http://recursosbiblio.url.edu.gt/publicjlg/curso/cae_noch.pdf
lunes, 30 de septiembre de 2019
domingo, 29 de septiembre de 2019
Gris de ausencia, de Roberto "Tito" Cossa
https://germanjusto.files.wordpress.com/2010/06/gris-de-ausencia-cossa.pdf
viernes, 27 de septiembre de 2019
Prueba de amor, de Roberto Arlt
PRUEBA DE AMOR, de Roberto Arlt
Boceto teatral irrepresentable ante personas honestas
Personajes: Guinter - Frida
ACTO ÚNICO
Abierto sobre la escena, un cuarto de baño de muros cubiertos con azulejos blancos, separado de la biblioteca por un tabique de mampostería. La puerta del cuarto de baño comunica con el costado lateral izquierdo del foro, mientras que la puerta de la biblioteca, dando frente a los espectadores, se abre sobre un pasillo. La mesa de la biblioteca aparece anormalmente cubierta por un mantel blanco sobre el cual se distinguen pilas de paquetes pequeños cuyo contenido es imposible discernir. Fría luz invernal ilumina la escena.
ESCENA 1
GUINTER, en traje de calle, pero sin sombrero, entra con paso lento en la biblioteca; mira abstraído durante un instante los paquetes que están sobre la mesa y se acerca a la biblioteca, de la que extrae un libro, que hojea y coloca inmediatamente en el estante. Luego se acerca a la mesa, recoge las cuatro puntas del mantel e improvisa así un bulto. Indeciso, cavila y sale; entra en el cuarto de baño, donde se mira en el espejo.
GUINTER. ̶ Nada más que veintisiete años... y ¡qué viejo estoy...! (Enciende un cigarrillo sentándose en la orilla de la bañera enlozada.) Podría estar peor... (Mira en derredor.) Es lógico... Con estas cosas no se juega.
GUINTER cavila algunos segundos. Sale y entra en la biblioteca. Recoge el bulto por las orejas de trapo y sale nuevamente, para aparecer en el cuarto de baño. Deposita su carga en el suelo, mira buscando un lugar adecuado donde guardarla y, después de cerciorarse de que la bañera no contiene residuos de agua, coloca el bolsón dentro de ella. Terminada dicha operación, se refugia en la biblioteca acostándose en un sofá, pero, impaciente, abandona su rincón para acercarse a un reloj de pie cuya tapadera de vidrio abre, para hacer correr lentamente con el dedo el minutero.
GUINTER. ̶ Canalla..., siempre caminarás más rápido o más despacio de lo que necesitamos nosotros los hombres.
Se escucha el repiqueteo de un timbre. GUINTER sale apresurado.
ESCENA 2
GUINTER entra en la biblioteca en compañía de una joven que representa veinticuatro años, con traje "sastre" azul y velillo sobre el rostro. Cuando se quita el sombrero queda en escena un tipo insignificante de mujer. La fuerza interna de FRIDA se trasluce en la parsimonia de sus gestos y en la contención de sus nervios. Se tiene en presencia de ella la sensación que esta mujer es una perfecta hipócrita, espiritualizada y afinada por experiencias que ha sobrepasado. Toma asiento en un sofá frente a GUINTER.
GUINTER. ̶ ¿Tenías miedo de venir?
FRIDA. ̶ Miedo propiamente, no. Pero no me agradaría que en casa lo supieran.
GUINTER. ̶ ¿No estamos comprometidos, acaso?
FRIDA. ̶ Eso tiene que ser extraordinariamente importante para mí, ¿no?
GUINTER. ̶ ¿Por qué decís eso?
FRIDA. ̶ Según los hombres, únicamente un compromiso formal puede decidirla a una mujer a dar ciertos pasos..., al menos entiendo que en tu pregunta vos querés establecer eso...
GUINTER. ̶ Sí…, efectivamente.
FRIDA. ̶ De modo que éste es tu departamento (Mira en derredor). Muy bonito.
Se produce un intervalo de silencio.
GUINTER. ̶ Bueno..., decime..., ¿te imaginás para qué te hice venir?
FRIDA. ̶ No.
GUINTER. (Burlón) ̶ ¿Así que no te imaginás? Cierto, es lógico que no te imaginés.
FRIDA. ̶ No usés ese tono burlón. ¿He dicho alguna vez que era adivina?
GUINTER. ̶ Es cierto... Bueno, aclararé yo el misterio. Necesito que me des una prueba, una verdadera prueba de que tu amor no consiste en palabras.
FRIDA. ̶ Entonces me lo imaginé. (Sarcástica.) ¡Qué curioso! No creí nunca disponer de tanta imaginación.
