza a la vieja proa. Su cola golpea contra las tablas carcomidas. Ayudándose con las uñas y las aletas empieza a ascender hacia el Mascarón que, allá arriba, señala el camino de los tesoros. Ya se ciñe a la ménsula rota. Ya rodea con los brazos la cintura de madera.
Ya aprieta su desesperación contra el tronco insensible.
Le besa los labios esculpidos, los ojos pintados.
Le abraza, le abraza y por sus mejillas ruedan las lágrimas que nunca lloró. Siente un dolor dulcísimo y terrible, porque el corto tridente se le ha clavado en el seno y su sangre pálida mana de la herida sobre el cuerpo esbelto del Mascarón.
Entonces se oye un grito lastimero y la estatua se desgaja del bauprés. Caen al río, estrechados en una sola forma, y se hunden, inseparables, entre la fuga plateada de los pejerreyes, de los sábalos, de los surubíes.
miércoles, 8 de noviembre de 2017
El hambre, de Manuel Mujica Láinez (para Cens)
El hambre
1536
1536
Manuel Mujica Lainez
Alrededor de la empalizada desigual que corona la meseta frente al río, las hogueras de los indios chisporrotean día y noche. En la negrura sin estrellas meten más miedo todavía. Los españoles, apostados cautelosamente entre los troncos, ven al fulgor de las hogueras destrenzadas por la locura del viento, las sombras bailoteantes de los salvajes. De tanto en tanto, un soplo de aire helado, al colarse en las casucas de barro y paja, trae con él los alaridos y los cantos de guerra. Y en seguida recomienza la lluvia de flechas incendiarias cuyos cometas iluminan el paisaje desnudo. En las treguas, los gemidos del Adelantado, que no abandona el lecho, añaden pavor a los conquistadores. Hubieran querido sacarle de allí; hubieran querido arrastrarle en su silla de manos, blandiendo la espada como un demente, hasta los navíos que cabecean más allá de la playa de toscas, desplegar las velas y escapar de esta tierra maldita; pero no lo permite el cerco de los indios. Y cuando no son los gritos de los sitiadores ni los lamentos de Mendoza, ahí está el angustiado implorar de los que roe el hambre, y cuya queja crece a modo de una marea, debajo de las otras voces, del golpear de las ráfagas, del tiroteo espaciado de los arcabuces, del crujir y derrumbarse de las construcciones ardientes.
Así han transcurrido varios días; muchos días. No los cuentan ya. Hoy no queda mendrugo que llevarse a la boca. Todo ha sido arrebatado, arrancado, triturado: las flacas raciones primero, luego la harina podrida, las ratas, las sabandijas inmundas, las botas hervidas cuyo cuero chuparon desesperadamente. Ahora jefes y soldados yacen doquier, junto a los fuegos débiles o arrimados a las estacas defensoras. Es difícil distinguir a los vivos de los muertos.
Don Pedro se niega a ver sus ojos hinchados y sus labios como higos secos, pero en el interior de su choza miserable y rica le acosa el fantasma de esas caras sin torsos, que reptan sobre el lujo burlón de los muebles traídos de Guadix, se adhieren al gran tapiz con los emblemas de la Orden de Santiago, aparecen en las mesas, cerca del Erasmo y el Virgilio inútiles, entre la revuelta vajilla que, limpia de viandas, muestra en su tersura el “Ave María” heráldico del fundador.
El enfermo se retuerce como endemoniado. Su diestra, en la que se enrosca el rosario de madera, se aferra a las borlas del lecho. Tira de ellas enfurecido, como si quisiera arrastrar el pabellón de damasco y sepultarse bajo sus bordadas alegorías. Pero hasta allí le hubieran alcanzado los quejidos de la tropa. Hasta allí se hubiera deslizado la voz espectral de Osorio, el que hizo asesinar en la playa del Janeiro, y la de su hermano don Diego, ultimado por los querandíes el día de Corpus Christi, y las otras voces, más distantes, de los que condujo al saqueo de Roma, cuando el Papa tuvo que refugiarse con sus cardenales en el castillo de Sant Angelo. Y si no hubiera llegado aquel plañir atroz de bocas sin lenguas, nunca hubiera logrado eludir la persecución de la carne corrupta, cuyo olor invade el aposento y es más fuerte que el de las medicinas. ¡Ay!, no necesita asomarse a la ventana para recordar que allá afuera, en el centro mismo del real, oscilan los cadáveres de los tres españoles que mandó a la horca por haber hurtado un caballo y habérselo comido. Les imagina, despedazados, pues sabe que otros compañeros les devoraron los muslos.
¿Cuándo regresará Ayolas, Virgen del Buen Aire? ¿Cuándo regresarán los que fueron al Brasil en pos de víveres? ¿Cuándo terminará este martirio y partirán hacia la comarca del metal y de las perlas? Se muerde los labios, pero de ellos brota el rugido que aterroriza. Y su mirada turbia vuelve hacia los platos donde el pintado escudo del Marqués de Santillana finge a su extravío una fruta roja y verde.
Baitos, el ballestero, también imagina. Acurrucado en un rincón de su tienda, sobre el suelo duro, piensa que el Adelantado y sus capitanes se regalan con maravillosos festines, mientras él perece con las entrañas arañadas por el hambre. Su odio contra los jefes se torna entonces más frenético. Esa rabia le mantiene, le alimenta, le impide echarse a morir. Es un odio que nada justifica, pero que en su vida sin fervores obra como un estímulo violento. En Morón de la Frontera detestaba al señorío. Si vino a América fue porque creyó que aquí se harían ricos los caballeros y los villanos, y no existirían diferencias. ¡Cómo se equivocó! España no envió a las Indias armada con tanta hidalguía como la que fondeó en el Río de la Plata. Todos se las daban de duques. En los puentes y en las cámaras departían como si estuvieran en palacios. Baitos les ha espiado con los ojos pequeños, entrecerrándolos bajo las cejas pobladas. El único que para él algo valía, pues se acercaba a veces a la soldadesca, era Juan Osorio, y ya se sabe lo que pasó: le asesinaron en el Janeiro. Le asesinaron los señores por temor y por envidia. ¡Ah, cuánto, cuánto les odia, con sus ceremonias y sus aires! ¡Como si no nacieran todos de idéntica manera! Y más ira le causan cuando pretenden endulzar el tono y hablar a los marineros como si fueran sus iguales. ¡Mentira, mentiras! Tentado está de alegrarse por el desastre de la fundación que tan recio golpe ha asestado a las ambiciones de esos falsos príncipes. ¡Sí! ¿Y por qué no alegrarse?
El hambre le nubla el cerebro y le hace desvariar. Ahora culpa a los jefes de la situación. ¡El hambre!, ¡el hambre!, ¡ay!; ¡clavar los dientes en un trozo de carne! Pero no lo hay... no lo hay... Hoy mismo, con su hermano Francisco, sosteniéndose el uno al otro, registraron el campamento. No queda nada que robar. Su hermano ha ofrecido vanamente, a cambio de un armadillo, de una culebra, de un cuero, de un bocado, la única alhaja que posee: ese anillo de plata que le entregó su madre al zarpar de San Lúcar y en el que hay labrada una cruz. Pero así hubiera ofrecido una montaña de oro, no lo hubiera logrado, porque no lo hay, porque no lo hay. No hay más que ceñirse el vientre que punzan los dolores y doblarse en dos y tiritar en un rincón de la tienda.
El viento esparce el hedor de los ahorcados. Baitos abre los ojos y se pasa la lengua sobre los labios deformes. ¡Los ahorcados! Esta noche le toca a su hermano montar guardia junto al patíbulo. Allí estará ahora, con la ballesta. ¿Por qué no arrastrarse hasta él? Entre los dos podrán descender uno de los cuerpos y entonces...
Toma su ancho cuchillo de caza y sale tambaleándose.
Es una noche muy fría del mes de junio. La luna macilenta hace palidecer las chozas, las tiendas y los fuegos escasos. Dijérase que por unas horas habrá paz con los indios, famélicos también, pues ha amenguado el ataque. Baitos busca su camino a ciegas entre las matas, hacia las horcas. Por aquí debe de ser. Sí, allí están, allí están, como tres péndulos grotescos, los tres cuerpos mutilados. Cuelgan, sin brazos, sin piernas... Unos pasos más y los alcanzará. Su hermano andará cerca. Unos pasos más...
Pero de repente surgen de la noche cuatro sombras. Se aproximan a una de las hogueras y el ballestero siente que se aviva su cólera, atizada por las presencias inoportunas. Ahora les ve. Son cuatro hidalgos, cuatro jefes: don Francisco de Mendoza, el adolescente que fuera mayordomo de don Fernando, Rey de los Romanos; don Diego Barba, muy joven, caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén; Carlos Dubrin, hermano de leche de nuestro señor Carlos V; y Bernardo Centurión, el genovés, antiguo cuatralbo de las galeras del Príncipe Andrea Doria.
Baitos se disimula detrás de una barrica. Le irrita observar que ni aun en estos momentos en que la muerte asedia a todos han perdido nada de su empaque y de su orgullo. Por lo menos lo cree él así. Y tomándose de la cuba para no caer, pues ya no le restan casi fuerzas, comprueba que el caballero de San Juan luce todavía su roja cota de armas, con la cruz blanca de ocho puntas abierta como una flor en el lado izquierdo, y que el italiano lleva sobre la armadura la enorme capa de pieles de nutria que le envanece tanto. A este Bernardo Centurión le execra más que a ningún otro. Ya en San Lúcar de Barrameda, cuando embarcaron, le cobró una aversión que ha crecido durante el viaje. Los cuentos de los soldados que a él se refieren fomentaron su animosidad. Sabe que ha sido capitán de cuatro galeras del Príncipe Doria y que ha luchado a sus órdenes en Nápoles y en Grecia. Los esclavos turcos bramaban bajo su látigo, encadenados a los remos. Sabe también que el gran almirante le dio ese manto de pieles el mismo día en que el Emperador le hizo a él la gracia del Toisón. ¿Y qué? ¿Acaso se explica tanto engreimiento? De verle, cuando venía a bordo de la nao, hubieran podido pensar que era el propio Andrea Doria quien venía a América. Tiene un modo de volver la cabeza morena, casi africana, y de hacer relampaguear los aros de oro sobre el cuello de pieles, que a Baitos le obliga a apretar los dientes y los puños. ¡Cuatralbo, cuatralbo de la armada del Príncipe Andrea Doria! ¿Y qué? ¿Será él menos hombre, por ventura? También dispone de dos brazos y de dos piernas y de cuanto es menester...
Conversan los señores en la claridad de la fogata. Brillan sus palmas y sus sortijas cuando las mueven con la sobriedad del ademán cortesano; brilla la cruz de Malta; brilla el encaje del mayordomo del Rey de los Romanos, sobre el desgarrado jubón; y el manto de nutrias se abre, suntuoso, cuando su dueño afirma las manos en las caderas. El genovés dobla la cabeza crespa con altanería y le tiemblan los aros redondos. Detrás, los tres cadáveres giran en los dedos del viento.
El hambre y el odio ahogan al ballestero. Quiere gritar mas no lo consigue y cae silenciosamente desvanecido sobre la hierba rala.
Cuando recobró el sentido, se había ocultado la luna y el fuego parpadeaba apenas, pronto a apagarse. Había callado el viento y se oían, remotos, los aullidos de la indiada. Se incorporó pesadamente y miró hacia las horcas. Casi no divisaba a los ajusticiados. Lo veía todo como arropado por una bruma leve. Alguien se movió, muy cerca. Retuvo la respiración, y el manto de nutrias del capitán de Doria se recortó, magnífico, a la luz roja de las brasas. Los otros ya no estaban allí. Nadie: ni el mayordomo del Rey, ni Carlos Dubrin, ni el caballero de San Juan. Nadie. Escudriñó en la oscuridad. Nadie: ni su hermano, ni tan siquiera el señor don Rodrigo de Cepeda, que a esa hora solía andar de ronda, con su libro de oraciones.
Bernardo Centurión se interpone entre él y los cadáveres: sólo Bernardo Centurión, pues los centinelas están lejos. Y a pocos metros se balancean los cuerpos desflecados. El hambre le tortura en forma tal que comprende que si no la apacigua en seguida enloquecerá. Se muerde un brazo hasta que siente, sobre la lengua, la tibieza de la sangre. Se devoraría a sí mismo, si pudiera. Se troncharía ese brazo. Y los tres cuerpos lívidos penden, con su espantosa tentación... Si el genovés se fuera de una vez por todas... de una vez por todas... ¿Y por qué no, en verdad, en su más terrible verdad, de una vez por todas? ¿Por qué no aprovechar la ocasión que se le brinda y suprimirle para siempre? Ninguno lo sabrá. Un salto y el cuchillo de caza se hundirá en la espalda del italiano. Pero ¿podrá él, exhausto, saltar así? En Morón de la Frontera hubiera estado seguro de su destreza, de su agilidad...
No, no fue un salto; fue un abalanzarse de acorralado cazador. Tuvo que levantar la empuñadura afirmándose con las dos manos para clavar la hoja. ¡Y cómo desapareció en la suavidad de las nutrias! ¡Cómo se le fue hacia adentro, camino del corazón, en la carne de ese animal que está cazando y que ha logrado por fin! La bestia cae con un sordo gruñido, estremecida de convulsiones, y él cae encima y siente, sobre la cara, en la frente, en la nariz, en los pómulos, la caricia de la piel. Dos, tres veces arranca el cuchillo. En su delirio no sabe ya si ha muerto al cuatralbo del Príncipe Doria o a uno de los tigres que merodean en torno del campamento. Hasta que cesa todo estertor. Busca bajo el manto y al topar con un brazo del hombre que acaba de apuñalar, lo cercena con la faca e hinca en él los dientes que aguza el hambre. No piensa en el horror de lo que está haciendo, sino en morder, en saciarse. Sólo entonces la pincelada bermeja de las brasas le muestra más allá, mucho más allá, tumbado junto a la empalizada, al corsario italiano. Tiene una flecha plantada entre los ojos de vidrio. Los dientes de Baitos tropiezan con el anillo de plata de su madre, el anillo con una labrada cruz, y ve el rostro torcido de su hermano, entre esas pieles que Francisco le quitó al cuatralbo después de su muerte, para abrigarse. El ballestero lanza un grito inhumano. Como un borracho se encarama en la estacada de troncos de sauce y ceibo, y se echa a correr barranca abajo, hacia las hogueras de los indios. Los ojos se le salen de las órbitas, como si la mano trunca de su hermano le fuera apretando la garganta más y más.
Misteriosa Buenos Aires (1950)
Alrededor de la empalizada desigual que corona la meseta frente al río, las hogueras de los indios chisporrotean día y noche. En la negrura sin estrellas meten más miedo todavía. Los españoles, apostados cautelosamente entre los troncos, ven al fulgor de las hogueras destrenzadas por la locura del viento, las sombras bailoteantes de los salvajes. De tanto en tanto, un soplo de aire helado, al colarse en las casucas de barro y paja, trae con él los alaridos y los cantos de guerra. Y en seguida recomienza la lluvia de flechas incendiarias cuyos cometas iluminan el paisaje desnudo. En las treguas, los gemidos del Adelantado, que no abandona el lecho, añaden pavor a los conquistadores. Hubieran querido sacarle de allí; hubieran querido arrastrarle en su silla de manos, blandiendo la espada como un demente, hasta los navíos que cabecean más allá de la playa de toscas, desplegar las velas y escapar de esta tierra maldita; pero no lo permite el cerco de los indios. Y cuando no son los gritos de los sitiadores ni los lamentos de Mendoza, ahí está el angustiado implorar de los que roe el hambre, y cuya queja crece a modo de una marea, debajo de las otras voces, del golpear de las ráfagas, del tiroteo espaciado de los arcabuces, del crujir y derrumbarse de las construcciones ardientes.
Así han transcurrido varios días; muchos días. No los cuentan ya. Hoy no queda mendrugo que llevarse a la boca. Todo ha sido arrebatado, arrancado, triturado: las flacas raciones primero, luego la harina podrida, las ratas, las sabandijas inmundas, las botas hervidas cuyo cuero chuparon desesperadamente. Ahora jefes y soldados yacen doquier, junto a los fuegos débiles o arrimados a las estacas defensoras. Es difícil distinguir a los vivos de los muertos.
Don Pedro se niega a ver sus ojos hinchados y sus labios como higos secos, pero en el interior de su choza miserable y rica le acosa el fantasma de esas caras sin torsos, que reptan sobre el lujo burlón de los muebles traídos de Guadix, se adhieren al gran tapiz con los emblemas de la Orden de Santiago, aparecen en las mesas, cerca del Erasmo y el Virgilio inútiles, entre la revuelta vajilla que, limpia de viandas, muestra en su tersura el “Ave María” heráldico del fundador.