GUINTER. ̶ Pues esta vez tu imaginación ha fallado, me parece. Yo lo que necesito es una prueba auténtica de amor.
FRIDA. ̶ ¿No te la doy al visitarte, completamente sola?
GUINTER (Irónico) ̶ A los veinticuatro años, son raras las mujeres que no han visitado el departamento de un hombre solo. Algunas en compañía de la madre, para volver después solas; otras, en compañía de la amiga. El procedimiento varía según el grado de hipocresía de la interesada, pero al final las consecuencias son idénticas.
FRIDA (Dominando su furor). ̶ ¿Con qué derecho me hablás así?
GUINTER. ̶ Disculparás, ¿no?, pero hoy vamos a conversar de cosas que considero serias. ¿Vos me querés?
FRIDA. ̶ ¿Lo dudás?
GUINTER. ̶ Sos una maravilla, querida. Contestás una pregunta con otra.
FRIDA. ̶ Eso quiere decir que dudás de mí.
GUINTER. ̶ Exactamente. Dudo.
FRIDA. ̶ ¿Por qué?
GUINTER (Fríamente). ̶ Creo que estás dispuesta a casarte con mi dinero.
FRIDA (Dejando escapar su indignación). ̶ ¿Qué decís?
GUINTER (Cínicamente). ̶ No repitamos las palabras como en los parlamentos teatrales porque si no es cosa de nunca acabar. Si yo te ofendo al decir eso, lo veremos después.
FRIDA. ̶ Para decirme semejantes groserías no era necesario que me invitaras a visitarte. Todo eso podías habérmelo dicho en casa.
GUINTER (Burlón y con secos chasquidos de odio en la voz). ̶ Convendrás que en tu casa hablamos de amor. Incluso complicamos todo el sistema astronómico en nuestras relaciones. Ya ves si hay tela para cortar en tu casa. Pero vayamos por orden, te lo ruego, y no te molestes hasta el final. (Con transición de ternura dolida.) Cierto, querida mía, te he llamado para decirte que te quiero y dudo de tu sinceridad. No me interrumpas. Dejar de creer o no poder creer en una mujer es una desgracia involuntaria, semejante a la de estar enfermo. Nadie, reconocerás honestamente conmigo, desea estar enfermo, sin embargo los hospitales se encuentran repletos de dolientes. Por otra parte, y aceptarás conmigo que lo que te digo es una verdad de peso, lo trágico del amor consiste en que, siendo un sentimiento abstracto, se mide en las relaciones sociales con la vara de los hechos concretos. ¿Me entendés?
FRIDA. ̶ Perfectísimamente.
GUINTER (Con cierta jovialidad burlona en los ojos). ̶ De hecho, me querés con la misma fuerza con que yo te quiero a vos, ¿no es así? Pero al final de cuentas el que se tiene que casar soy yo. ¿No es otra vez así?
FRIDA. ̶ Así es.
GUINTER (Sumamente frío). ̶ De modo que suponiendo que vos ahora me dieras la prueba de amor de entregarte a mí, a cambio de esa prueba de amor, que duraría, sin incluir naturalmente el tiempo de desvestirse y vestirse, un minuto, yo, en pago de ese minuto, tengo que darte otra prueba de amor cuyas consecuencias económicas, serán efectivas para ti para toda la vida..., es decir..., el matrimonio.
FRIDA. ̶ Es así, Guinter..., no lo puedo negar. Pero quiero hacerte una pregunta. ¿Qué queda para la abandonada?
GUINTER. ̶ En la actualidad las únicas mujeres que se casan son las que han pasado por varias manos. Ellas aprovechan el conocimiento que les confiere la conducta ilegal, para proporcionarse un marido, como esos editores que se enriquecen publicando libros que predican la desaparición de la propiedad privada y el exterminio en masa de los capitalistas.
FRIDA. ̶ ¿Y qué es lo que entendés por conducta ilegal?
GUINTER. ̶ Entiendo que la mujer practica conducta ilegal cuando infringe todos los aparentes principios morales que son la base de nuestra sociedad burguesa. La sociedad burguesa condena la libertad sexual en la mujer... Pues bien..., la hipócrita actual finge despreciar tales prejuicios, para valorizarse intelectualmente ante el hombre, para encadenarlo con lazos de pasión y arrastrarlo así a la consumación del matrimonio, que es la suma de todos los prejuicios e inmundicias que basamentan la sociedad burguesa.
FRIDA. ̶ Nunca se me ocurrió analizar ese problema.
GUINTER (Ensañándose). ̶ Incluso, muchas de ellas se casan por la iglesia... y con corona de azahar. (Riéndose.) Se me ocurre que en vez de ceñir una corona de azahar deberían adornarse la cabeza con una corona de naranjitas...
FRIDA. ̶ ¿Naranjitas?
GUINTER. ̶ Claro..., las naranjitas simbolizarían los óvulos de los abortos padecidos durante la caza ilegal del marido.
FRIDA (Sonriendo involuntariamente). ̶ Sos un salvaje, querido.
GUINTER (Burlón). ̶ Me alegro. Siempre he dicho que sos una mujer razonable.
FRIDA. ̶ Creo que demasiado razonable. Sigamos con tu tesis.
GUINTER. ̶ A las mil maravillas. (Enigmático.) Me parece que hemos nacido el uno para el otro.
FRIDA. ̶ Es muy posible, si los sistemas astronómicos no se oponen.
GUINTER. ̶ ¿No te gusta la frasecita? Sin embargo es la verdadera. Pero no nos vayamos por las ramas, estábamos en... ¿en qué estábamos?...
FRIDA. ̶ En que la mujer, por una prueba de amor que dura un minuto, exige del hombre una prueba de amor que dura una eternidad.
GUINTER. ̶ Muy bien. Te pregunto yo ahora: ¿Qué prueba de amor puede dar una mujer que, en vez de durar un minuto, dure una eternidad?
FRIDA (Permanecer callada un instante; luego, sonriendo, con serenidad perfecta). ̶ Guinter..., la mujer no puede dar ninguna prueba de amor.
GUINTER. ̶ Dijiste la verdad. De modo que vos, de acuerdo con esa manifestación, no podés dar ninguna prueba de amor, ¿no es así?
FRIDA. ̶ Es así... al menos de ese amor a que te referís.
GUINTER. ̶ Magnífico. Veo que nos entendemos. (Cínicamente.) Cada vez me inclino a creer más en la intervención del sistema planetario en nuestro amor.
FRIDA. ̶ No sé por qué se me ocurre que hoy se juega mi destino aquí. (Con gesto de fatiga.) Y bueno... ¿Qué puedo hacer yo?
GUINTER. ̶ Frida quiero preguntarte algo. ¿Qué es lo que opinás de mi estado mental?
FRIDA. ̶ Es normal. Todavía no estás muy nervioso.
GUINTER. ̶ En este momento se me ha ocurrido una idea, Frida. Nosotros, los hijos de las razas del norte, nos podemos entender con las mujeres...
FRIDA. ̶ Ya sé..., que también sean del norte...
GUINTER. ̶ ¿Hacés ironía?
FRIDA. ̶ No, Guinter.
GUINTER. ̶ Te decía esto porque veo la vida de un modo muy particular.
FRIDA. ̶ Es muy posible.
GUINTER. ̶ Y en ciertas circunstancias me gusta jugarme la vida. Vos, Frida, sos una mujer a la que gustoso le daría una prueba de amor.
FRIDA. ̶ ¿De qué amor?
GUINTER. ̶ De este amor que vos no entendés.
FRIDA. ̶ ¿Te parece?
GUINTER. ̶ Decime, si yo fuera pobre, ¿te casarías conmigo?
FRIDA. ̶ Creo que sí.
GUINTER. ̶ Entonces me querés.
FRIDA. ̶ Es muy posible que vos no entiendas lo que es amor de mujer.
GUINTER. ̶ ¿Qué prueba convincente puede dar un amor de mujer?
FRIDA. ̶ ¿No hemos convenido en que ninguna mujer puede darle a un hombre una prueba de amor, si él previamente no cree?
GUINTER (Nuevamente hostil). ̶ Sin contar que esa prueba de amor a que nos referimos, la mujer puede otorgarla en cada oportunidad a un imbécil distinto. Y ese imbécil, creer que es técnicamente el primero... o a lo sumo el segundo... pero nada más que el segundo. Máxime si se tiene en cuenta que hoy hay parteras que fabrican una virginidad por quinientos pesos.
FRIDA. ̶ iQue enterado estás...! (Burlándose de GUINTER.) Querido..., no todas las familias pueden gastarse quinientos pesos en una...
GUINTER (Deliberadamente grosero). ̶ Cierto. Y además ¿qué harían las familias que tienen varias chicas para colocar? (Con furor lento.) Es colosal. Estas muchachas de familia burguesa, como quien lleva a un zapatero un par de zapatos, llevan sus órganos genitales a una partera, para que les eche media suela de virginidad.
FRIDA (Impaciente).-Te prevengo que la astronomía es más interesante.
GUINTER. ̶ Estábamos...
FRIDA (Examinando atentamente a GUINTER). ̶ En que ninguna mujer puede darle a un hombre una prueba de amor, como no sea su infinita paciencia.