El enfermo se retuerce como endemoniado. Su diestra, en la que se enrosca el rosario de madera, se aferra a las borlas del lecho. Tira de ellas enfurecido, como si quisiera arrastrar el pabellón de damasco y sepultarse bajo sus bordadas alegorías. Pero hasta allí le hubieran alcanzado los quejidos de la tropa. Hasta allí se hubiera deslizado la voz espectral de Osorio, el que hizo asesinar en la playa del Janeiro, y la de su hermano don Diego, ultimado por los querandíes el día de Corpus Christi, y las otras voces, más distantes, de los que condujo al saqueo de Roma, cuando el Papa tuvo que refugiarse con sus cardenales en el castillo de Sant Angelo. Y si no hubiera llegado aquel plañir atroz de bocas sin lenguas, nunca hubiera logrado eludir la persecución de la carne corrupta, cuyo olor invade el aposento y es más fuerte que el de las medicinas. ¡Ay!, no necesita asomarse a la ventana para recordar que allá afuera, en el centro mismo del real, oscilan los cadáveres de los tres españoles que mandó a la horca por haber hurtado un caballo y habérselo comido. Les imagina, despedazados, pues sabe que otros compañeros les devoraron los muslos.
¿Cuándo regresará Ayolas, Virgen del Buen Aire? ¿Cuándo regresarán los que fueron al Brasil en pos de víveres? ¿Cuándo terminará este martirio y partirán hacia la comarca del metal y de las perlas? Se muerde los labios, pero de ellos brota el rugido que aterroriza. Y su mirada turbia vuelve hacia los platos donde el pintado escudo del Marqués de Santillana finge a su extravío una fruta roja y verde.
Baitos, el ballestero, también imagina. Acurrucado en un rincón de su tienda, sobre el suelo duro, piensa que el Adelantado y sus capitanes se regalan con maravillosos festines, mientras él perece con las entrañas arañadas por el hambre. Su odio contra los jefes se torna entonces más frenético. Esa rabia le mantiene, le alimenta, le impide echarse a morir. Es un odio que nada justifica, pero que en su vida sin fervores obra como un estímulo violento. En Morón de la Frontera detestaba al señorío. Si vino a América fue porque creyó que aquí se harían ricos los caballeros y los villanos, y no existirían diferencias. ¡Cómo se equivocó! España no envió a las Indias armada con tanta hidalguía como la que fondeó en el Río de la Plata. Todos se las daban de duques. En los puentes y en las cámaras departían como si estuvieran en palacios. Baitos les ha espiado con los ojos pequeños, entrecerrándolos bajo las cejas pobladas. El único que para él algo valía, pues se acercaba a veces a la soldadesca, era Juan Osorio, y ya se sabe lo que pasó: le asesinaron en el Janeiro. Le asesinaron los señores por temor y por envidia. ¡Ah, cuánto, cuánto les odia, con sus ceremonias y sus aires! ¡Como si no nacieran todos de idéntica manera! Y más ira le causan cuando pretenden endulzar el tono y hablar a los marineros como si fueran sus iguales. ¡Mentira, mentiras! Tentado está de alegrarse por el desastre de la fundación que tan recio golpe ha asestado a las ambiciones de esos falsos príncipes. ¡Sí! ¿Y por qué no alegrarse?
El hambre le nubla el cerebro y le hace desvariar. Ahora culpa a los jefes de la situación. ¡El hambre!, ¡el hambre!, ¡ay!; ¡clavar los dientes en un trozo de carne! Pero no lo hay... no lo hay... Hoy mismo, con su hermano Francisco, sosteniéndose el uno al otro, registraron el campamento. No queda nada que robar. Su hermano ha ofrecido vanamente, a cambio de un armadillo, de una culebra, de un cuero, de un bocado, la única alhaja que posee: ese anillo de plata que le entregó su madre al zarpar de San Lúcar y en el que hay labrada una cruz. Pero así hubiera ofrecido una montaña de oro, no lo hubiera logrado, porque no lo hay, porque no lo hay. No hay más que ceñirse el vientre que punzan los dolores y doblarse en dos y tiritar en un rincón de la tienda.
El viento esparce el hedor de los ahorcados. Baitos abre los ojos y se pasa la lengua sobre los labios deformes. ¡Los ahorcados! Esta noche le toca a su hermano montar guardia junto al patíbulo. Allí estará ahora, con la ballesta. ¿Por qué no arrastrarse hasta él? Entre los dos podrán descender uno de los cuerpos y entonces...
Toma su ancho cuchillo de caza y sale tambaleándose.
Es una noche muy fría del mes de junio. La luna macilenta hace palidecer las chozas, las tiendas y los fuegos escasos. Dijérase que por unas horas habrá paz con los indios, famélicos también, pues ha amenguado el ataque. Baitos busca su camino a ciegas entre las matas, hacia las horcas. Por aquí debe de ser. Sí, allí están, allí están, como tres péndulos grotescos, los tres cuerpos mutilados. Cuelgan, sin brazos, sin piernas... Unos pasos más y los alcanzará. Su hermano andará cerca. Unos pasos más...
Pero de repente surgen de la noche cuatro sombras. Se aproximan a una de las hogueras y el ballestero siente que se aviva su cólera, atizada por las presencias inoportunas. Ahora les ve. Son cuatro hidalgos, cuatro jefes: don Francisco de Mendoza, el adolescente que fuera mayordomo de don Fernando, Rey de los Romanos; don Diego Barba, muy joven, caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén; Carlos Dubrin, hermano de leche de nuestro señor Carlos V; y Bernardo Centurión, el genovés, antiguo cuatralbo de las galeras del Príncipe Andrea Doria.
Baitos se disimula detrás de una barrica. Le irrita observar que ni aun en estos momentos en que la muerte asedia a todos han perdido nada de su empaque y de su orgullo. Por lo menos lo cree él así. Y tomándose de la cuba para no caer, pues ya no le restan casi fuerzas, comprueba que el caballero de San Juan luce todavía su roja cota de armas, con la cruz blanca de ocho puntas abierta como una flor en el lado izquierdo, y que el italiano lleva sobre la armadura la enorme capa de pieles de nutria que le envanece tanto. A este Bernardo Centurión le execra más que a ningún otro. Ya en San Lúcar de Barrameda, cuando embarcaron, le cobró una aversión que ha crecido durante el viaje. Los cuentos de los soldados que a él se refieren fomentaron su animosidad. Sabe que ha sido capitán de cuatro galeras del Príncipe Doria y que ha luchado a sus órdenes en Nápoles y en Grecia. Los esclavos turcos bramaban bajo su látigo, encadenados a los remos. Sabe también que el gran almirante le dio ese manto de pieles el mismo día en que el Emperador le hizo a él la gracia del Toisón. ¿Y qué? ¿Acaso se explica tanto engreimiento? De verle, cuando venía a bordo de la nao, hubieran podido pensar que era el propio Andrea Doria quien venía a América. Tiene un modo de volver la cabeza morena, casi africana, y de hacer relampaguear los aros de oro sobre el cuello de pieles, que a Baitos le obliga a apretar los dientes y los puños. ¡Cuatralbo, cuatralbo de la armada del Príncipe Andrea Doria! ¿Y qué? ¿Será él menos hombre, por ventura? También dispone de dos brazos y de dos piernas y de cuanto es menester...
Conversan los señores en la claridad de la fogata. Brillan sus palmas y sus sortijas cuando las mueven con la sobriedad del ademán cortesano; brilla la cruz de Malta; brilla el encaje del mayordomo del Rey de los Romanos, sobre el desgarrado jubón; y el manto de nutrias se abre, suntuoso, cuando su dueño afirma las manos en las caderas. El genovés dobla la cabeza crespa con altanería y le tiemblan los aros redondos. Detrás, los tres cadáveres giran en los dedos del viento.
El hambre y el odio ahogan al ballestero. Quiere gritar mas no lo consigue y cae silenciosamente desvanecido sobre la hierba rala.
Cuando recobró el sentido, se había ocultado la luna y el fuego parpadeaba apenas, pronto a apagarse. Había callado el viento y se oían, remotos, los aullidos de la indiada. Se incorporó pesadamente y miró hacia las horcas. Casi no divisaba a los ajusticiados. Lo veía todo como arropado por una bruma leve. Alguien se movió, muy cerca. Retuvo la respiración, y el manto de nutrias del capitán de Doria se recortó, magnífico, a la luz roja de las brasas. Los otros ya no estaban allí. Nadie: ni el mayordomo del Rey, ni Carlos Dubrin, ni el caballero de San Juan. Nadie. Escudriñó en la oscuridad. Nadie: ni su hermano, ni tan siquiera el señor don Rodrigo de Cepeda, que a esa hora solía andar de ronda, con su libro de oraciones.
Bernardo Centurión se interpone entre él y los cadáveres: sólo Bernardo Centurión, pues los centinelas están lejos. Y a pocos metros se balancean los cuerpos desflecados. El hambre le tortura en forma tal que comprende que si no la apacigua en seguida enloquecerá. Se muerde un brazo hasta que siente, sobre la lengua, la tibieza de la sangre. Se devoraría a sí mismo, si pudiera. Se troncharía ese brazo. Y los tres cuerpos lívidos penden, con su espantosa tentación... Si el genovés se fuera de una vez por todas... de una vez por todas... ¿Y por qué no, en verdad, en su más terrible verdad, de una vez por todas? ¿Por qué no aprovechar la ocasión que se le brinda y suprimirle para siempre? Ninguno lo sabrá. Un salto y el cuchillo de caza se hundirá en la espalda del italiano. Pero ¿podrá él, exhausto, saltar así? En Morón de la Frontera hubiera estado seguro de su destreza, de su agilidad...
No, no fue un salto; fue un abalanzarse de acorralado cazador. Tuvo que levantar la empuñadura afirmándose con las dos manos para clavar la hoja. ¡Y cómo desapareció en la suavidad de las nutrias! ¡Cómo se le fue hacia adentro, camino del corazón, en la carne de ese animal que está cazando y que ha logrado por fin! La bestia cae con un sordo gruñido, estremecida de convulsiones, y él cae encima y siente, sobre la cara, en la frente, en la nariz, en los pómulos, la caricia de la piel. Dos, tres veces arranca el cuchillo. En su delirio no sabe ya si ha muerto al cuatralbo del Príncipe Doria o a uno de los tigres que merodean en torno del campamento. Hasta que cesa todo estertor. Busca bajo el manto y al topar con un brazo del hombre que acaba de apuñalar, lo cercena con la faca e hinca en él los dientes que aguza el hambre. No piensa en el horror de lo que está haciendo, sino en morder, en saciarse. Sólo entonces la pincelada bermeja de las brasas le muestra más allá, mucho más allá, tumbado junto a la empalizada, al corsario italiano. Tiene una flecha plantada entre los ojos de vidrio. Los dientes de Baitos tropiezan con el anillo de plata de su madre, el anillo con una labrada cruz, y ve el rostro torcido de su hermano, entre esas pieles que Francisco le quitó al cuatralbo después de su muerte, para abrigarse. El ballestero lanza un grito inhumano. Como un borracho se encarama en la estacada de troncos de sauce y ceibo, y se echa a correr barranca abajo, hacia las hogueras de los indios. Los ojos se le salen de las órbitas, como si la mano trunca de su hermano le fuera apretando la garganta más y más.
Misteriosa Buenos Aires (1950)
M´hijo el dotor, de Florencio Sánchez (para Cens)
Florencio Sánchez
M’Hijo El Dotor
M’Hijo El Dotor
Drama en
tres actos.
Estrenado
en el teatro Comedia de Buenos Aires, el 13 de Agosto de 1903.
PERSONAJES:
Doña Mariquita
Jesusa
Sara
Misia Adelaida
Mama Rita
Don Olegario
Julio
Don Eloy
Un gurí
Doña Mariquita
Jesusa
Sara
Misia Adelaida
Mama Rita
Don Olegario
Julio
Don Eloy
Un gurí
La acción transcurre a principios de siglo. Primero y tercer actos, en
una estancia de la República Oriental del Uruguay. Segundo acto, en Montevideo.
Derecha e izquierda, las del actor.
ACTO PRIMERO
En el patio de una estancia. Un ángulo de edificio
viejo, tipo colonial, corroído por el tiempo, una puerta a la izquierda y dos
al foro; al centro, en un segundo plano, un coposo árbol, y rodeando su tronco,
una pajarera con pájaros. Verja a la derecha con un espacio franqueable entre
dos pilares.
Escena I
EL GURI, DOÑA MARIQUITA Y DON OLEGARIO
GURI.- (Chillando) ¡Señora!... ¡Madrina!.... ¡Madrina!.... Ahí ha venido
el hijo de doña Brígida la puestera en la yegua picaza y dice que si le
empriesta el palote de amasar porque va a hacer pasteles hoy...
MARIQUITA.- (Asomándose a una de las puertas del foro) ¿Te querés
callar, condenao? ¿No ves que vas a despertar a m´hijo el dotor?....
(Desaparece)
GURI.- Es que el muchacho viene apurao, porque tiene que dir también a
la pulpería.... ¡Ah!... y dice que si le da permiso p´atar la descornada vieja,
porque va a precisar más leche... ¿Qué le digo?...
MARIQUITA.- (Sale precipitadamente y lo toma por el cuello,
zamarreándolo) ¡Acabarás de cacarear, maldito!...
GURI.- ¡Ay!...¡ay!... ¡No me pellizque! ¡Si yo no he hecho nada!...
MARIQUITA.- (Sin soltarlo) ¡Te viá enseñar!... ¡Trompudo!... ¡Mal
criao!...
OLEGARIO.-
(Sale calmosamente e interviene) ¡Dejá esa pobre criatura!... ¡Parece
mentira!.... ¿Qué te ha hecho?... (Al Gurí) ¡Camine usted a cebarme mate!...
MARIQUITA.-
Es que todos los días sucede lo mismo... Este canalla sabe que Julio está
durmiendo y se pone a berrear como un condenado... ¡Y lo hace de gusto!...
GURI.-
(Compungido). ¡No señor!... ¡Es que no me acordaba!...
OLEGARIO.-
(Al Gurí). ¡Camine a cebarme mate, le he dicho!... (Se va el Gurí) ¡Qué ha de
hacerlo a gusto el pobre tape! Bien sabés vos que es gritón por naturaleza...
(Afectuoso) ¿Es que se ha levantado hoy mi vieja con el naranjo torcido?...
MARIQUITA.-
(Brusca) ¡Me he levantao como me he levantao!... Pero vos con defender y darle confianza
al chinito ése, lo estás echando a perder.
OLEGARIO.-
¡Vamos, vieja, no se enoje!... ¡Caramba!... Vaya, traiga su sillón y su sillita
baja. (Mariquita vase y vuelve con los pedidos cuando se indica) y nos
pondremos a tomar mate tranquilos.
¡Qué diantres! Está muy linda la mañanita pa ponerle cara fea. Espere, comadre, le viá´ayudar. (Mariquita alcanza un sillón de hamaca y sale con una silla baja y avíos de costura. Ambos toman asiento.
El Gurí aparece con el mate, que alcanza a Olegario, quedándose de pie. Olegario a Mariquita) ¿Gusta servirse?
¡Qué diantres! Está muy linda la mañanita pa ponerle cara fea. Espere, comadre, le viá´ayudar. (Mariquita alcanza un sillón de hamaca y sale con una silla baja y avíos de costura. Ambos toman asiento.
El Gurí aparece con el mate, que alcanza a Olegario, quedándose de pie. Olegario a Mariquita) ¿Gusta servirse?
MARIQUITA.-
(Ceremoniosa) ¡Está en buena mano!
OLEGARIO.-
(Jovial) ¿Me desaira, moza?... ¡No puede ser!... ¡Vamos, aunque sea un
chuponcito!... No ponga esa cara de mala que nadie le va a creer. ¡Sabemos que
es guenaza!... ¡Sí, viejita, uno, aunque más no sea!... ¿Se acuerda?
Antes no era así, ¡no me hacía esos desaires! Voy a pensar que está muy
vieja... ¡Vamos, un chuponcito!...
MARIQUITA.-
¡Jesús, Olegario!... ¡Te has levantao con ganas de amolar la paciencia!... ¡No
quiero mate!... (Viendo al Gurí que ríe solapadamente) ¿De qué te reís vos?...
(A Olegario) ¡Ahí tenés lo que has conseguido!... ¡Qué hasta los mocosos se
rían de una!...
OLEGARIO.-
¡Vos te reís de tu madrina, canalla!... ¡ya! ¡Ponete serio!... (Gurí sigue
riendo) ¡Serio! (Idem) ¡Serio, he dicho!... ¡mirá que te pego!...
MARIQUITA.-
¡Basta, hombre!... (Al Gurí) ¡Ya, fuera de acá!... (El Gurí se aleja riendo a
todo trapo) ¡Así me ha de respetar esa chusma si los que deben dar el ejemplo
lo hacen tan mal!.. ¡La culpa la tengo yo de permitir esas cosas!...
(Mete precipitadamente las costuras en el costurero y se pincha la mano)
¡Ay, demonios! (Se chupa el dedo y arroja el costurero con estrépito al suelo)
¡Jesusa!... ¡Jesusa!...
OLEGARIO.-
¡Chist!... ¡Chist!... ¡Cállate, mujer!... ¡No ves que vas a despertar a m´hijo
el dotor!...
MARIQUITA.-
(Con rabia, dejándose caer sobre una silla) ¡Un cuerno!...
Escena II
DICHOS Y JESUSA
JESUSA.-
(Entrando) ¡Mande, madrina!...
MADRINA.-
¿Dónde te habías metido?
JESUSA.-
Estaba en el corral curando el ternero de la reyuna... ¡Pobrecito!... Esa loca
de la colorada que desterneramos el otro día, no quiere salirse del corral y se
ha puesto tan celosa... extraña al hijo ¿verdad?... que cuando ve otro
ternerito, lo atropella. Al de la reyuna le ha dado una cornada al lado de la
paleta, ¡tremenda!... Yo le pongo todos los días ese remedio con olor a
alquitrán para que no se le paren las moscas, ¿hago bien, padrino?
OLEGARIO.-
¡Sí, m´hijita!... ¡Hay que cuidar los intereses!...
MARIQUITA.-
¡Buenos intereses!... Por jugar, lo hace. Todo el día lo mismo; cuando no es un
ternero es un chingolo que tiene la pata rota y se la entablilla como si fuera
una persona, cuando no los guachitos, toda una majada criada en las casas con
mamadera, y, mientras tanto, las camas destendidas hasta mediodía y los cuartos
sin barrer...
JESUSA.-
¡Pero madrina!...
OLEGARIO.-
¡Ave María, mujer!... ¡Ni que tenga guen corazón lo querés permitir a la
muchacha!...
MARIQUITA.-
No digo eso. Pero por cuidar los animales, ni se ha acordao de hacerle el
chocolate a Julio... ¡Ahora no más se levanta y no tiene nada con qué
desayunarse!...
OLEGARIO.-
¡Qué lástima!... ¡El príncipe no podrá pasar sin el chocolate!... ¡Jesús!...
MARIQUITA.-
¡Claro! ¡Si está acostumbrado! ¡Vos sabés que en la ciudá!...
OLEGARIO.-
¡Qué se ha de tomar chocolate en la ciudá!.. ¡Gracias que lo prueben como
nosotros en los bautizos y en los velorios!... ¡Le llamarán chocolate al café
con leche!... ¡Venir a darse corte al campo, a desayunarse con chocolate aquí,
es una botaratada!...
JESUSA.-
¡Pero madrina! Si Robustiano...
MARIQUITA.-
(Corrigiéndola) Julio
JESUSA.-
Julio me ha dicho...
OLEGARIO.-
¡Ah!... ¡No me acordaba! ¡Un mozo que se ha mudao hasta el nombre pa que no le
tomen olor a campero, hace bien en tomar chocolate!...
MARIQUITA.-
No seas malo, Olegario, vos sabés que él llevaba los dos nombres: Robustiano y
Julio... Ahora firma Julio R...
OLEGARIO.-
¡Sí, sí, sí!...
JESUSA.-
Este... quería decir que Julio me ha prevenido que no le gusta el chocolate;
que si teníamos empeño en indigestarlo con esa porquería... él prefiere un
churrasco o un mate...
MARIQUITA.-
¿Lo oís, Olegario?...
OLEGARIO.-
¿Lo oís, Mariquita?... Vos que estabas rezongando por el chocolate.
MARIQUITA.-
¡Y vos que decías que nada quería saber con las cosas del campo!... ya lo
ves... come churrasco...
Escena III
DICHOS y el GURI
GURI.-
¡Padrino!... ahí llega David con la tropilla e´ la picaza. Las yeguas vienen
disparando. ¿Quiere que monte su lobuno y le ayude?...
OLEGARIO.-
¿Y quién ha mandao echar esa tropilla?... ¿No he dicho que no me la traigan al
corral?
GURI.- El
niño Julio dijo que quería ensillar hoy el pangaré viejo pa dir a la
pulpería...
OLEGARIO.-
¡Eso es!... ¡El niño Julio!... ¡Caminá! Saltá en pelo y ayudale... (Vase
Gurí) y entren despacio, no sea que se me estropee algún animal... ¡El niño
Julio!... ¡El niño Julio!... ¡No hace mas que jeringar la pacencia!...
¡Haciéndome sudar las yeguas a mediodía!... ¡Como al niño Julio no le cuesta
criarlas, deja que se maltraten los animales!... ¡El niño
Julio!...
(Jesusa se pone a limpiar la pajarera).
MARIQUITA.-
¡Pero Olegario!... ¿Qué te ha hecho el pobre muchacho pa que le estés tomando
tanta inquina?... ¡Parece que no fuera tu hijo!... ¡Todo el día rezongando!
¡Todo el día hablando mal de él!.. ¡Tras que apenas lo vemos un mes en el
año!...
OLEGARIO.-
¡Más valiera que se quedara allá!... ¡Si ha de venir a avergonzarse de sus
padres, a mostrarnos la mala educación que apriende en el pueblo!...
JESUSA.-
Padrino, ¿en qué lo avergüenza?... Julio tiene otras costumbres... en la ciudad
se vive de otra manera... pero por eso no ha dejado de querernos...
OLEGARIO.-
¡Sí!... A las malas mañas le llaman ahora costumbres... Viene a mirarnos por
encima del hombro, a tratarnos como si fuera más que uno, a reírse en mis
barbas de lo que digo y de lo que hago, como si fuera yo quien debe respetarlo
y no él quien... ¿Lo han visto anoche?... El niño no quiere que lo reten y
botaratea con que es muy dueño de sus acciones... ¡La figura del mocoso!...
¡Había de ser yo el que le contestara así a mi padre!... ¡El ruido de mis
muelas por el suelo!... Me acuerdo de una ocasión en que el finao don Juan
Antonio, mi hermano menor, se permitió decirle a tata que ya era muy grande pa
que lo retara... ¡Ahí no más se le fue encima el viejo y si no se le sacamos de
entre las manos lo desmaya a azotes!...¡Sin embargo, ya ven cómo me trata el
niño Julio!... ¡En cuanto le observo algo, ser ríe y se pone a discutirme con
un airecito y una sonrisita!... ¡Como si me tuviera lástima!...
MARIQUITA.-
¡Jesús, qué idea!...
OLEGARIO.-
¡Sí... sí!... Cómo si me tuviera lástima, como si fuera algo más que yo... como
diciéndome, ¿qué sabés vos de estas cosas, viejo desgraciao?... ¡Hijo del
país!... ¡Por ustedes no le he bajao los dientes ya!... ¡Pero ande irá el
guey que no are! Voy sabiendo algunas cosas de su conducta en el pueblo, y si
se comprueban, ¡pobre de él! ¡Te aseguro que las va a pagar todas juntas!...
MARIQUITA.-
¡Todo eso que estás diciendo son ideas tuyas y chismes del galleguete
pulpero!... El muchacho es güeno, nos quiere. Lo que hay es que tiene otra
educación. Si fuera un campero como nosotros, no estaría pa ser dotor...
OLEGARIO.-
Pero tendría mayor respeto a sus padres...
MARIQUITA.-
¿Pa qué lo mandamos a estudiar entonces?...
OLEGARIO.-
¡Callate, Marica, hacé el favor!... (Interrumpiéndose y accionando hacia la
derecha) ¡Eso!... ¡Eso! ¡Muy bonito!... ¡Diviértanse, muchachos!... Estropeen
no más la caballada... ¡No han de ser ustedes los que sufran!...
¡Animal!...¡por ahí no!... ¡torneá despacio esa yegua!... ¡no la castigués!...
¡Ah, ladrones!... ¡ya dejaron ir la tropilla!... ¡Canallas!... ¡Burros!... ¡ahí
voy yo!... (Vase vociferando).
Escena IV
JESUSA Y MARIQUITA
JESUSA.-
(Soplando un comedero de la jaula) ¿Por qué será, madrina, que le está tomando
tanta rabia a Julio? ¡Tan bueno que es padrino, tanto que lo quiere!..
MARIQUITA.-
¡Qué sé yo!... ¡Estoy más disgustada!... Debe ser la enfermedá... Desde que le
empezaron a dar esas sofocaciones, se ha puesto muy lunático y por cualquier
cosa se enoja... ¡Bueno, Julio tiene un poquito de culpa! ¡A los padres nos da
rabia que los hijos nos traten como a iguales! Anoche ha cruzado la pierna y se
ha puesto después a palmearlo al viejo cuando lo reprendía... Eso a cualquiera
lo fastidia.. Vos debías decirle, ¿sabés?... que no haga eso..
JESUSA.-
¿Pero qué tenía de malo?... Me parece que esos modales son más cariñosos... Y
Julio lo dice: ¿por qué ha de tratar uno a sus padres con menos confianza que a
un extraño, que a un amigo?
MARIQUITA.-
¡Qué querés, hija!... A él le parece una falta de respeto...
JESUSA.-
Vea, madrina... He pensado que entre Julio y yo lo podríamos amansar... ¿Quiere
que haga la prueba?... Bueno: en cuanto lo vea de mal humor, le salto encima,
le tiro la barba, lo palmeo... ¡Así!... ¡así!... ¡Va a ver!... (Extremosa)
¡Buen día, padrinito!... ¿le duele la cabeza, padrinito?... y lo beso y lo
estrujo bastante... (Vuelca el alpiste sobre doña Mariquita).
MARIQUITA.-
¡Muchacha!... ¡Cómo me has puesto!...
JESUSA.-
¡Ah! ¡Disculpe, padrinito!... ¡Perdone, padrinito!... ¡Un beso! ¡Otro!... ¡Otro
beso!...
MARIQUITA.-
(Riendo) ¡Y te llevas un moquete por fastidiosa!
JESUSA.-
(Con afectada ingenuidad) ¿Y qué?... ¿No se manosea a los caballos para que se
acostumbren no patear? ¡Con los cristianos ha de ser más fácil!...
MARIQUITA.-
Aunque sea mala la comparación ¿eh?
JESUSA.-
¡Ja, ja, ja!... Lo verá. Si Julio hace otro tanto, lo volveremos loco al viejo
a fuerza de cariño.
Escena V
DICHOS Y ELOY
ELOY.-(Entrando)
¡Ave María!...
MARIQUITA.-
¡Caramba, don Eloy!... ¿Cómo le va?... ¡Tan bueno!... Bien dicen que en esta
casa no hay perros para usted... Lo dejan arrimar callaos... Muchacha, traele
una silla y mandá cebar un matecito...
ELOY.-
¡No se molesten!... ¿Cómo está, Jesusa?...
JESUSA.-
Bien, ¿y usted?... (Vase y vuelve rápida con la silla).
ELOY.- No
pregunto por don Olegario porque acabo de estar con él en el corral... Y...
¿qué tal?...
MARIQUITA.-
Ya lo ve, don Eloy... ¿y usted?...
ELOY.-
Como siempre... Ya sé que lo tienen por acá a Julio; la felicito, señora.
MARIQUITA.-
Gracias.
ELOY.- ¿Y
usted, Jesusa? ¿Ha descansado ya?...
JESUSA.-
¿De qué?
ELOY.-
Del baile del otro día.
JESUSA.-
¡Ave María, don Eloy! ¡Miren de lo que ha venido a acordarse! ¡Hace quince días
del baile!
ELOY.-
(Intencionado) ¡Tan pronto lo ha olvidado!...
JESUSA.-
No; no digo eso. Es que he tenido tiempo de sobra para descansar... ¡No he
bailado tanto!
ELOY.-
Las emociones, sin embargo...
MARIQUITA.-
¡Ah, sí!...¿Ha andado de conquista
la
pícara?... Figúrese que me contó que casi toda la noche había bailado con
usted...
ELOY.- Lo
que no quiere decir que yo...
JESUSA.-
¡Madrina! ¿No lo esperaba a don Eloy para hacerle los encargues?
MARIQUITA.-
¡Cierto es!... Como han recibido el surtido, quería pedirle las muestras de
algún generito de fantasía que no fuera muy ordinario para hacerle un vestido a
Jesusa y alguna sarasa cubierta como para mí... Además tengo una listita de
cosas de almacén que voy en seguida a traerle. (Se levanta) No crea que es por
echarlo que ando tan pronto.
ELOY.-
¡Oh, señora!...
JESUSA.-
(Inquieta, poniéndose de pie) Vea, madrina, la lista está sobre la máquina, ahí
no más junto a la puerta...
Escena VI
ELOY Y JESUSA
ELOY.-
¿Y, Jesusa?... ¿Lo ha pensado?...
JESUSA.-
(Azorada) ¿Qué?...
ELOY.- La
contestación. Vengo a saberla antes de irme a la ciudad. De su respuesta
depende que haga todos los aprontes...
JESUSA.-
Pero ¿qué aprontes?...
ELOY.- No
se haga la desentendida. Dígalo... ¡Sí o no!... ¡Me quiere o no me quiere!...
JESUSA.-
(Mirando en rededor ansiosamente como en demanda de socorro) Pero...
ELOY.-
Vamos. Acabe con esta duda. Cuesta poco. ¡Sí o no!..
JESUSA.-
(Idem) Este... ¡madrina!... ¿No encuentra el apunte?...
Escena VII
DICHOS Y MARIQUITA; luego OLEGARIO
MARIQUITA.-
Sí, hija; aquí lo tengo. (Gesto de fastidio) Aquí está: (Leyendo) Galleta,
galleta de la buena ¿eh? (Risa contenida de Jesusa que va a ocultarse detrás de
la pajarera) Kerosene, velas, arroz, alfileres, garbanzos...
ELOY.-
¡Sí, sí!... Déme ese apunte... (Busca a Jesusa con la mirada) Diga, señora,
¿tendría a mano la libreta? ¡Si quisiera traérmela!...
MARIQUITA.-
¿Cómo no?...
JESUSA.-
(Rápidamente) ¡No se incomode!... yo la traigo. (Vase corriendo).
MARIQUITA.-
Siéntese, don Eloy. ¿Qué tal? ¿Cúando piensa bajar a la ciudá?...
ELOY.-
¡Tal vez pronto!... Depende... ¡hem! ¡hem!...Depende de cierto asunto...
¡vea!... se lo voy a decir con franqueza... No sé si usted habrá notado que
Jesusa...
JESUSA.-
(Saliendo) La libreta. Sírvase, don Eloy...
MARIQUITA.-
Llegás a tiempo. Don Eloy empezaba a hablar de vos...
ELOY.- Y
me felicito de que pueda continuar en su presencia la conversación, pues nos
interesa a todos...
JESUSA.-
(Mueca) ¡Ah, no!... Yo me voy...
ELOY.-
¡Por favor, Jesusa! ¡No me haga ese desaire!...
JESUSA.-
¡No, no., no!... ¡Me voy!
OLEGARIO.-
(Desde adentro) ¡Jesusa!.... Alcanzame una palangana de agua...
JESUSA.-
¡Gracias a Dios! (Vase)
OLEGARIO.-
(Saliendo) ¿No ha desensillao?... ¿Piensa marcharse con la resolana?... Son
conocidos ustedes los extranjis por las costumbres de viajar a la siesta; son
como chicharras pa´l sol... (Jesusa le presenta la palangana) Me he puesto a la
miseria por desvasar al rosillo viejo que estaba al imposible de las patas...
(Lavándose)
ELOY.-
¡Ah, sí!...
OLEGARIO.-
Estos peones son unos dejaos, y si uno no anda en todo...
ELOY.- El
ojo del amo engorda el caballo.
OLEGARIO.-
Hay razón, amigo... Gracias, m´hija... (Secándose) Diga, don Eloy, ¿no
vino correspondencia pa mí?...
ELOY.- Es
verdad, me había olvidado. Tengo una carta de su compadre, según el sobre y
varios diarios... (Le entrega la correspondencia).
OLEGARIO.-
¡Gracias a Dios!... ¡Estaba aguardando esta carta!... ¿Y Julio se ha
levantao?...
MARIQUITA.-
(Vacilante) Este... ¿Julio? ¡Sí! ¡Sí! ¡ya se levantó!... Por ahí anda...
OLEGARIO.-
Bien. Iremos con don Eloy a su pieza. Quiero que me haga la cuentita aquella de
los novillos...
ELOY.-
¡Con mucho gusto! (Olegario se encamina hacia la izquierda; don Eloy lo sigue)
MARIQUITA.-
¡No, Olegario!... Pasen mejor a la sala... ¡Jesusa! ¡Poneles un tintero
allí!... La pieza de Julio está todavía sin arreglar y no es propio.
OLEGARIO.-
¡Ah, sí!... ¡sin arreglar! ¡sin arreglar!... ¡Hum!.. ¡ ta güeno!... (Vase con
Eloy por la puerta del foro derecha, precedido por Jesusa).