GUINTER (Impasible). ̶ Por otra parte el valor de esa prueba de amor no puede extenderse a un espacio mayor de tiempo que el que ocupa esa misma prueba para ser realizada. De modo que una posesión, que dura tres minutos, no puede dar fe de un amor eterno, sino de un amor existente dentro de esos tres minutos. Pero las mujeres se comportan en cierto modo como las instituciones bancarias, que son instituciones para dar ganancia a sus accionistas: abren al cliente un crédito idéntico al depósito que han recibido en efectivo de éste. Es decir, son pasivas. Cuando el cliente agotó el depósito, el banco cierra su crédito; la mujer, la caja de su amor.
FRIDA. ̶ Razonás muy bien... y de todo lo que decís se desprende que es imposible darle una prueba de amor a un hombre como vos.
GUINTER. ̶ ¿No encontrás una sola prueba?
FRIDA. ̶ No encuentro, Guinter.
GUINTER. ̶ ¿Por qué no la encontrás?
FRIDA. ̶ Primero, porque matás la fe en mis propios actos; después, porque esa prueba no existe, Guinter. Habría que inventarla expresamente, para vos.
GUINTER. ̶ Y la gente ha estado hasta el presente demasiado ocupada para inventar una prueba para Federico Guinter, ¿no es así?
FRIDA. ̶ Desgraciadamente, es lo que ocurre.
GUINTER (Súbitamente reanimado). ̶ Pues yo la he inventado. ¿Querés pasar conmigo al cuarto de baño?
FRIDA vacila un instante, luego se pone de pie. GUINTER le hace cruzar la puerta ante él y sale.
ESCENA 3
GUINTER y FRIDA aparecen en el cuarto de baño. FRIDA permanece de pie a la entrada, mientras que GUINTER se sienta en la orilla de la bañera.
GUINTER (Señalando la bañera). ̶ ¿Ves? Aquí está mi fortuna. (Se inclina hacia el interior de la bañera y, tirando de una oreja del mantel, lo desplaza tan violentamente que algunos paquetes de dinero ruedan por el piso de mosaico.) Volviendo a lo nuestro: creo que estás resuelta a casarte conmigo para resolver tu problema económico. Eso, en primer término. Para una mujer como vos, lo sentimental queda siempre colocado en segundo o tercer plano.
FRIDA (Cruzándose de brazos). ̶ ¿Cuándo terminarás de insultarme?
GUINTER. ̶ Perdón..., mi finalidad no es insultarte sino probar la autenticidad de tus sentimientos amorosos. (Poniéndose de pie.) La prueba puede efectuarse de esta manera. Le prendemos fuego a la pila de billetes de banco y, cuando este sucio papel haya terminado de arder, yo me habré quedado pobre... y entonces, si vos persistís en casarte conmigo, es verdad que me querés en este momento actual de tu vida. Y no podré dudar.
FRIDA. ̶ ¿Estás loco?
GUINTER. ̶ Dejá esas exclamaciones para las heroínas del teatro poético.
FRIDA (Moviendo pensativamente la cabeza). ̶ Es cierto. Perdoname. En fin... (Pasea por el pasillo del baño.), es tu antojo..., perfectamente. Vos tenés el derecho de hacer lo que se te antoja con tu dinero, pero yo me creo obligada a advertirte que te he conocido rico..., no pobre...
GUINTER. ̶ Efectivamente.
FRIDA. ̶ De modo que, como yo no tengo poder para atarte con un chaleco de fuerza, te digo que, después que hayas consumado ese disparate, me reservo el derecho de aceptarte o rechazarte.
GUINTER. ̶ Me parece muy bien el convenio. Siempre dije que eras una mujer razonable.
FRIDA. ̶ Siempre se es razonable ante alguien que es más fuerte o más loco que nosotros. (Con súbito enternecimiento.) Pero si te rechazo, ¿dirás algo?
GUINTER (Examinándola, sinceramente sorprendido). ̶ ¿Por qué? Yo juego..., si pierdo... paciencia..., mala suerte... La vida no es este sucio papel.
FRIDA. ̶ No te creía tan fuerte.
GUINTER. ̶ Es difícil conocer al hombre, quizá más difícil que a la mujer.
FRIDA se inclina ahora sobre la bañera y coge un paquete y lo abre. Deja caer pensativamente los billetes, después toma otro paquete y repite la operación; nuevamente se inclina, revuelve entre los mazos y extrae un tercer paquete.
FRIDA. ̶ Y todos son nuevos. Ese es, tu dinero..., tu pobre dinero. No te ha hecho nada y lo vas a quemar.
GUINTER (Enfático). ̶ Mi fortuna... aquí, a tus pies.
FRIDA. ̶ ¿Compraste a muchas mujeres con ella?
GUINTER (Irónico). ̶ Para comprar mujeres no se necesita una fortuna. ¡Pobrecitas! Todas se venden por algo. Las más por una promesa de firma en el Registro Civil; las otras, a veces por un par de medias... y también por menos.
FRIDA. ̶ Es triste eso.
GUINTER. ̶ Nos van encanallando despacio. Al final uno llega a despreciarlas de tal modo que cuando lo aburren a uno les escupe en la cara, las echa a puntapiés y luego las vuelve a tomar.
FRIDA (Con rencor que tiembla en la voz). ̶ Te han hecho sufrir esas pérdidas, ¡eh!
GUINTER. ̶ ¿Por qué será que todas las mujeres tratan de pérdidas a las otras?
FRIDA. ̶ Por la misma razón que los hombres tratan de imbéciles a todos los otros que se han acostado con una mujer que se niega a complacerlo al que pronuncia esa palabra.
GUINTER. ̶ Es verdad.
FRIDA. ̶ Bueno..., ¿insistís en pensar que yo me caso con tu dinero y no con vos?
GUINTER. ̶ Sí.
FRIDA. ̶ Entonces podés prenderle fuego al sucio papel.
GUINTER abre un cajón de madera que está colocado sobre la bañera y saca una botella de nafta. Destapa el frasco y, cuando va a inclinarse para rociar el dinero, FRIDA lo detiene de un brazo.
FRIDA. ̶ Guinter..., si me querés tanto no es necesario que me des una prueba de amor.
GUINTER (Con frialdad) . ̶ No estoy probando el amor que te tengo, sino sometiendo a prueba el amor que decís tenerme. Lo cual es muy diferente, querida.
FRIDA. ̶ Hacé lo que quieras (Guinter rocía lentamente con nafta el dinero. Ella habla ostensiblemente nerviosa.) Guinter, no hagás locuras...
GUINTER (Irónico) . ̶ Tenés miedo de tu porvenir económico, ¿eh? ¡Cómo lo cuidás!
FRIDA (Tapándose el rostro con las manos). ̶ Hágase tu voluntad.
GUINTER enciende un fósforo y lo arroja al bulto de papel. Grandes llamaradas azules y rojas se reflejan en los azulejos del muro y temblequean franjas violáceas y anaranjadas. FRIDA, sin poder contener su curiosidad, se acerca ahora silenciosamente a la hoguera que arde en el interior de la bañera, y mira abstraída cómo se consume el dinero. Guinter observa en cambio con curiosidad malévola el rostro de la mujer encendido por el reflejo del incendio.
FRIDA (De pronto, sin poder contenerse). ̶ ¡Qué pena horrible, Guinter! ¡Guinter! ¿Qué has hecho, mi Guinter?... Hombre, mi pobre hombre querido. (FRIDA se abalanza al cuello de GUINTER, lo estrecha entre sus brazos y lo besa en el rostro.) Guinter. Guinter mío..., hoy he aprendido a quererte. ¡Qué alma, qué alma la tuya! ¡Oh, y yo que no te conocía! No te conocía, Guinter. Te lo juro. Sí, creeme. No te conocía. Estaba a tu lado fría, serena, calculadora. Dudaba de tu amor. Y ahora... ahora ¿qué mujer habrá recibido una prueba de amor semejante? Decime, Guinter, ¿qué mujer? ¡Oh, mi hombre! Mirá el fuego rojo... (Se inclinan ambos tomados por la cintura sobre la hoguera, que les cruza el rostro de resplandores escarlatas.) Las cenizas..., hasta las cenizas están rojas. Y vos dudabas si me casaría con vos..., pero claro, grandísimo tonto, criatura mía. (GUINTER se sienta en un extremo de la bañera.) Dejame sentar en tu falda. (GUINTER deja que ella se siente sobre sus rodillas y le enlaza la cintura con un brazo.) Verás, Guinter... verás..., seremos felices a pesar de todo...
GUINTER. ̶ Tenés que perdonarme, Frida. Dudaba...
FRIDA. ̶ Quien tiene que perdonarme sos vos. Guinter. Tú, mi pobre Guinter. Pero te acompañaré lo mismo. Tenés razón. La vida no es ese horrible dinero. (Mirando hacia la hoguera que apenas humea y con una sonrisa de niña.) ¡Qué curioso, Guinter..., a pesar de ser tan sucio, produce una ceniza blanca...!
GUINTER (Confidencialmente). ̶ Tendremos muchas alegrías en la vida, Frida.
FRIDA (Mirándolo con adoración). ̶ Como ésta, ninguna...
GUINTER (Enigmático). ̶ Puedo darte una gran alegría todavía...