Escena VIII
MARIQUITA, después JESUSA
MARIQUITA.-
(Llamando a la puerta izquierda) ¡Julio! ¡Julio!... ¡Son cerca de las once
ya!... ¡Levantate, pues!... ¡Ah, sí!... ¿Te estás vistiendo?... Bueno, voy a
prepararte un churrasco... ¡Sí!... ¡Sí!... ¿Jugoso?... ¡Voy corriendo!...
JESUSA.-
Madrina... ¿lo despertó?
MARIQUITA.-
Sí, m´hija. (Vase derecha).
JESUSA.-
(Al enfrentar la pajarera) ¡Ay, Jesús! ¡Lo que he hecho!...¡Les he dejado la
puerta abierta!... ¡Ay!... ¡se ha escapado el tordo!... ¡Pipí!... ¡pipí!...
¡Qué lástima!... ¡Pipí!... ¡pipí!.. ¡No debe estar muy lejos!... ¡Qué
sinvergüenza!... ¡Después de tanto que lo he cuidado!... La verdad es que yo
también me he escapado de una buena... Este don Eloy se empeña en que le haga
caso... ¡y yo tan sonsa, que le di esperanzas!... ¡Pipí!.. ¡pipí!... ¡Ah,
pícaro! ¿Estás ahí?... ¡Ahora verás!... ¡Canalla!... Si te agarro te pongo tres
días en una jaula aparte para que aprendás... Pero ¿cómo lo agarro?... Si
tuviera... ¡Ah! (Toma un comedero y se empina hacia una rama) ¡Pipí!...
¡Sonso!... ¡Quedate quieto!... ¡Ay, mi Dios!... ¡Qué alto se ha ido!... ¡Pillo!
¡Ingrato!... ¡Malo!... ¡Ah, ya verás! (Toma una silla y la aproxima con
cautela. Julio se asoma y contempla la escena) ¡Aparatero!... ¡Mírenlo al muy
sinvergüenza guiñándome el ojo!... No, no pienso cazarte. ¡Te abandono! Puedes
irte a vaguear con los otros pájaros...a que te coman los halcones a picotazos,
que por mi parte... ¿Qué, no lo crees?... ¡Pues por eso mismo!... (Va a trepar
y desciende) ¡Ay! ¡voló otra vez!... Si vuelves a saltar, tomo la escopeta y...
Te asustaste, ¿eh?... Vamos, ¡quietito!... ¡No seas malo!... (Se trepa. Julio
va aproximándose en puntas de pie). ¡Pipí!... ¡Uy!... ¡Qué cerquita!... ¡Ya lo
tengo!... (Julio se apoya en el respaldo de la silla) ¡Jesús!... (Gritito
azorado y cae en brazos de Julio que la besa en la boca) ¡Tonto!... ¡Lo hiciste
escapar!... ¡miralo, miralo!... ¡Se va por encima de la casa!... Malo...
JULIO.-
Estabas adorable, criatura y no pude contenerme... (Efusivo, estrechándola) ¡Te
quiero!...
JESUSA.-
(Apartándose) ¡Dios!.. Si nos vieran... Están ahí... en la sala con don Eloy...
JULIO.-
¡Ah!... ¿Está tu novio?... ¿Ha venido a pedirte?...
JESUSA.-
¡No sé!... Tal vez... ¡He pasado por unas apreturas!... Se había empeñado en
que lo desengañara de una vez y yo...
JULIO.-
¿Y tú?..
JESUSA.-
¡Me daba vergüenza decirle que no!...
JULIO.-
Le hubieras dicho que sí...
JESUSA.-
¡Pavo!
JULIO.-
¡Ricura!... (La estrecha)
JESUSA.-
(Deshaciéndose) ¡No, Julio! ¡Nos verán!... ¡Dejame!... Luego...
JULIO.-
¡Tonta!... (La besa).
MARIQUITA.-
(De adentro) ¡Jesusa! ¡Llamá a Julio!...
JESUSA.-
¿Lo ves?... ¡Casi nos ha sorprendido!... Vamos...
JULIO.-
La verdad. ¡Si llega la voz de mamá un poco antes, se pone colorada de
rubor!... (Con ternura, amagándole un abrazo) ¡Tontita mía!... (Jesusa esquiva
el abrazo y vanse por derecha).
Escena IX
OLEGARIO Y ELOY
ELOY.-
¡Pierda cuidado!... Se hará como usted dice.
OLEGARIO.-
¡Ah!... En cuanto al asunto de Julio, le ruego mucha reserva.... ¡usted comprenderá
que es una vergüenza!
ELOY.-
Quede tranquilo, señor...
OLEGARIO.-
¡Ese pícaro!... ¡Comprometer mi buen nombre!... ¡Ya se entenderá conmigo!....
ELOY.-
¡Oh, no!.... El asunto está arreglado y supongo que no le dará mayor
importancia...
OLEGARIO.-
Es cuestión mía... ¡Sé lo que debo hacer!... En cuanto al asunto de la
muchacha, cuente con mi apoyo... ¡téngalo por hecho!....
ELOY.-
Gracias... Conque... hasta la vista, ¿no?....
Escena X
DICHOS Y MARIQUITA; luego JULIO
MARIQUITA.-
¿Cómo?... ¿Que se va?...¿No se queda a almorzar, don Eloy?
ELOY.-
Tengo que hacer...¡muchas gracias!....
MARIQUITA.-
¡Caramba!.... Creo que Julio deseaba hablar con usted.... Voy a llamarlo....
¡Julio!...
JULIO.-
(Entrando) ¿Qué hay? ¡Aquí está Julio!... ¡Buen día, viejo!.... (Olegario no
responde) ¿Qué tal, don Eloy?... Sabía que andaba por acá... ¿Está bueno?
Precisamente me disponía a hacerle una visita esta tarde para hablarle del
negocio aquel... ¿Se va? Lo acompañaré hasta el portón. No me atrevo a hacer el
viaje con este sol... (A Olegario, con familiaridad afectuosa) ¿Y usted,
viejo?... ¿Ha pasado buena noche?... No muy buena, ¿verdad? ¡Lo noto de mal
semblante!... (Palméandolo) ¡Hay que cuidarse, amigo!... ¡hay que cuidarse!...
¡Cuando se llega a cierta edad, los achaques reverdecen!....
OLEGARIO.-
(Intencionado) Seguro que no has de ser vos quien me cure...
JULIO.-
¡Naturalmente! ¡Como que no estudio medicina!... Y... ¿nos vamos, don Eloy?...
(Eloy se despide) ¡Hasta luego, viejo!... ¡Adiós, viejita!... Vuelvo en
seguida... (Vase)
Escena XI
OLEGARIO Y MARIQUITA
OLEGARIO.-
(Siguiendo a Julio con la mirada) ¡Andá no más, pícaro!... ¡Andá no más!... ¡No
sabés el chasco que te espera!... ¡Canalla!... ¡Farsante!... ¡Doctor en
trampas!...
MARIQUITA.-
(Alarmada) ¿Qué es eso, Olegario?... ¿Qué pasa?.. ¿Por qué te ponés así? ¡Por
Dios!...
OLEGARIO.-
¡Farsante!... ¡Bellaco!... (A Mariquita) ¡Metete ahora a defenderlo!...
MARIQUITA.-
¡Virgen Santa! ¿Qué ha hecho ese pobre muchacho?... ¡Hablá, pues!...
OLEGARIO.-
¡Nada!... ¡Sonceras!... ¡Ha sacao plata del banco con la firma de don Eloy y ha
dejado protestar el documento!...
MARIQUITA.-
¿Y qué es eso?... ¡Me parece una pavada!
OLEGARIO.-
¿Una pavada, deshonrar su nombre y el mío?.. ¿Una pavada hacer deudas cuando no
se tiene con qué responder?... ¡Infeliz!.. ¡Qué sabés vos de estas cosas!...
¡Eso es una estafa!... ¡Canalla!... ¡Tantos desvelos gastados para recibir
después el pago de la vaca en el pantano!...
MARIQUITA.-
(Lagrimosa) ¡Pero... vos podés pagarle a don Eloy... tenés con qué... lo habrás
hecho... de manera!
OLEGARIO.-
¡Sí!... ¿Y la vergüenza?.. ¡Le he pagado ya!.. pero ¿quién nos quita de encima
esa mancha?...
MARIQUITA.-
Desde que se paga, no hay mancha... El pobre muchacho, tal vez necesitado habrá
tenido vergüenza de pedirte...
OLEGARIO.-
¡Ése no conoce la vergüenza!... ¿No ves los modales y la insolencia con que nos
trata? ¿Qué prueba eso? Que es un libertino, un calavera, un perdido... ¡Ah!...
todavía he de saber más. Le he hecho escribir a mi compadre Rodríguez y aquí
tengo la contestación... (Llamando) ¡Jesusa!...
Escena XII
DICHOS Y JESUSA
JESUSA.-
¿Llamaba, padrino?
OLEGARIO.-
Sí, m´hija. Léenos esta carta. (Tomando asiento, colocándose Jesusa entre ambos
en la silla baja)
JESUSA.-
(Leyendo) "Mi estimado compadre y amigo: El objeto de ésta es contestar su
apreciable carta de fecha 3 del que luce, deseando que al recibo de la presente
se halle Ud. en compañía de los suyos gozando de la misma salud con que, Dios
gracias, por acá lo vamos pasando. Con respecto a los datos que me pide al
relativo de su hijo, mi ahijado, paso a decirle que el muchacho no ha andado
muy bien de conducta en estos últimos tiempos. Por mi parte no he dejado de
cumplir los deberes del sacramento y de la amistad, dándole buenos consejos;
pero usted sabe que los hijos de hoy nos van perdiendo el respeto y se creen
muy en sí mismos. El muchacho no es malo en el fondo...."
MARIQUITA.-
¡Lo ves, Olegario!...
OLEGARIO.-
¡Seguí leyendo!
JESUSA.-
"El muchacho no es malo en el fondo, pero es muy irrespetuoso y algo
botarate. Estudiar, estudia, pues tiene buenas calificaciones y los diarios
hablan de él, pero se le han metido en el cuerpo unas ideas descabelladas y
hasta creo que le da por ser medio anarquista o socialista y no cree en Dios.
Además..."
OLEGARIO.-
¿Eh? ¿Qué te parece el mocito?.. ¿Qué te parece?... (Jesusa sigue leyendo)
JESUSA.-
"En cuestión de plata siempre anda galgueando por pesos. Para decirle la
verdad, le he adelantado cuatro meses de pensión. No sé lo que hará con el
dinero; debe tener malas compañías. En cuanto a lo que me pregunta de la casa
Rodríguez, Chaves y Cía, me informan que no entregó todo el importe de los
novillos, dejando un vale de 300 pesos..."
OLEGARIO.-
¡Lindo! ¡Lindo!... ¡Qué hijo, señor, qué hijo!... ¡Seguí, no más!
JESUSA.- "...de
300 pesos. Yo, compadre, le doy estos datos para que esté al tanto y no lo tome
desprevenido algún pechazo fuerte de Julio, que espero le hará, porque me lo ha
dicho y el muchacho no ha de dejar manchar su nombre, y para que le aplique de
paso una buena capina que le vendrá bien porque está en la edad buena para
sentar el juicio..."
OLEGARIO.-
¿Una capina?... ¡Hum!...
JESUSA.-
"El mozo no es malo, como le digo y tan lo creo así, que veo que le anda
arrastrando el ala a Sara, m´hija segunda..." (Se interrumpe y lee ansiosa
para sí)
MARIQUITA.-
¿No entendés?
JESUSA.-
(Con vos entrecortada y casi sollozante) "... que le anda...
arras...trando... el ala... a... Sara, m´hija segunda...." Y yo...y
yo... ¡Ay, Dios mío!... (Deja caer la cabeza sobre las rodillas y solloza)
MARIQUITA.-
(Alarmada) ¡Muchacha!... ¿Qué te pasa?...
OLEGARIO.-
(Cariñoso) ¿Qué tiene, hijita?... ¡Hable, pues! ¿Qué ha sido eso?...
JESUSA.-
¡Dios... Dios... Dios mío!....
OLEGARIO.-
¡Hija!... ¿Qué le pasa?... ¡Diga!... Alce esa cabecita...
JESUSA.-
(Reaccionando) ¡Nada.... nada!... ¡Es que... esas cosas de Julio me dan mucha
pena!...
MARIQUITA.-
Nos habías asustao, muchacha...
OLEGARIO.-
(Conmovido) No es para menos... ¡Pobres de nosotros!
MARIQUITA.-
Pues a mí no me resulta tan grave el asunto... Al fin y al cabo, cuestión de
unos cuantos pesos...Parece que fuéramos a llorar la plata que hay que darle a
Julio... ¿No dice más la carta?
JESUSA.-
"Sin más que recuerdos..."
MARIQUITA.-
¡No hay que alarmarse ni gimotear tanto!... ¡Qué diantres!...
OLEGARIO.-
Pero mujer... mujer....
MARIQUITA.-
¡Qué mujer ni qué mujer!... ¡Vos sos el padre y harás lo que te dé la
gana!... Podés retarlo y sermonearlo a tu gusto; pero yo digo que por haberse
empeñado, m´hijo no es ningún perdido, y que si hace falta plata, estoy
dispuesta a vender todas mis vaquitas para sacarlo del apuro... ¡Ya lo
saben!...
OLEGARIO.-
¡Oigalé!... ¡También retobada!... ¡Lo que me faltaba!... ¡Usted, señora, hará
lo que yo ordene!... ¡En casa, mientras yo viva, he de ser yo el que mande!...
¿Me entienden?... ¡Usted, Jesusa, vaya a ver si ha vuelto ese mal hijo! ¡Y vos,
ya podés ir saliendo de aquí!... ¡Andá, andá a vender tus vaquitas!... (Se para
irritado dándose golpes con el rebenque en la bota) ¡Caramba con la gente!
(Vanse Mariquita y Jesusa) A este paso hasta los perros me van a faltar el
respeto. ¡Pues no!.. ¡Ya verán si una vez por todas hago un escarmiento!...
¡Ahí está ese pillo!...
Escena XIII
OLEGARIO Y JULIO
OLEGARIO.-
(A Julio, solemnemente) ¡Caballerito!... ¡Tome usted asiento!...
JULIO.-
¡Caramba!... ¡Qué solemnidad!.. ¿Qué le pasa, viejo?...
OLEGARIO.-
¡Tome asiento, le he dicho!..
JULIO.-
¡Bien... me sentaré!... (Se acomoda en la silla con aire un tanto cómico.
Olegario se pasea sin mirarlo. Pausa) ¿De qué se trata?... Supongo que va usted
a decirme cosas muy graves.
OLEGARIO.-
(Sin dejar de pasearse) ¡Muy graves!... ¿Y ésa es la cara con que se presenta
usted a dar cuentas de su conducta, insolente?...
JULIO.-
(Con extrañeza) ¡Eh!...
OLEGARIO.-
¡Ah!... ¡Conque se hace al ignorante!... ¡conque nada sabe!... ¿Se creía usted,
caballerito, que se puede pasar así no más la vida, haciendo canalladas?...
JULIO.-
(Irguiéndose) ¡Alto ahí,señor!... ¡Explíquese de una vez o seré yo quien haga
de juez!...
OLEGARIO.-
¡Atrevido! ¡Siéntese ahí!... ¡ya!...
JULIO.-
(Serenándose) ¡Vamos! ¡No me acordaba de que me toca a mí ser razonable!...
¡Siéntese!... ¡Sentémonos y hablemos claro! ¡Haga el favor, siéntese! ¡Si con
estar de pie no va a tener mayor razón!... Debo hacerle una pregunta previa.
¿Ese grave asunto ha sido la causa de que un tiempo a esta parte me venga
tratando con tanta sequedad?...
OLEGARIO.-
Lo habías notao, ¿eh? ¿Y la conciencia no te acusaba de nada?... ¿Te parecía
muy bien hecho después de todas tus trapisondas, seguir teniendo de estropajo
al pobre viejo que te ha dado el ser, faltándole a todos los respetos,
sobándolo y manosiándolo como a un retobo de boleadoras?... ¡Decí!...
¿Hallabas muy bonito eso?.. ¡Tras de haber abusado de mi confianza, venirte
aquí a mortificarme la vida con tus insolencias, con tu desparpajo, con tu
falta de respeto?... ¡Hablá!... ¡Hablá, pues!...
JULIO.-
¡Adelante, viejo! Siga diciendo simplezas.
OLEGARIO.-
¿Lo ves? ¿Lo ves?.. ¡Ni pizca de vergüenza te queda!... ¡Acabá de una vez!...
¡Confesá que nada te importa de estos pobres viejos que te han hecho medio
gente! ¡Andá, mal agradecido, perro! ¡Decí que no me debés nada, que no soy
nada tuyo; que no sirvo más que pa trabajar como un burro pa mantenerte
los vicios!...
JULIO.-
(Impaciente) ¿Llegaré a saber eso de mis vicios?...
OLEGARIO.-
¡Ah!...¿Todavía te hacés el inocente?... ¡Tomá!... ¡leé... leé.... lo que dice
mi compadre! (Julio toma la carta y lee sonriente) Te parece la cosa más
natural ¿no?... Hechos de hombre honrao, ¿no?... muy dignos del apellido que
llevás, ¿no?...
JULIO.-
Tranquilécese, tata, y no dé esos gritos, que no está tratando con un niño.
Oiga...
OLEGARIO.-
¡Hablá, no más! ¡Sí!... ¡Hablá, no más!... ¡Decí!... ¡Disculpate!....
JULIO.-
¿Me dejará hablar?...
OLEGARIO.-
¡Hum!... ¡Canalla!...
JULIO.-
Diga... ¿Con qué derecho, usted y su compadre se ponen a espulgar en mi vida
privada?...
OLEGARIO.-
¿Con qué derecho?...
JULIO.-
(Severo) ¡Sí! ¿Con qué derecho? Son hombre, soy mayor de edad, y aunque no lo
fuera, hace mucho que he entrado en el uso de la razón y no necesito andadores
para marchar por la vida... ¡Soy libre, pues!... ¡Siéntese, tata!... ¡Tenga
paciencia!... (Continúa con naturalidad) Usted y yo vivimos dos vidas
vinculadas por los lazos afectivos, pero completamente distintas. Cada uno
gobierna la suya, usted sobre mí no tiene más autoridad que la que mi cariño
quiere concederle (Gesto violento de Olegario) ¡Calma, calma! (Afable) ¡Conste
que lo quiero mucho!... Todo evoluciona, viejo; y estos tiempos han mandado
archivar la moral, los hábitos, los estilos de la época en que usted se
educó.... Son cosas rancias hoy. Usted llama manoseo, a mis familiaridades más
afectuosas. Pretende, como los rígidos padres de antaño que todas las mañanas
al levantarme le bese la mano y le pida la bendición en vez de preguntarle por
la salud; que no hable, ni ría, ni llore sin su licencia; que oiga en sus
palabras a un oráculo, no llamándole al pan, pan y al vino, vino, si usted lo
ha cristianado con otro nombre; que no sepa más de lo que usted sabe. Y me
libre Dios de decirle que macanea; que no fume en su presencia. (Saca un
cigarrillo y lo enciende) En fin, que sus costumbres sean el molde de mis
costumbres... ¿Pero no comprende, señor, que riéndome de esas pamplinas me
aproximo más a usted, que soy más su amigo, que lo quiero más espontáneamente?
Volviendo al asunto de mi conducta: ¿cuál es mi gran delito?... Creo que no he
malgastado el tiempo; me voy formando una reputación, estudio, sé; ¿qué más
quiere?... ¿Que he hecho algunas deudas? ¿Que gasto más de lo que usted
quisiera que gastara?... Cierto. ¿Pero usted pretendía que todo un hombre, con
otras exigencias y otros compromisos, siguiera manteniéndose con una escasísima
mensualidad? Por lo demás, lo único que tengo que lamentar es que no haya sido
de mis labios que conociera usted lo de mis deudas... Pensaba confiárselo antes
de irme y pedirle fondos para cubrirlas...
OLEGARIO.-
¡Ah!.... ¡Aquí te quería!... ¡Te he escuchao con calma nada más que para ver
hasta dónde llegaba tu desvergüenza!...
JULIO.-
¡No sea grosero, padre!...
OLEGARIO.-
¿Conque sos libre?... ¿Conque sos dueño de tu vida?... ¿Conque nada te vincula
a tus padres? ¿Y a que salís ahora con que tengo que pagar todas tus
trampas?... ¿Es decir que solo soy tu padre pa mantener los vicios?...
¡Ingrato!... ¡Ah!... ¡El pobre gaucho viejo!... ¡Vení al mundo, clavá la pezuña
contra el suelo, afirmate pa cinchar la vida, y cinchá, cinchá!... ¡Y
después, cuando hayas repechao y estés arriba, sin tiempo pa secarte el sudor,
vuelta a cinchar de la vida de otros!... Y todo ¿pa qué?... ¡Pobre gaucho
viejo!...
JULIO.-
¡Tata!... ¡Tata!... ¡No se aflija así!... ¡Cálmese!... ¡Sea razonable!...
OLEGARIO.-
(Reaccionando) ¿Tata?.. ¡no!... ¡Yo no soy tu tata.... ya no soy nadie para
vos!... ¡Andate!... ¡sos libre!... ¡Sos dueño de tus acciones!... ¡Andate no
más!... ¡Pero lejos... donde no te vuelva a ver!... ¡Pa vergüenza, me sobra con
haber hecho un tipo de tu calaña!...
JULIO.-
¡No, tata!... ¡No me voy!... ¡No quiero irme!... ¡Cálmese que me aflije a mí
también!... ¡Yo lo quiero, lo respeto!... Pensamos de distinto modo ¿qué le
hemos de hacer?... ¡Vamos!... ¡No se excite así, mi pobre viejo!... (Lo
acaricia)
OLEGARIO.-
¡Ya, hipócrita!... ¡No me toqués! ¡No te acerqués a mí!... ¡Ya, fuera de aquí!...
¡Víbora! ¡No me vengás a babosear estas canas honradas!...
JULIO.-
¡Tata! ¡Tata!...
OLEGARIO.-
¡Fuera, he dicho!... ¡Retírese ya de esta casa!...
JULIO.-
(Altivo) ¡Vea, tata, lo que hace!...
OLEGARIO.-
¡Ah!... ¡Tampoco querés irte!...
JULIO.-
¡Basta!... Esto parece un plan preconcebido. ¡Gauchos soberbios!... ¡Me iré en
seguida, pero entiéndalo bien; no he provocado ni querido esta situación; no he
de ser yo quién se arrepienta!...
OLEGARIO.-
¡Ni yo!... ¡Podés irte!... (Ademán de Julio de retirarse) ¡No!... Vení... vení
acá... ¡Hasta hoy he sido tu padre y aunque no lo quieras, ¿entendés?, todavía
tengo derecho a castigarte!... (Lo zamarrea) ¿Entendés?...
JULIO.-
(Irguiéndose) ¡Cuidado, padre!...
OLEGARIO.-
¡Sí! ¡A castigarte!... (Alza la mano; Julio lo detiene con violencia y después
de una brevísima lucha, lo despide de sí)
OLEGARIO.-
(Retrocediendo, tropieza con el rebenque que ha dejado en el suelo) ¡Esto
más!... ¡Ah, infame!... (Trágico) ¡De rodillas!.... ¡Ya!....
JULIO.-
¡Nunca!... (Va hacia él)
OLEGARIO.-
¡De rodillas!... De ro... (Da un salto felino y le asesta un golpe en la
cabeza; Julio tambalea y cae de bruces) ¡Sí!....¡de rodillas!... (Mariquita y
Jesusa corren y abrazan a Olegario. Brevísima pausa. Olegario, que respira
afanosamente, mira a Julio y hace ademán de levantar de nuevo el rebenque)
TELÓN
ACTO SEGUNDO
Salita de
hotel. Bastante en desorden la colocación de los muebles. Sobre las sillas, un
poncho, vestidos y paquetes. Un baúl abierto a la izquierda dejando asomar
ropas. Cerca de él, una mesita con útiles de escribir, un calentador para mate
y tarritos de yerba y azúcar. Hacia el centro, dos sofás uno frente a otro.
Consola en el foro derecha. Puertas practicables al foro y derecha.
Escena I
JESUSA
JESUSA.-
(Sentada ante la mesa, arroja la pluma, relee lo que ha escrito y lo rompe)
¡No!... ¡No le escribo!... ¡Se va a reír de mí!... ¡Tengo una letra tan fea!...
El caso es que de cualquier modo tengo que hablarle... que decírselo... ¿Pero
cómo se lo digo?... ¡De palabra me da mucha vergüenza!... Además, apenas
tenemos tiempo de hablar... Todas las horas le son pocas a madrina para
conversarle y acariciarlo... ¡Pobre Julio!.. ¡Se conoce que sufre!.. ¿Se
acordará de mí, de su negrita adorada?... ¡Oh!... ¿Por qué no?.. ¿Y la otra?..
¡Bah!... ¡Qué sonsa fui cuando me puse a llorar al leer la carta del señor
Rodríguez!... ¡Los hombres tienen varias novias; una es la preferida, la
verdadera!... ¡yo!... las otras son un entretenimiento... ¿Y si yo no fuera la
verdadera?... ¡Oh!... ¡Soy yo!... Julio me quiere porque me lo ha dicho.. y si
no me quisiera mucho, mucho; si en estos tres meses la otra lo hubiera
atrapado, cuando sepa... ¡Qué sonsa soy!... No puedo pensar en esto sin ponerme
colorada... ¡Cuando sepa!... (Resuelta) ¡Oh!... ¡Yo le escribo!... ¡Se lo
escribo!... (Se pone a escribir) "Queri... do.... Ju.... lio...."
¡Uy!... ¡La jota que me ha salido!... con ese palito de arriba tan encorvado.
¡Jesús!... ¡Si se parece a don Chisco, el puestero del Talar, con su
jorobadita!... ¡No, no, no!... ¡se va a reír a carcajadas Julio! (Rompe y
arroja los papeles) ¡Ay!... (Tirando los pedazos ) ¡Si la madrina los
encuentra!... (Se pone a recogerlos; llaman a la puerta) ¡Voy!.. ¿Quién
será?... (Abriendo).. ¡Ay!... ¡Misia Adelaida!... ¡Adelante... adelante! ¡Madrina!....
visitas.
Escena II
JESUSA, MISIA ADELAIDA, DOÑA MARIQUITA Y SARA
JESUSA.-
(Saludando con besos estrepitosos) ¡Cómo está misia Adelaida!... ¿Cómo le va,
Sara?...
MARIQUITA.-
(Saliendo) ¡Jesús, qué sorpresa, comadre!... ¡Cómo le va! (Se besan) ¡Sarita!...
¿Cómo estás, mujer? (Idem) ¡Pasen... pasen! ¡Acomódense!... Esta pieza está
hecha un revoltijo.. Ni tiempo de arreglar las cosas... Siéntese... aquí en
este sofá... ¡Qué gruesa, qué moza está Sarita! Y don Cándido, ¿bueno? (Sara y
Jesusa de pie conversan muy afectuosamente)
ADELAIDA.-
¡Bueno, comadre!... Debía venir con nosotras, ¿sabe?, pero ha llegado el
mayordomo de Buenos Aires con unos carneros finos y tuvo que ir a
desembarcarlos...
MARIQUITA.-
¡Ay, pobre!...
ADELAIDA.-
Pero luego vendrá... Ha sido un alegrón para él la llegada de mi compadre
Olegario... ¡Oh!... ¡Qué torpe soy!.. ¿No me iba olvidando de preguntar por
él?...
MARIQUITA.-
Fue a ver al médico. Usted sabrá que hemos venido únicamente por eso. No lo
encuentro bien, comadre, a Olegario. Se le hinchan las piernas y le salen unos
manchones muy feos, amoratados, en la cara... ¡Pa mí que es hidropesía!.. ¡Si
usted lo viera, comadre, lo quebrado que está!... ¡Pobre viejo!... ¡Y después
del asunto de Julio se ha puesto tan triste!...
ADELAIDA.-
¡Qué cosa, comadre!... ¡Qué desgracia!.... ¡Julio nos ha contado todo!...
MARIQUITA.-
¿Pero no se sacan los sombreros?... Supongo que vendrán a pasar la tarde...
¡Jesusa, llevate a Sara al espejo!... ¡Ah!... y prepará un matecito... (Sara y
Jesusa van al espejo. Sara se quita el sombrero y se arregla el peinado)
ADELAIDA.-
¡No, gracias!... Hemos dejado de tomar mate. Nos hacia daño.
MARIQUITA.-
¡Vea qué cosa!...
JESUSA.-
(Yendo a sacar algo del baúl) ¡Uy!... ¡Qué suerte!. Está más fea que yo. (Saca una
caja de polvos y un frasco de agua colonia que deja después en la consola)
ADELAIDA.-
Supongo, comadre, que se habrá visto con Julio....
MARIQUITA.-
Sí, en seguida que llegamos. Fue a buscarnos a la estación... Viera, comadre,
¡qué escena!... ¡Pobre hijo mío!... ¿Ha estado enfermo?...
ADELAIDA.-
La herida no fue nada, pero el muchacho quedó muy afectado. ¡Ha sido una gran
injusticia de mi compadre!...
MARIQUITA.-
¡Lo que es mí pobre viejo la paga bien duramente! Pa mí lo más grave de su
enfermedad es el disgusto que tiene, y lo peor es ahora. Julio viene a verme
estando Olegario en casa; sin mirarlo siquiera, ¡como si para él no
existiera!... Olegario tampoco le dice nada, pero se ahoga de pena, y cuando
Julio llega, se va por ahí, por los rincones, escondiéndose como perro ajeno...
Así que se va m´hijo, comienza a pasearse rezongando y hablando solo como
si estuviera ido de la cabeza... ¡Ah, comadre, comadre!... ¡Qué gran
desgracia!... Desde aquel día maldito, no hemos tenido un minuto de alegría en
casa... (Llora)
ADELAIDA.-
¡No se aflija, comadre!... Tal vez esto se pueda arreglar. Ayer lo decíamos con
Cándido. ¡Hay que reconciliarlos!...
MARIQUITA.-
No; es imposible. Le he hablado a m´hijo y ya me ha dicho que jamás...
¡Está muy ofendido y con razón el pobre Julio!...
JESUSA.-
(Luchando con Sara que trata de impedirle que hable) ¡Madrinita!...
¡Madrinita!... ¿Sabe lo que dice Sara? ¡Me dice... me dice... que Julio le ha
prometido componerse con padrino!...
SARA.-
¡Me has echado a perder la sorpresa!... (Enlaza con su brazo la cintura de
Jesusa) ¿Qué es eso, señora?.. ¿Está llorando?.. ¡Alégrese, pues!... Se lo voy
a decir todo, aunque está mamá adelante... ¿Me guardas el secreto, mamita?..
¿Sí?... Pues bueno; Julio me ha prometido que aprovechará la estadía de ustedes
en Montevideo para hacer pedir mi mano con don Olegario. (Jesusa se desprende
de Sara y va a ocultar su emoción como si pretextara una tarea)
ADELAIDA.-
¡Picarona!... Te lo tenías muy guardado, ¿eh?
SARA.-
¡Bah!.. ¡Bah!... ¡Tonta!... ¿Acaso ignorabas tú que teníamos amores?... ¿Y
Jesusa? ¿Dónde te has metido, muchacha?...
JESUSA.-
(Con voz desmayante) ¡Aquí... aquí estoy!
SARA.-
(Yendo a su encuentro) ¡Jesús!... ¡Qué cara! ¿Qué ha pasado?... (Jesusa avanza
con la cabeza baja)
MARIQUITA.-
¡La alegría, hija, la alegría!... ¡Lo quiere tanto a Julio!... ¡Nos quiere
tanto!...
JESUSA.-
¡Sí!... ¡Sí!... ¡La alegría!... ¡no sé qué!... Me dio así como un golpe en el
corazón... (Bruscamente echándose en los brazos de Mariquita) ¡Madrina!...
¡Madrina!... (La besa) ¿Verdá que Julio es muy bueno? ¿Verdá?... ¿Muy, muy
bueno?... ¿Verdá que sí?
MARIQUITA.-
(Apartándola) ¡Sí, hijita, sí!...
Escena III
DICHOS Y JULIO
JULIO.-
(Entrando) ¿Se puede?
SARA.-
¡Julio!... (Van a su encuentro y lo toman cada una por la mano, trayéndolo al
centro)
JESUSA.-
(Con voz apagada) ¡Julio! ¡Julio! ¡Julio!...
ADELAIDA.-
Si llegás un momento antes te encuentras con un velorio...
JULIO.-
Me felicito de haberme retrasado entonces... Y... ¿Cuare causam?....
SARA.-
¡Tú!... ¡La cuestión tuya!
JULIO.-
(Afectado) Siempre yo... ¿Estaré condenado a no producir más que desazones?...
MARIQUITA.-
¡No, hijo!... ¡Ya pasó eso!... ¿No nos ves a todas contentísimas? Sarita nos ha
contado...
JULIO.-
(Inquieto) ¿Qué?....
MARIQUITA.-
Todo lo de sus amores.... La reconciliación con el viejo...
JULIO.-
(Aparte a Sara) ¡Indiscreta!
SARA.- (A
Julio) ¿Por qué?... Vi a tu mamá llorando tan entristecida que no pude
contenerme... Al fin y al cabo tenía que saberlo.
JULIO.-
Ha sido una caritativa imprudencia. ¡Después de todo... quién sabe el giro que
pueden tomar las cosas!...
JESUSA.-
(Aparte) ¡Dios mío! ¡Qué esperanza!...
JULIO.-
Pero, ¿por qué no cambiamos de asunto?...(A Adelaida) Supongo, señora, que me
ha de ayudar a distraer a mi viejita, que la invitará a algunos paseos y le
hará conocer la ciudad y sus bellezas... Y tú, Jesusa, tienes que pensar en la
modista, en los sombreros nuevos... en engalanarte a la moda. Te aseguro que
llamarás la atención con tu belleza...