FRIDA (Enternecida). ̶ No sabés lo que decís, Guinter querido.
GUINTER. ̶ Yo sé siempre lo que digo. (Echa la mano al bolsillo y extrae un cheque. Se lo alcanza.) Tomá, éste es mi regalo.
FRIDA (Leyendo extrañada el cheque). ̶ ¿Setenta mil pesos? ¿Cómo, tenías más dinero que el que has quemado?
GUINTER. ̶ No.
FRIDA (Con asombro creciente). ̶ ¿Y entonces?
GUINTER. ̶ El dinero que ardió era moneda falsa.
FRIDA (Se aparta lentamente de GUINTER. El cheque cae de entre sus manos al suelo. Demudación de desilusión infinita relaja las líneas de su rostro). ̶ ¡Ah... !
GUINTER. ̶ ¿Estás contenta, Frida? (Se acerca para tomarla de la cintura.)
FRIDA (Abandonando la orilla de la bañera, donde se habrá dejado caer automáticamente). ̶ No me toques, Guinter.
GUINTER. ̶ ¿Qué te pasa?
FRIDA. ̶ ¿Cómo te procuraste ese dinero falso?
GUINTER. ̶ Lo hice fabricar para mí. La imprenta que lo hizo sabía ya el destino que tenía. Pero, ¿por qué me preguntás eso?
FRIDA (Con el pensamiento ostensiblemente ausente de las palabras que pronuncia). ̶ ¿Y hay gente que se atreve a hacer esas cosas?
GUINTER. ̶ Pagándole, la gente se atreve a todo.
FRIDA (Siempre abstraída). ̶ Bueno..., es tarde, Guinter..., adiós...
GUINTER (estupefacto). ̶ ¿Cómo adiós?...
FRIDA (Recobrándose con lentitud). ̶ Bueno..., ha terminado la comedia, Guinter. Sos un hombre..., un hombre como todos...
GUINTER (Emocionado dolorosamente). ̶ ¿Qué decís... estás loca?
FRIDA (Fría y triste). ̶ Con razón que yo venía tan triste hacia aquí. Se jugaba mi destino... y ¡en qué manos, Dios mío..., en tus manos de tramposo!
GUINTER. ̶ Frida..., no pensás en lo que decís...
FRIDA. ̶ ¡Qué pena... ! Me has roto para siempre... y porque sí, ¡Un tramposo! ¡Querer a un tramposo! (Lentamente se quita el anillo de compromiso y, moviendo la cabeza como frente a un muerto, mira un instante la hoguera que reanima en su rostro un resplandor bermejo y arroja el anillo a la bañera. Algunas lágrimas corren por su carita.) ¡Qué pena, Dios mío, qué pena! (Sale sin mirar a GUINTER, que conmovido, se apoya en el muro con anonadamiento mentecato.)
TELÓN
Boceto teatral irrepresentable ante personas honestas
Personajes: Guinter - Frida
ACTO ÚNICO
Abierto sobre la escena, un cuarto de baño de muros cubiertos con azulejos blancos, separado de la biblioteca por un tabique de mampostería. La puerta del cuarto de baño comunica con el costado lateral izquierdo del foro, mientras que la puerta de la biblioteca, dando frente a los espectadores, se abre sobre un pasillo. La mesa de la biblioteca aparece anormalmente cubierta por un mantel blanco sobre el cual se distinguen pilas de paquetes pequeños cuyo contenido es imposible discernir. Fría luz invernal ilumina la escena.
ESCENA 1
GUINTER, en traje de calle, pero sin sombrero, entra con paso lento en la biblioteca; mira abstraído durante un instante los paquetes que están sobre la mesa y se acerca a la biblioteca, de la que extrae un libro, que hojea y coloca inmediatamente en el estante. Luego se acerca a la mesa, recoge las cuatro puntas del mantel e improvisa así un bulto. Indeciso, cavila y sale; entra en el cuarto de baño, donde se mira en el espejo.
GUINTER. ̶ Nada más que veintisiete años... y ¡qué viejo estoy...! (Enciende un cigarrillo sentándose en la orilla de la bañera enlozada.) Podría estar peor... (Mira en derredor.) Es lógico... Con estas cosas no se juega.
GUINTER cavila algunos segundos. Sale y entra en la biblioteca. Recoge el bulto por las orejas de trapo y sale nuevamente, para aparecer en el cuarto de baño. Deposita su carga en el suelo, mira buscando un lugar adecuado donde guardarla y, después de cerciorarse de que la bañera no contiene residuos de agua, coloca el bolsón dentro de ella. Terminada dicha operación, se refugia en la biblioteca acostándose en un sofá, pero, impaciente, abandona su rincón para acercarse a un reloj de pie cuya tapadera de vidrio abre, para hacer correr lentamente con el dedo el minutero.
GUINTER. ̶ Canalla..., siempre caminarás más rápido o más despacio de lo que necesitamos nosotros los hombres.
Se escucha el repiqueteo de un timbre. GUINTER sale apresurado.
ESCENA 2
GUINTER entra en la biblioteca en compañía de una joven que representa veinticuatro años, con traje "sastre" azul y velillo sobre el rostro. Cuando se quita el sombrero queda en escena un tipo insignificante de mujer. La fuerza interna de FRIDA se trasluce en la parsimonia de sus gestos y en la contención de sus nervios. Se tiene en presencia de ella la sensación que esta mujer es una perfecta hipócrita, espiritualizada y afinada por experiencias que ha sobrepasado. Toma asiento en un sofá frente a GUINTER.
GUINTER. ̶ ¿Tenías miedo de venir?
FRIDA. ̶ Miedo propiamente, no. Pero no me agradaría que en casa lo supieran.
GUINTER. ̶ ¿No estamos comprometidos, acaso?
FRIDA. ̶ Eso tiene que ser extraordinariamente importante para mí, ¿no?
GUINTER. ̶ ¿Por qué decís eso?
FRIDA. ̶ Según los hombres, únicamente un compromiso formal puede decidirla a una mujer a dar ciertos pasos..., al menos entiendo que en tu pregunta vos querés establecer eso...
GUINTER. ̶ Sí…, efectivamente.
FRIDA. ̶ De modo que éste es tu departamento (Mira en derredor). Muy bonito.
Se produce un intervalo de silencio.
GUINTER. ̶ Bueno..., decime..., ¿te imaginás para qué te hice venir?
FRIDA. ̶ No.
GUINTER. (Burlón) ̶ ¿Así que no te imaginás? Cierto, es lógico que no te imaginés.
FRIDA. ̶ No usés ese tono burlón. ¿He dicho alguna vez que era adivina?
GUINTER. ̶ Es cierto... Bueno, aclararé yo el misterio. Necesito que me des una prueba, una verdadera prueba de que tu amor no consiste en palabras.
FRIDA. ̶ Entonces me lo imaginé. (Sarcástica.) ¡Qué curioso! No creí nunca disponer de tanta imaginación.
GUINTER. ̶ Pues esta vez tu imaginación ha fallado, me parece. Yo lo que necesito es una prueba auténtica de amor.
FRIDA. ̶ ¿No te la doy al visitarte, completamente sola?
GUINTER (Irónico) ̶ A los veinticuatro años, son raras las mujeres que no han visitado el departamento de un hombre solo. Algunas en compañía de la madre, para volver después solas; otras, en compañía de la amiga. El procedimiento varía según el grado de hipocresía de la interesada, pero al final las consecuencias son idénticas.
FRIDA (Dominando su furor). ̶ ¿Con qué derecho me hablás así?
GUINTER. ̶ Disculparás, ¿no?, pero hoy vamos a conversar de cosas que considero serias. ¿Vos me querés?
FRIDA. ̶ ¿Lo dudás?
GUINTER. ̶ Sos una maravilla, querida. Contestás una pregunta con otra.
FRIDA. ̶ Eso quiere decir que dudás de mí.
GUINTER. ̶ Exactamente. Dudo.
FRIDA. ̶ ¿Por qué?
GUINTER (Fríamente). ̶ Creo que estás dispuesta a casarte con mi dinero.
FRIDA (Dejando escapar su indignación). ̶ ¿Qué decís?
GUINTER (Cínicamente). ̶ No repitamos las palabras como en los parlamentos teatrales porque si no es cosa de nunca acabar. Si yo te ofendo al decir eso, lo veremos después.
FRIDA. ̶ Para decirme semejantes groserías no era necesario que me invitaras a visitarte. Todo eso podías habérmelo dicho en casa.
GUINTER (Burlón y con secos chasquidos de odio en la voz). ̶ Convendrás que en tu casa hablamos de amor. Incluso complicamos todo el sistema astronómico en nuestras relaciones. Ya ves si hay tela para cortar en tu casa. Pero vayamos por orden, te lo ruego, y no te molestes hasta el final. (Con transición de ternura dolida.) Cierto, querida mía, te he llamado para decirte que te quiero y dudo de tu sinceridad. No me interrumpas. Dejar de creer o no poder creer en una mujer es una desgracia involuntaria, semejante a la de estar enfermo. Nadie, reconocerás honestamente conmigo, desea estar enfermo, sin embargo los hospitales se encuentran repletos de dolientes. Por otra parte, y aceptarás conmigo que lo que te digo es una verdad de peso, lo trágico del amor consiste en que, siendo un sentimiento abstracto, se mide en las relaciones sociales con la vara de los hechos concretos. ¿Me entendés?