JESUSA.-
¡Yo!... ¡Una campusa!...
SARA.- ¡Ave
María, muchacha qué modestia!... Te prometo, Julio, que entre yo y Cata la
vamos a poner en un santiamén a la moda... Ya verás.... ¡Y callejearemos que
será un gusto!...
JULIO.-
¡Bravo, bravo!
SARA.-
(Atrayéndola hacia el sofá) Mañana si quieres podemos ir a lo de Perró, nuestra
modista, la modista de moda, ¿sabés?... Te hará en tres días a lo sumo un traje
de calle. (Jesusa distraída sigue con la mirada a Julio que toma una silla y
forma coro con Mariquita y Adelaida) Se usan otra vez las mangas perdidas...
Y es una exageración, hija, cómo las llevan algunas. Te aconsejaría que no te
las hicieras tan largas... ¿Qué miras?... ¡Déjalos, pava!... Ya se vendrá Julio
con nosotras... ¡No creo que le interese mucho la conversación con las
viejas!.. ¡Cuéntame algo de la estancia! ¿Tienes muchos guachitos?.. ¿Y aquella
ternerita blanca que cuidábamos juntas?... ¡Hoy será toda una señora vaca,
madre de familia!.. ¡Y el toro!...
JESUSA.-
(Enigmática) ¡Se me escapó!
SARA.-
Con Julio nos acordábamos siempre de la estancia. ¡Claro!.. Como que en aquel
viaje se me declaró... ¿Recuerdas?... En el paseo que hicimos a la gruta...
¡Qué dicha!... ¡Desde entonces puedo decir que conozco la felicidad!... ¡Es tan
bueno, tan afectuoso, tan delicado!... ¡Y a ti te quiere mucho.. pero mucho,
tanto como si fueras su hermana!...
JESUSA.-
(Atormentada) ¡Dios mío!...
JULIO.-
No; no señora. No es amor propio. La prueba está en que no tendré inconveniente
en hablarle primero... Es que esas heridas no se borran... La actitud del viejo
ha matado en mí todo afecto. He dejado de quererlo...Me es absolutamente
indiferente.
SARA.-
¡Míralo!... ¡Qué buen mozo!...
JULIO.- Y
por satisfechos deben darse de que el asunto acabe así. Otro en mi lugar...
SARA.- ¿Y
tu novio?... ¡Cuéntame algo!...
JULIO.-
¡Usted sale ganando, mamá! No tendrá que compartir cariño.
MARIQUITA.-
¡No seas cruel!... ¡De qué me vale que me quieras más si no existe paz en mi
casa, si mi pobre viejo se me va muriendo de pesadumbre!... ¡Vamos! Vos no lo
has olvidado... Lo querés aún. Te dura el escozor, eso es todo.
SARA.-
¡Julio!... ¡Ven un instante!
JULIO.-
(Acercándose) ¿Qué ocurre?...
SARA.-
Que esta pava de Jesusa porfía y porfía que no tiene novio.. ¿Verdad que sí?...
JESUSA.-
(Mirándolo ansiosa) ¿Verdad?..
JULIO.-
(Embarazado) No sé... el mejor juez...
SARA.-
¡Tonto!... Tú lo sabes. ¡Vamos!.. Dí quién es...
JULIO.-
El que ella diga... ella lo sabrá...
JESUSA.-
¿El que yo diga?... El que yo diga... ¡Julio!... ¿El que yo diga? (Julio la
mira fijamente) ¡Oh, no!... (Cubriéndose el rostro) ¡No puedo!..
SARA.-
¡Jesús, qué vergonzosa!...
JULIO.-
(¡Pobre criatura!... ¡Le abreviaré la mortificación!...) ¡Mamá!... ¿Por qué no
pasamos a las piezas de la calle?... Las muchachas podrán salir al balcón...
MARIQUITA.-
Tenés razón. ¿Quieren que pasemos? (Se disponen para salir)
SARA.-
¡Ofréceme el brazo, Julio!... No seas descortés.
JULIO.-
Les ofreceré el brazo...
JESUSA.-
¡Gracias! Vayan ustedes ¡En seguida iré!... (Vanse derecha, Jesusa los sigue
desmayante con la vista.)
Escena IV
JESUSA
JESUSA.-
¡No me quiere!... ¡No me quiere!... ¡Era cierto, Dios mío!... No me querrá ni
aun cuando sepa mi estado... ¡Qué va a ser de mí, Virgen Santa! Se le ve, se le
conoce en la cara... ¡La ama y mucho!... Como decía quererme a mí... ¡Y eso que
es más fea!... Mucho más fea... ¡Oh! ¿Por qué no he dicho delante de todas que
era él mi novio? ¿Por qué, Señor, me ha faltado fuerzas para revelarlo?... Me
miró como diciéndome: No me descubras; ¡guárdalo, entierra para siempre el
recuerdo de nuestro amor!... ¡Ya no puede ser!... ¡Julio!... ¡Julio!.. Tú, que
eras tan bueno ¿por qué sacrificas a tu pobre Jesusa?.. ¿Por qué me has
mentido?.. ¡No! ¡Julio no me ha engañado!... ¡Me quería, sí, me quería!... ¿Por
qué no habría de quererme?.. El disgusto con padrino habrá sido tal vez la
causa... ¡No! ¿Para qué voy a hacerme ilusiones?... ¡No me ha querido nunca!...
¡Fui su entretenimiento!... ¡Me tomó como a una cualquiera, sin cariño!...
¡Virgen, Virgen Santa!... ¿Qué va a ser de tu hija?...
Escena V
JULIO Y JESUSA
JULIO.-
(Entrando) ¡Jesusa!...
JESUSA.-
¡Julio!.. (Va a su encuentro y se le echa al cuello) ¡Es posible!... ¡Es
posible, Julio mío!...
JULIO.-
¡Oh, Jesusa!... Seamos razonables. Aprovechemos este instante para hablar...
(Sentándose) Te han mortificado mucho, ¿verdad, mi pobrecita?... ¡No será lo
único que tengas que sufrir!
JESUSA.-
Luego, ¿es verdad?..
JULIO.-
¡Sí; es verdad!.. ¡No me juzgues mal!... Voy a ser sincero. Podría mentirte
aún, podría prolongar tus esperanzas, dejando correr esta situación equívoca;
pero sería una doblez y me siento muy honrado para cometerla. Más tarde o más
temprano era fatal que ocurriese... ¡Quiero a la otra!...
JESUSA.-
(Desesperada) ¡Julio!...
JULIO.-
¡No te amaba!... ¡Fue una ofuscación aquello!.. ¡Tomé por amor lo que no era más
que una vil manifestación del instinto!.. ¡Te busqué, te asedié, trastorné tus
sentidos con cálidas ternuras, dejándote entrever con mis promesas sinceras, te
lo juro, un paraíso de dicha!... ¡Ah!... ¿Por qué te me ofreciste, pobre
criatura, tan linda, tan fresca, tan incitante?... Fue después que nuestros
labios se habían unido, que la realidad vino a golpear en mi razón...
Perdóname... Compréndeme... ¡No fui, no soy culpable!... No fuimos culpables...
Fue un accidente... ¡La ley humana es implacable!... ¡Escúchame!... ¡Te estoy
martirizando!... He padecido más por ti que por el desdichado incidente con mi
padre... Hace un instante, viéndote dolorida y atormentada por la revelación,
sentí una pena tan grande que si tú te alzas y gritas: "¡Julio, Julio es
mi amante!...", me habría resignado a consumar el sacrificio.
JESUSA.-
(Irguiéndose airada) ¿Sacrificio?... ¿Sacrificio?... ¿Sacrificio devolverme el
honor, la dicha, la vida que me has quitado?.. ¡Julio!.. ¡Tú no eres el
mismo!..
JULIO.-
¡Sí, Jesusa! ¡Sacrificio!... Muchas veces he pensado reparar a cualquier precio
el daño que te he causado, pero el amor a la otra ha primado sobre todos los
escrúpulos... Después... mi moral es distinta de esa moral que anda por ahí...
¿Por qué voy a purgar, renunciando para siempre a todo lo más caro a mi
existencia, un delito del que yo no soy culpable?..
JESUSA.-
¡Y yo, Julio, y yo!...
JULIO.-
¡Sé razonable!... ¡Una vida sin cariño se haría insoportable para los dos!...
JESUSA.-
Sí; tienes razón. Pero yo sería tan buena, tan afectuosa, tan dulce; sabría
halagarte de tal manera que acabarías por amarme; estoy segura!...
JULIO.-
¡No se ama a plazo fijo ni con programa!
JESUSA.-
¡Julio!... ¡No me abandones! ¡Te lo pido de rodillas!... ¡Te lo ruego por lo
más sagrado!.. ¡Por tu madre!.. ¡Julio! ¡Por nuestro hijo!.. (Oculta la cara
sollozando convulsivamente)
JULIO.-
¡Oh!... ¡Qué desdicha! (Pausa) ¡Serénate!. ¡Vamos!.. ¡Ten valor! (La alza;
Jesusa se apoya en su hombro y sigue llorando) La situación es igualmente
irremediable... ¡No soy un cínico, ni un perverso, ni un mal hombre!... ¡Si
pudieras ver todo lo que pasa aquí dentro, te convencerías!... No sé cómo
atenuar la crudeza de mis razonamientos. Las cosas no han cambiado de aspecto.
Ese hijo no agrava tu situación... Por el contrario, contribuirá a endulzarla.
JESUSA.-
¿Y toda mi vergüenza?
JULIO.-
¿Cúal?.. ¿La de ser una buena madre, comprendida, respetada y enaltecida por el
sacrificio? ¿No sería mayor la de una unión cimentada en la violencia o en la
mentira?... ¡Vamos!... ¡No te pongas así!... ¡Tranquilízate!... ¡Alza la
cabeza!... ¡Mírame!... ¡Mírame bien!... ¿Me crees un malvado?.. Responde ¿Te
parezco un vil sujeto?.. ¡Dilo, Jesusa!...
JESUSA.-
(Después de mirarlo un instante, con voz ahogada) ¡Oh, no!..
JULIO.-
(Besándola en la frente) ¡Vive, pues!... ¡Sé razonable y no hagas locuras!
¡Adiós! (Se levanta; Jesusa se deja caer sobre el sofá, sollozando
desgarradamente, Julio la contempla un instante, apoyado en el respaldo del
mueble, y se va).
Escena VI
JESUSA Y OLEGARIO
OLEGARIO.-
(Avanza en silencio y el bastón y el sombrero de Julio sobre una silla) ¡Ya
está ese aquí!... ¡Señor! ¿Hasta cuándo voy a padercer?.. ¡Yo me mando
mudar!... (Oye los sollozos de Jesusa) ¡Eh!.. ¿Qué es eso?.. ¡Jesusa!... ¿Qué
te pasa, hija?.. ¿Por qué llorás? ( Muy cariñoso, sentándose a su lado) ¡Vamos,
hijita!... ¡Cuénteme!... ¡Alce esa cabecita!... ¿Qué le han hecho?.. ¡Diga!..
¡No se así con su padrino!... ¿La han retao?..
JESUSA.-
¡No!... ¡Nada!.. ¡No me pasa nada!...
OLEGARIO.-
(Enjugándole las lágrimas con su pañuelo) Por nada no se llora. ¿Está
enferma?... ¡Sea franca con su padrino, que tanto la quiere! ¿Por qué están tan
afligida?...
JESUSA.-
¡Oh!... ¡Padrino!... Es que...
OLEGARIO.-
¡Diga, pues!... ¡Hable!...
JESUSA.-
¡Es que me da mucha pena, mucha pena verlos a usted y a Julio como si fueran
extraños!... ¡Mucha pena!... (Echándose al cuello) ¡Padrino!... ¡Soy muy
desdichada!...
OLEGARIO.-
(Conmovido) ¡Oh!... ¡Pobrecita!... ¿Era por eso no más?... ¡Cálmese!... ¡A mí
también me da pena!... ¡Se me parte el alma!... ¿Pero qué le hemos de hacer?...
¡Ese muchacho es tan retobao; tan soberbio!... ¡Ya lo creo que de decirme una
vez: "Tata perdóneme"... ¡Ya lo creo que perdonaría! ¡Pero humillarme
yo, su padre!.. ¡Eso nunca!... ¡Vamos, no llore más!... ¡Séquese esas
lágrimas!.. ¡Caramba!.. ¡Yo que venía tan contento a traerle una buena noticia
y me la encuentro así!...Bien: le prometo hacer todo lo posible por arreglarme
con ese muchacho... ¿Está conforme? ¡Bueno, y ahora la gran noticia!... Tiene
que ir preparando la ropita pal casorio... Don Eloy ha llegado y...
JESUSA.-
(Horrorizada) ¡Oh!...
OLEGARIO.-
¿Qué, no te alegra?... El me había dicho...
JESUSA.-
¡Padrino!.. ¡Padrino!...
OLEGARIO.-
(Con extrañeza)¡Hija!.. Supongo que...
JESUSA.-
¡Padrino!.. ¡Yo no puedo casarme con don Eloy!...
OLEGARIO.-
¿Cómo?... ¿Qué es eso de yo no puedo?.... ¿Vos le habías dado esperanzas, te
habías comprometido casi y me has hecho comprometer a mí y ahora salimos con
ésas?...
JESUSA.-
¡Oh, qué angustia!..
OLEGARIO.-
¿Qué tiene don Eloy?... ¿No es buena persona?... (Asentimiento) ¿No es rico?
(Idem) ¿No es joven y buen mozo? (Idem) ¿Qué más querés, entonces?...
JESUSA.-
Es que.. es que.. ¡Oh, me ahogo!... ¡Es qué no lo quiero!...
OLEGARIO.-
¿Recién ahora se te ocurre?... ¿Y pa qué lo has estao entreteniendo?... ¡Ah!
Seguramente ese loco de Julio te ha hecho creer que podés casarte con algún
dotorcito de su calaña... ¿verdad? ¡Bah, hija!... ¡Esas son pamplinas!... ¡Vos
no podés aspirar a nada mejor!... ¿Qué no lo querés mucho?... Ya le irás
tomando amor cuando estén casaos y lleguen los hijos... Después.. yo en
cualquier día entrego el rosquete y quiero dejar asegurado tu porvenir. Se lo
prometí al finao tu padre y lo cumpliré. ¡La boda se hace, pues!..
JESUSA.-
¡No, padrino!.. ¡No es posible!... ¡Nunca!..
OLEGARIO.-
¿Cómo?.. ¿También vos te me sublevás? ¿También me desobedecés?... ¡Ah! ¡Los
consejos de ese canalla de Julio!...¿Estaré condenao, Dios mío, a que me maten
a ingratitudes?... ¡Como si no tuviera bastante con la deserción del otro, vos,
vos, ingrata, mal agradecida, también te alzás contra mí!... ¡Vos!...
JESUSA.-
(Retrocediendo de dolor) ¡No, padrino!... ¡No!... ¡No es eso!...
OLEGARIO.-
¿Qué es, entonces? ¿Querés a otro? ¿No?... ¿Cuál es la impedimenta?... ¡Vaya,
mocosa!... ¡Usted se casa!..
JESUSA.-
¡No puedo padrino!.. ¡Perdóneme!... ¡No hablemos de eso!...
OLEGARIO.-
¡Usted se casa he dicho!.. (Se levanta)
JESUSA.-
¡No, no puede ser!.. ¡No puedo!.. ¡No podré casarme con don Eloy, ni con
nadie!...
OLEGARIO.-
¿Eh?.. ¡Dios Santo!.. ¡Hablá... decí...decílo....todo!... (la zamarrea)
¡Todo!.. ¡Todo!...
JESUSA.-
¡Voy a ser madre!...
OLEGARIO.-
(Arrojándola de sí) ¡Ah! ¡Perra!... ¡Arrastrada!... ¡Te mato!... (Alza el puño)
JESUSA.-
(Echándose a sus pies) ¡Perdón!... ¡Perdón!...
OLEGARIO.-
¡Oh!... ¡Pobre viejo!... ¡Pobre gaucho viejo!... ¡Qué has hecho, gran Dios,
para merecer maldición!.. (Se deja caer abrumado)
JESUSA.-
¡Padrino!... ¡Padrinito!... ¡No se ponga así!...¡Perdón!... ¡He sido culpable,
pero soy muy desgraciada!... ¡Si usted supiera!... ¡Padrinito!... ¡Ay, Dios
mío!... ¡Le da el mal!... ¡Padrino!... ¿Me oye?... ¡Virgen Santa!... ¡Se muere!
(Desolada, dando voces) ¡Julio! ¡Julio!...
Escena VII
JESUSA, OLEGARIO, JULIO, MARIQUITA, ADELAIDA Y SARA
MARIQUITA.-
¿Qué pasa?... ¡Ay!...¡Esposo mío!... ¡Se muere!... ¡Julio, un médico!...
¡Olegario!... ¡Soy yo!.. ¡Tu viejita!...
JULIO.-
(Sereno, reconociéndo) No se alarmen. No ha de ser nada... Un poco de agua
colonia... ¿Hay? (Sara corre hacia la cómoda y vuelve con un frasco, empapando
un pañuelo, que le acerca al rostro)
MARIQUITA.-
¡Marido mío!... ¡Marido mío!....
JULIO.-
¡Ya reacciona!..
JESUSA.-
(De rodillas) ¡Padrino!... ¡Padrino!...
OLEGARIO.-
(Aspira hondo) ¡Ya pasa!... ¡No ha sido nada!... ¡Es que me faltó aire!... Se
han asustao, ¿no?... ¡Si no me voy a morir todavía!... Tengo algo que hacer en
el mundo. Déjenme solo, ¿quieren?... ¡Solo con Jesusa!... Ella tiene que acabar
de contarme... ¿Verdá, Jesusa?
JULIO.-
¡No, tata!... Lo que Jesusa tiene que contarle, se lo diré yo. (Movimiento de
extrañeza)
JESUSA.-
(Irguiéndose) ¡No, Julio!... ¡Cállate!... ¡No!... (Abrazándose a él)
JESUSA.-
(Exasperada) ¡No!... ¡Es mentira!... ¡No le hagan caso!.. ¡No sabe nada!...
JULIO.-
(Apartándola) ¡No debe ser un secreto!... (Jesusa se echa en brazos de
Mariquita) ¡Sara, quiero que tú lo oigas también!... Esta desdichada criatura
va a ser madre y yo...
SARA.-
¡Julio!...
OLEGARIO.-
(Convulso) ¡Vos!...
JULIO.-
¡Yo!...
OLEGARIO.-
(Precipitándose hacia Julio) ¡Vos!... ¡Bellaco!...
JESUSA.-
(Interponiéndose) ¡Padrino!...
OLEGARIO.-
¡Merecías que te matara!.. ¡No te bastó maltratarme, hundirme en la
desesperación, matarme a disgustos... que por tu culpa me estoy muriendo, sino
que has llegado hasta deshonrar a esta infeliz, a esta inocente criatura!...
¿Dónde está tu honor? ¡Dónde tus buenos sentimientos? ¿Eso es lo que te han
enseñao los libros, gran sinvergüenza? ¡Respondé!.. ¿Es tener corazón, siquiera
matar a los padres a disgustos, seducir a una pobre muchacha y engañar a otra?..
¡Decí, desalmao!... ¿No te conmueve el cuadro?.. Explicá tus grandes doctrinas.
¿La moral de tus padres te enseñaba esto?...
JULIO.-
¡La moral de ustedes no evitaba estas situaciones, padre!... ¡Mi moral, más
humana, me dice que estos hechos son accidentes y que no existen
responsabilidades!...
OLEGARIO.-
¿Pero qué estoy oyendo?...
JULIO.-
¡La verdad, señor!... ¿Qué repararía casándome con Jesusa?... ¡Pregúnteselo a
ella, pregúntele qué preferiría.. si la caridad de mi mano y de mi nombre sin
amor, o la respetuosa devoción del padre de su hijo!...
ADELAIDA.-
¡Hija, vámonos!...
SARA.-
¡Julio!
JULIO.-
¡No tienen por qué irse!... Sara, sólo tú podrás comprenderme. ¿Verdad que me
comprendes?... ¡Sara, háblame!... ¡Una palabra tuya!.. ¡Una sola!..
OLEGARIO.-
¡Se ha visto desparpajo igual!...(A Sara) Váyase, pobrecita... ¡Esto no tiene
remedio!... Julio tiene que reparar el daño que ha hecho.
JULIO.- ¡
No, señor! ¡No tengo que reparar nada!...
OLEGARIO.-
¿Cómo?... ¡Te atreverás, infame!.. ¡No, Julio! ¡No lo repitás!.. ¡No lo digás,
siquiera!.. ¡Vos te casás con Jesusa!... Claro está... ¡Te casás!...
JULIO.-
No me caso. Y le advierto, señor, que no tiene derecho a exigirme nada...
OLEGARIO.-
¿Qué estás diciendo?... ¡Como padre tuyo, no como padre de Jesusa!... ¡Te casás
o te mato!... (Lo toma por un brazo)
JULIO.-
(Repeliéndolo) ¡Tranquilícese! ¡Qué situación, Señor!..
OLEGARIO.-
¡No!... Estoy tranquilo... Te prometo no pegarte... Pero vos te casás... ¡Decí
que sí porque te mato, eh!...
JESUSA.-
¡Oh!... ¡Basta!... ¡Basta ya!... ¡Padrino!... ¡Yo..yo soy la que no quiere
casarse!... ¡Perdón!...
OLEGARIO.-
¿Vos?... ¡Ah, desgraciada!... (Alza el puño como para pegarle. Julio lo
contiene).
TELÓN RÁPIDO
ACTO TERCERO
En la
estancia. La habitación de Jesusa, modestamente amueblada. A la derecha una
cómoda antigua y sobre ella una imagen de la Virgen, dos velas encendidas y un
platillo de cristal con una ramita a manera de hisopo. Puertas al foro e
izquierda. En el ángulo izquierdo una cama con cortinas blancas ceñidas por moños
celestes. En el ángulo derecho un ropero. Al centro una mesa con frascos,
calentador, copas, etc. Hacia la izquierda un viejo sofá de crin y junto a él
un costurero de mimbre. La puerta izquierda da acceso a la habitación donde se
supone que yace Olegario moribundo.
Escena I
(Al
alzarse el telón aparecen arrodillados ante la cómoda, Mariquita, Jesusa, tres
o cuatro mujeres, un paisano viejo y el Gurí; mama Rita, negra curandera, reza
el rosario)
RITA.-
Dios te salve María, llena eras de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres
entre todas las mujeres, bendito es el fruto de tu vientre Jesús.
TODOS.-
(Murmurando) Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora
y en la hora de nuestra muerte. Amén. (Rita masculla algunas palabras más. Toma
la ramita del plato y hace la cruz, salpicando sobre la cómoda. Las mujeres se
persignan y se levantan, yéndose muy lentamente por la puerta del foro. El
paisano despabila las velas y después de persignarse otra vez, vase despacio.
El Gurí se aproxima a la puerta izquierda curioseando. Rita toma asiento cerca
de la mesa y se pone a liar un cigarro)
Escena II
JESUSA, MARIQUITA, RITA y el GURÍ
JESUSA.-
(A Mariquita, que está arrodillada) ¡Madrinita!.. ¡No se aflija así!..
¡Levántese!... ¡No se han perdido todas las esperanzas!... ¿Ha visto qué bien
está hoy? (La alza suavemente) ¡Cálmese!.. ¿Qué hemos de hacerle?...
MARIQUITA.-
¡Pobre, pobre viejo mío!.. ¡Se nos va de esta vez!...
GURÍ.- ¡
Madrinita!.. ¿Se murió ya?...
MARIQUITA.-
No, m´hijito... ¡Pero se muere!...
JESUSA.-
¡Ya de acá, indiscreto!.. (A Mariquita) No, Dios no ha de quererlo... (El Gurí
se va)
RITA.- Y
mama Rita no es manca... ¡Ah!... ¡Si me hubieran hecho caso dende un principio,
ya estaría güeno y sano!... ¡Pero se metieron con los dotores y ahí tiene lo
que sucede... Ni siquiera han sabido acertarle con el mal... ¡El corazón!... No
ve que si.... ¡Mal de corazón...fue lo que tuvo mi compadre Sixto, el quintero
e´la estancia e´los Pérez que lo curé a Dios gracias y a la Virgen Santísima!...
¡Pero lo que es don Olegario!... Dende que vide que agarraba pa la ciudá
pa´cerlo ver, se lo dije a mi comadre Sinforiana, pueden preguntárselo,
que no me dejará mentir; le dije: "Hacen mal en dir a gastar plata al
ñudo... Si lo que don Olegario tiene, es la paletilla caída, y pa eso no hay
como la vencedura". ¡Qué saben los dotores!... Mucho tomar el pulso, mucha
letricidá ¿y total qué?.. ¡Entre ellos le comen al dijunto media
testamentaria!,,, ¿A ver yo, qué les cobro?...
MARIQUITA.-
¿Le arreglaste el cuarto a Julio?
JESUSA.-
¡Sí, madrina!
RITA.- ¿A
ver yo, qué les cobro?
JESUSA.-
¡Nada!... nada, mama Rita... Pero no es el momento.
RITA.- Ya
lo sé. ¡Lo digo pa que apriendan pa otra vez! ¡Digan si no se mejoró el
paciente en cuantito lice la primera vencedura!... Si no cambió de color
yemprencipió a conocer.
MARIQUITA.-
(Volviéndose sobresaltada) ¿Qué?.. ¡Creo que ha tosido!..
JESUSA.-
¡No me parece!...
MARIQUITA.-
Voy a su lado. En cuanto llegue Julio me avisan ¿eh? (Vase)
RITA.-¡Ah,
Mariquita!... Si lo ves que se retuerce, no hagás caso, que es el mal que
empieza a salirse... (Pausa. Jesusa se pone a coser) Y vos, Jesusa ¿cómo te
sentís?
JESUSA.-
¿Yo?... Bien.
RITA.-
Che... Me ha dicho la piona que don Eloy te ha mandado un presente... ¿Qué
era?... Ha de haber sido una cosa linda... ¿Ande lo tenés?...
JESUSA.-
¿Para qué quiere verlo?... Allí está sobre la cama....
RITA.-
(Va hacia la cama y vuelve con una caja grande, que destapa, sacando un ajuar
de bautizo) ¡Un faldón!.. ¡Qué preciosura!... ¡Mirá con don Eloy!... Ese
galleguito podrá tener todos los defectos, pero es un rumboso como él solo...
¡Fíjensen!... ¡La gorrita encañutada!... ¡Qué lindura!.. ¡Esto ha de valer
cuanti menos cinco o veinte pesos! ¡Pobre don Eloy!.. (Trata de ponerlo en la
caja) ¡Ay, m´hijita!... Esto sí que no lo puedo hacer... ¡ tiene tantos
dobleces!...
JESUSA.-
Déjelo fuera, no más... Después la arreglaré.
RITA.-
Esto es.. (Lo extiende sobre el costurero) ¡Qué lujo, hijita!... ¿Y qué le
habrá dao por hacerte un presente así?... Cuando yo supe lo de tu desgracia,
que me la contaron las de Ibáñez los otros días ansinita que ustedes
llegaron...
JESUSA.-
¿Ya lo saben las de Ibáñez?
RITA.-
¡Uf!.. Las de Ibáñez, y todas las Pérez, las Caminos... ¡Les oyeras la boca!..
JESUSA.-
¿Qué dicen?
RITA.-
¡Te ponen como bajera!... Dicen que si pa eso cacareabas tanto por los bailes..
¡Oh, pero las piores son las Sosas, esas solteronas flacas como
bandurrias!.. ¡Qué zafadas!... Vos no le hagás caso, ¿sabés?... ¡Hablan de
envidia!...
JESUSA.-
Pero, Señor ¿quién se habrá encargado de esparcir la noticia?..
RITA.-
¡Oh!.. Esas noticias son como la semilla de cardo, ¡vuelan solas!... Se abre el
alcaucil, viene un vientito y al rato está el campo inundao...
JESUSA.-
¡Dios mío, qué gente!..
RITA.-
Hija, si vamos a ver, no es la gente la que tiene la culpa.. Gueno, como te iba
diciendo, cuando me lo contaron las de Ibáñez, yo le dije a Hilaria, la mayor:
"¡Cómo se va a poner don Eloy!.." "Así es ", me dijo ella.
Y yo dije: "Viá verle la cara", y de un galopito me llegué hasta la
pulpería. ¿A qué no sabés lo que estaba haciendo el gallego?...
Descargando los muebles, hija, los muebles que había comprao pal casorio
contigo; unos muebles de cuarto e´príncipe...alacenas con espejo y... ¡la
mar!... ¡Qué lástima!... Gueno, d´iay le hablé del asunto de tu desgracia y qué
sé yo, y el hombre empezó a esplayarse... ¡Que tal y que cual, y que vos no
tenías la culpa, sino ese sinvergüenza de Julio!...
JESUSA.-
¡Mama Rita!...
RITA.- Lo
decía él, yo no... Este... por eso vide que el hombre estaba dolorido del
lomo... Entonces me acordé de vos y que te quiero como si fueses m´hija y le
dije que naides estaba libre de un accidente y tal... y lo que lo tuve
madurito, le largué la cosa...
JESUSA.-
(Inquieta) ¿Qué cosa?
RITA.-
Vas a ver... Le dije que a él no debía importarle lo que dijeran las Pérez o
las Ibáñez y que debía casarse no más contigo...
JESUSA.-
¿Por qué ha hecho eso?
RITA.-
¡Oh!... ¿Y qué más querés, pedazo e´pava? ¿Te creés vas a encontrar otro mejor
que cargue con el mochuelo?... Ya se darían todas con una piedra en los dientes
por encontrar un mozo así... y tener una mama Rita que les arregle el asunto...
Güeno, como te iba diciendo, don Eloy lo pensó y redepende dice... "¿Y por
qué, no?.. ¡Ya que tengo los muebles compraos!... ¡Ah!... me preguntó que si
vos consentías y yo le dije que volando...
JESUSA.-
(Irritada) ¡Pero bruja del diablo!... ¿Quién la ha autorizado?...
RITA.-
¡No grités muchacha!... Le dije eso, pero le dije que debía hablar contigo,
porque no era yo la víctima.. ¡Oh!... ¿Y te parece más lindo quedarte
deshonrada y soltera que casarte con un hombre rico y trabajador?.. Hay que
taparles la boca a las bandurrias de las Sosas... Si te casás con don Eloy,
todas esas que andan hablando se callarán la boca, y quieran que no, vos serás
la señora de García... mientras que así ni los perros te van a mirar bien. ¡Yo,
hija, he desparramao ya la noticia de tu casamiento y vieras lo que dicen!..
Dicen: "¡Qué suerte la d´esta muchacha Jesusa!..." ¿Qué decís
ahora?... Por eso, pa demostrarte que no tenía inconveniente en ser padre de
ese hijo, te ha hecho este regalito don Eloy. ¿Qué te parece?
JESUSA.-
Lo que me parece es que no quiero oír hablar una palabra más de este asunto ¿me
oye?, ¡y que Dios la libre de andar llevando y trayendo chismes!..
RITA.-
Eso sí que no; en chismes no me meto.., ¡Ah, me olvidaba!.. Me ha dao esta
madrugada esta carta para vos...
JESUSA..-
¿Ah, sí? (Toma la carta y va a romperla).
Escena III
DICHOS Y MARIQUITA
MARIQUITA.-
¡Qué conversadero el de ustedes!... Se oye desde el cuarto.(Jesusa deja la
carta sobre el costurero) Ya debe estar por llegar Julio...
RITA.-
¡Dejuro!... Voy a bombear pal lao del camino...
GURÍ.-
(Asomándose) ¡Madrina!... ¡Madrina!... ¡El niño Julio!...
MARIQUITA.-
¡Gracias a Dios!... (Vase seguida de mama Rita. Jesusa hace un movimiento como
para seguirlos y se vuelve desde la puerta. Como luchando consigo misma,
cabizbaja, se acerca a la cómoda, apoya los codos sobre ella, fijando en la
imagen la vista. Pausa.)
JESUSA.- (Como
resulta) ¡En fin!.. (Al oír la voz de Julio vuelve la cabeza nerviosamente y se
queda de nuevo como estática)
Escena IV
MARIQUITA, JULIO, ELOY Y JESUSA
JULIO.-
Pero... ¿está mejor hoy?
MARIQUITA.-
Bastante mejor. Parece que tu venida lo hubiera hecho revivir.. ¡Pobre!.. ¿Y
tú?.. Te noto muy pálido. ¿Estás enfermo?
JULIO.-
No; el viaje tal vez...
ARIQUITA.-
¡Vení!... Sentémonos... Vieras qué alegrón cuando recibimos el anuncio de tu
venida...
ELOY.-
(Viendo a Jesusa) ¿Cómo está usted, Jesusa?
JULIO.- (Volviéndose
precipitado) ¡Jesusa! (Va a su encuentro y la alza, besándola en la mejilla)
¿Por qué no has salido a recibirme?..
JESUSA.-
(Confusa) Es que..
MARIQUITA.-
Tome asiento, don Eloy; disculpe que no lo atendamos como es debido...
ELOY.-
¡Ah!.. Me explico...
JULIO.-
(Conservando entre las suyas las manos de Jesusa) ¿Estás bien?.. ¡Me has
preocupado mucho!... ¡Tengo tantos deseos de hablar contigo! (A Mariquita)
¿Descansa, tata?...
MARIQUITA.-
¡Hace rato que duerme!...
JULIO.-
Voy a su lado.
MARIQUITA.-
¡No, hijo!.. Tal vez una impresión así de golpe... Sería mejor prepararlo..
cuando se recuerde...
JULIO.-
Eso es. ¡Bien pensado!.. Venga mamá... Siéntese a mi lado... (Se sientan) Tú
Jesusa... aquí... (En el sofá) ¡Entre los dos seres queridos!... Cuéntenme...
¿Qué ha pasado?... ¿Cómo ha sido eso?
ELOY.-
(Comprendiendo que está de más) Como ustedes tendrán que hablar...
JULIO.-
Está disculpado. ¡Adiós, señor!... (Vase Eloy) ¿Es tan grave, tan grave su
estado?...
MARIQUITA.-
¡Sí, muy grave!... ¡Vos sabés cómo se puso aquella tarde!... ¡Bien!.. en
seguida me hizo arreglar todo y a la otra mañana nos pusimos en viaje...
"No quiero dejar en la ciudá ni los huesos!", decía. ¡Y parece cosa
del destino!.. Ni bien llegamos de dio un ataque feísimo y desde entonces no ha
podido dejar la cama. ¡Pa dos meses van, hijo!... ¡Qué días!.. Esperando por
momentos que se nos fuera... ¡No quiso probar un solo remedio de
botica..." Cosa de la ciudá no quiero.. me matará más pronto...Llamen a la
médica si quieren que viva un tiempo más" Y nosotros mandamos traer a mama
Rita..
JULIO.-
¡Qué barbaridad!...
MARIQUITA.-
No lo creerás, pero desde que la negra vieja lo asiste, va mejorando... A
tomar, no le da más que agua de lino...
JULIO.-
¿Lo cura con palabras?
MARIQUITA.-
Se ha colgao una reliquia en el pescuezo...
JESUSA.-
Y todas las mañanas se pone detrás de las casas, y al salir el sol, hace cruces
y otras rayas en la primera línea de sombra que proyectan...
JULIO.-
¡Qué ignorancia!.. ¿Y de mí qué dice el viejo?..
MARIQUITA.-
Los primeros días disvariaba mucho... Hablaba de prenderle fuego al campo y a
la estancia pa no dejarle nada al morir; después se le fue pasando y de repente
una mañana me dijo que quería verte y que te hiciéramos un telegrama...
JULIO.-
¿De veras?...
MARIQUITA.-
¡De veras, hijo!.. Jesusa ¿querés ir a ver si se recuerda?...
JESUSA.-
¡Sí, madrina!... (Vase)
Escena V
JULIO Y MARIQUITA
MARIQUITA.-
¡Julio! Vos sabés todo lo que he hecho por ti y cuánto te quiero... Sabés que
nunca te he contrariado, que nada te he exigido, que tus gustos han sido los
míos, que daría la vida por tu bien...
JULIO.-
Sí, mamá ¿Por qué me habla de eso?...
MARIQUITA.-
Si yo te pidiera una cosa, una sola y supieras que de ella depende mi felicidad
¿serías capaz de concedérmela?
JULIO.- ¡Todo,
mamá, todo cuanto pueda hacer por usted!..
MARIQUITA.-
¿Todo?... ¿todo?.. ¡Cásate con Jesusa!...
JULIO.-
¡Oh!..
MARIQUITA.-
¡No me digas que no!.. Se lo has prometido a tu madre, se lo has prometido a
esta pobre viejita que bien se merece un sacrificio de tu parte!... ¿Verdad que
lo hacés? ¡Decí que sí, mi Julio! ¡El lo quiere, para eso te ha mandado
llamar!.. Te va a pedir perdón de sus ofensas, se va a humillar ante vos si es
preciso a cambio de esa promesa... ¡Vos no has de querer matar a tu padre!..
¡Decí que sí!... ¿Por qué no la querés a Jesusa?... ¡Es tan buena!... ¡Es una
mártir la pobrecita!... ¡Vieras cómo ha cuidao a tu padre! ¡Y tan sufrida!
¡Nadie diría, viéndola que ha pasado por tantas angustias!... ¡Vamos, hijo
mío!.. (Lo besa) ¡Mirame!... ¡Vos no tenés mal corazón!... Jesusa no te
hará desgraciado. ¿Por qué no hacerla tu mujer? (Sale Jesusa, y oyendo
cruza y vase para el foro)
JULIO.-
¡No...no!... ¡No puede ser!...
MARIQUITA.-
¡Lo vas a matar!... ¡Nos matarás a todos, Julio!... ¿Querés que te lo pida de
rodillas?.. (Se va a arrodillar, Julio se lo impide)
JULIO.-
¡No!.. ¡Eso no se hace!...
MARIQUITA.-
¿Me lo prometes, entonces?..
JULIO.-
Madre, ¡no puedo!... ¡No debo hacerlo!
MARIQUITA.-
¡Dios mío!..
JULIO.-
(Reaccionando nervioso) ¡Madre!... ¡madre!.. ¡madre!... ¡Esto es atroz!..
¡ustedes no me comprenden!...
MARIQUITA.-
¡Consientes!... ¡consientes!... ¿Verdad?
JULIO.-
¡No sé!.. ¡Lo pensaré!... (¿Por qué he venido’)
MARIQUITA.-
¡Oh!... ¡Gracias!.. ¡Lo harás!.. ¡Yo se lo digo!.. ¡Le devolveremos la vida!..
Bien sabía yo que no me ibas a negar!... Dame un beso... ¡Qué pálido estás!...
¡Otro!.. ¡Voy a ver si ha despertado y te mandaré a Jesusa para que hablen!...
¡Qué alegrón para ella!..
JULIO.-
¡Pero, mamá!..
MARIQUITA.-
¡No!.. ¡No te dejo volverte atrás! (Vase)
Escena VI
JULIO
JULIO.-
(Se pasea, saca un cigarrillo y fuma nervioso) ¡No!... ¡No puede ser!... ¡Qué
situación!... ¡Debí preverla.. quedarme allá!.. ¡Habría sido una cobardía, sin
embargo! ¡Qué hago, Señor, qué hago!... (Se sienta apoyando los codos en las
rodillas y oprimíendose la cabeza) ¿Debo seguir sembrando desdicha? ¿Tengo
derecho a amargar la agonía de ese pobre viejo?... ¿pero sería yo, o sería él
quien se la amargara?... En el fondo él no tiene la culpa. ¡Es su tiempo, es su
vida, son sus prejuicios!... ¡Pretender arrancárselos en estas
circunstancias!.. ¡Convercerlos!... Llegar junto a su lecho, decirle:
"¡Padre, muérase usted, muérase de rabia, pobre espíritu viejo!... ¡Su
hijo no renuncia a sus amores, a sus ideales; no quiere hacer a la muerte la
ofrenda de su libertad, que es su vida!..." ¡Decirle eso al desdichado
anciano cuando sólo espera que el hijo pródigo bañe sus flacas manos con las
lágrimas del arrepentimiento y le endulce con ternuras su espíritu torturado para
rendir la trabajada vida!... (Se cubre el rostro con las manos. Pausa. Viene
después irguiéndose resuelto) ¡En fin sea!... ¡Si he ser verdugo de alguien, lo
seré de mi corazón, otro enfermo!...
Escena VII
JULIO Y ELOY
ELOY.-
¿Molesto?..
JULIO.-
¡Ah! ¿es usted?... ¡Pues sí, molesta!...
ELOY.-
¡Es que... quisiera hablarle, Julio!..
JULIO.-
De intereses ¿no? Teme que se muera el viejo...
ELOY.-
¡No, señor!... ¿Me permite una franqueza?... Como don Olegario está mejor,
según parece, pienso que no será inoportuno tratar de un asunto...
JULIO.-
Le prohíbo que me hable de negocios.
ELOY.- Es
que...como don Olegario tiene tanto empeño en asegurar el porvenir de Jesusa...
y la cosa se ha divulgado tanto y...
JULIO.-
¡Acabe de una vez!...
ELOY.- Y
como usted también es parte interesada, yo venía a decirle que... estaría
dispuesto a casarme con Jesusa...
JULIO.-
¡Casarse con Jesusa!... ¿No le he prohibido, señor, que me hable de negocios?
ELOY.-
Usted sabe que yo la he querido siempre... Cuando supe que usted no se casaría
con ella y viendo que quedaba en una situación así...tan comprometida, pensé
que lo ocurrido no la hacía desmerecer en mi concepto...
JULIO.-
(Irónico y un poco distraído) ¡Oh, alma generosa! ¡Venga acá, magnánimo!...
¿Pensó usted todo eso?... ¡Pensó que era hacendosa, de buen carácter,
económica... excelente ama de llaves, que le serviría para hacer la comida a
los dependientes, que tendría una peona sin sueldo disponible para un barrido
como para un fregado!... Pensó que tendría un padrino a punto de morirse y
dejarle algunas vaquitas, y pensando también en que Jesusa era una
mercaderíamarchanteablea a cualquier precio, se dijo: "He aquí una
oportunidad para proceder honradamente " ¿no?...
ELOY.-
¡Señor, no le permito esos juicios!...
JULIO.-
¡Alma noble!... ¡Corazón de oro... sellado!
ELOY.-
¡No sé cuál de los dos la tendrá más noble!...
JULIO.-
¡Y lo pone en duda!... ¡Usted, señor! ¡Usted protector de seducidas con
herencia!...
ELOY.-
Dirá usted lo que quiera, pero yo..
JULIO.-
¡Ea, acabemos!... ¡Usted no se casa con Jesusa porque Jesusa no está en
pública subasta, en primer término, y en segundo término, porque Jesusa es y
será mi esposa!..
ELOY.-
Disculpe entonces... No sabía...
Escena VIII
MARIQUITA, JULIO Y ELOY
MARIQUITA.-
(Saliendo apresurada) ¡Julio!... ¡Julio!... ¡Te espera!... ¡Vení!.. ¿Me
prometés ser bueno?
JULIO.-
(Abrazándola) ¡Sí, madre!... ¡Concendido todo!
MARIQUITA.-
¡Gracias, Dios mío!.. ¡Vamos! (Vanse)
Escena IX
ELOY Y JESUSA
ELOY.-
¡En fin!... ¡Qué le hemos de hacer!..
JESUSA.-
(Llamando) ¡Julio!...
ELOY.-
(Indicando) ¡Está allí!...
JESUSA.-
¡Ah!...
ELOY.-
¡Jesusa!... ¡Yo le había mandado una cartita!...
JESUSA.-
(Rápidamente, tomando la carta del costurero) ¡Ahí la tiene! ¡No la he
leído!...
ELOY.-
¡Vale más así, porque ya era tarde!
JESUSA.-
¿Ha desistido?.. Me alegro mucho...
ELOY.- A
la fuerza. Julio acaba de decirme...
JESUSA.-
Que no me molestara con sus pretensiones.
ELOY.-
¡Porque había determinado casarse con usted!
JESUSA.-
¿Eh?.. ¿Qué dice?..
ELOY.- La
verdad. ¡De mi parte, aunque me duele en el alma perderla... la felicito!...
¡Adiós!... (Vase) Sí; la felicito sinceramente...
Escena X
JESUSA, después JULIO
JESUSA.-
¡Oh!.. ¡No es posible!.. ¡No puede ser!... ¡Le habrá dicho semejante cosa para
librarme de él!... ¡No; Julio no bromea con estas cosas!.. ¡Qué pensar, Dios
mío!... ¡Ah!.. ¡Qué sospecha!... ¡Madrina le ha pedido!.. ¡Oh!... ¡Va a
sacrificarse por nosotros el pobre Julio!... No... ¡No debo consentirlo!...
¡Primero me caso con don Eloy!.. (Mira en rededor). ¡Se ha ido!...
JULIO.-
(Asomándose conmovido) ¡Jesusa!..
JESUSA.-
¡Julio!...
JULIO.-
(Llevándose el pañuelo a los ojos) ¡Ven, Jesusa, ven!...
JESUSA.-
¡Gran Dios!... (Va) ¿Qué hay?... (Desaparecen. Pausa)
JULIO.-
Ven, ven al lado de mi padre.
Escena XI
MARIQUITA va a arrodillarse ante la Virgen
MARIQUITA.-
¡Gracias, gracias, Virgen Santa!... (Se reclina orando. Pausa prolongada
durante la cual se la oye murmurar sus oraciones. Julio asómase y queda junto a
la puerta, dando paso a Jesusa, que lentamente y como abrumada llega a su
costurero y se deja caer en el sofá. Mariquita se levanta, se persigna y vase
izquierda como si no los viera).
Escena última
JULIO Y JESUSA
JESUSA.-
¡Pobre de mí!... (Volviéndose contempla a Julio un instante. Resuelta) ¡No ha
de ser!... (Dulcemente) ¡Ven a mi lado!.. (Julio se aproxima) ¡Siéntate!..
¡Aquí!... Dime; ¿es verdad que cuando uno muere todo se acaba?..
JULIO.-
(Alarmado) ¿Qué quieres decir, Jesusa?.. (La mira fijamente)
JESUSA.-
¡Nada!.. ¡Es mi último escrúpulo!... ¡Padrino se va!... ¡Hemos hecho lo que
debíamos endulzando sus últimos momentos!... Después que muera... si es que
todo acaba, ¿quién nos obliga a consumar el sacrificio?..
JULIO.-
¡Jesusa!...
JESUSA.-
Nuestra promesa no debe pasar de una piadosa mentira..
JULIO.-
¿Qué oigo?.. ¡No!... ¡No!.... ¡No!...
JESUSA.-
¡Sí!... ¡Ya no puede ser!
JULIO.-
(Exaltándose) ¡ Jesusa!.. ¡Jesusa!.. ¿Qué piensas?..
JESUSA.-
¡Es mi turno!.. ¡Me toca a mí pedirte que seas razonable!..
JULIO.-
¡Tu revancha!...
JESUSA.-
¡No, no!... ¡Te lo juro!.. ¡Tú no debes, no puedes sacrificarte!.. No quiero
que te sacrifiques. Tú no me quieres, no han desaparecido los motivos que antes
impidieron nuestra unión...
JULIO.-
¡Desgraciado de mí que no he sabido comprenderte; buena, noble, gentil
criatura!.. Tú eres la abnegada, tú...No, Jesusa, ¡lo que no hizo la pasión ni
la violencia, lo que no pudo lograr el dolor mismo, lo hará esa grandeza de
alma que descubres recién!... ¡Oh!... ¡Te quiero mía, mía para siempre!..
JESUSA.-
¿Y Sara, Julio?..
JULIO.-
(Contracción dolorosa) ¡Oh!...
JESUSA.-
(Melancólica) ¿Lo ves?..
JULIO.-
¡Hay aquí una herida que sangra! ¡Aquello acabó!... ¡Sara no me quería!...
JESUSA.-
(Ansiosa) ¡Dime, dime Julio!... ¿Sara fue capaz?..
JULIO.-
(Con voz sorda) ¡Sí!.. ¡Si supieras!...
JESUSA.-
¡Cuéntame!... ¡Qué maldad!.. ¡Qué maldad!...
JULIO.-
¡Fue muy sencillo!...
JESUSA.-
¡Oh!... ¡Cuánto debes sufrir!... (Le pasa su brazo alrededor del cuello,
acariciándolo) ¡Cuéntame, pobre amigo mío!...
JULIO.-
Los padres, considerándome un seductor de la peor especie, me cerraron las
puertas de su casa...
JESUSA.-
¡Ves!.. Yo tengo la culpa...
JULIO.-
Busqué a Sara.. Sara acataba la voluntad de sus padres, y entre mi amor y su
respeto a las conveniencias sociales, optó por lo último; no quiso compartir libremente
la vida con el hombre que la adoraba... ¡Y decía quererme!... (Apasionado) ¡Oh,
tú!... ¡Tú que no injuriaste la vida subordinando el amor, que es su esencia, a
los convencionalismos corrientes; tú que espontáneamente corriste a rendirle la
ofrenda de tu plétora vivificante, tú que supiste vivirla, amarla y crearla...
tú eres la belleza, la verdad, eres el bien!... ¡Te quiero!...
JESUSA.-
¡No!... Estás excitado, impresionado... Te engañas... ¡Mañana te
arrepentirás!...
JULIO.-
¡Te quiero!... (La estrecha)
JESUSA.-
¡No puede ser!...
JULIO.-
¡Te quiero!..
JESUSA.-
¡Vete, Julio!... ¡La amas aún!.. ¡Búscala!
JULIO..-
¡Ya no!.. ¡Te quiero!... ¡No me iré de tu lado! ¡Para siempre unidos!...
JESUSA.-
¡Mejor!... ¡Quédate aquí!... ¡Estás enfermo!... Te curaremos... Velaré tu
convalecencia...
JULIO.-
(Ansioso) ¿Y después?..
JESUSA.-
¡Acepto un juez!.. (Toma como distraída la gorrita de bebé del costurero) ¡El
porvenir decidirá!..
JULIO.-
(Transportado, oprimiendo las manos de Jesusa) ¡Oh!.. ¡La vida!.. ¡La vida!...
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