FRIDA. ̶ Perfectísimamente.
GUINTER (Con cierta jovialidad burlona en los ojos). ̶ De hecho, me querés con la misma fuerza con que yo te quiero a vos, ¿no es así? Pero al final de cuentas el que se tiene que casar soy yo. ¿No es otra vez así?
FRIDA. ̶ Así es.
GUINTER (Sumamente frío). ̶ De modo que suponiendo que vos ahora me dieras la prueba de amor de entregarte a mí, a cambio de esa prueba de amor, que duraría, sin incluir naturalmente el tiempo de desvestirse y vestirse, un minuto, yo, en pago de ese minuto, tengo que darte otra prueba de amor cuyas consecuencias económicas, serán efectivas para ti para toda la vida..., es decir..., el matrimonio.
FRIDA. ̶ Es así, Guinter..., no lo puedo negar. Pero quiero hacerte una pregunta. ¿Qué queda para la abandonada?
GUINTER. ̶ En la actualidad las únicas mujeres que se casan son las que han pasado por varias manos. Ellas aprovechan el conocimiento que les confiere la conducta ilegal, para proporcionarse un marido, como esos editores que se enriquecen publicando libros que predican la desaparición de la propiedad privada y el exterminio en masa de los capitalistas.
FRIDA. ̶ ¿Y qué es lo que entendés por conducta ilegal?
GUINTER. ̶ Entiendo que la mujer practica conducta ilegal cuando infringe todos los aparentes principios morales que son la base de nuestra sociedad burguesa. La sociedad burguesa condena la libertad sexual en la mujer... Pues bien..., la hipócrita actual finge despreciar tales prejuicios, para valorizarse intelectualmente ante el hombre, para encadenarlo con lazos de pasión y arrastrarlo así a la consumación del matrimonio, que es la suma de todos los prejuicios e inmundicias que basamentan la sociedad burguesa.
FRIDA. ̶ Nunca se me ocurrió analizar ese problema.
GUINTER (Ensañándose). ̶ Incluso, muchas de ellas se casan por la iglesia... y con corona de azahar. (Riéndose.) Se me ocurre que en vez de ceñir una corona de azahar deberían adornarse la cabeza con una corona de naranjitas...
FRIDA. ̶ ¿Naranjitas?
GUINTER. ̶ Claro..., las naranjitas simbolizarían los óvulos de los abortos padecidos durante la caza ilegal del marido.
FRIDA (Sonriendo involuntariamente). ̶ Sos un salvaje, querido.
GUINTER (Burlón). ̶ Me alegro. Siempre he dicho que sos una mujer razonable.
FRIDA. ̶ Creo que demasiado razonable. Sigamos con tu tesis.
GUINTER. ̶ A las mil maravillas. (Enigmático.) Me parece que hemos nacido el uno para el otro.
FRIDA. ̶ Es muy posible, si los sistemas astronómicos no se oponen.
GUINTER. ̶ ¿No te gusta la frasecita? Sin embargo es la verdadera. Pero no nos vayamos por las ramas, estábamos en... ¿en qué estábamos?...
FRIDA. ̶ En que la mujer, por una prueba de amor que dura un minuto, exige del hombre una prueba de amor que dura una eternidad.
GUINTER. ̶ Muy bien. Te pregunto yo ahora: ¿Qué prueba de amor puede dar una mujer que, en vez de durar un minuto, dure una eternidad?
FRIDA (Permanecer callada un instante; luego, sonriendo, con serenidad perfecta). ̶ Guinter..., la mujer no puede dar ninguna prueba de amor.
GUINTER. ̶ Dijiste la verdad. De modo que vos, de acuerdo con esa manifestación, no podés dar ninguna prueba de amor, ¿no es así?
FRIDA. ̶ Es así... al menos de ese amor a que te referís.
GUINTER. ̶ Magnífico. Veo que nos entendemos. (Cínicamente.) Cada vez me inclino a creer más en la intervención del sistema planetario en nuestro amor.
FRIDA. ̶ No sé por qué se me ocurre que hoy se juega mi destino aquí. (Con gesto de fatiga.) Y bueno... ¿Qué puedo hacer yo?
GUINTER. ̶ Frida quiero preguntarte algo. ¿Qué es lo que opinás de mi estado mental?
FRIDA. ̶ Es normal. Todavía no estás muy nervioso.
GUINTER. ̶ En este momento se me ha ocurrido una idea, Frida. Nosotros, los hijos de las razas del norte, nos podemos entender con las mujeres...
FRIDA. ̶ Ya sé..., que también sean del norte...
GUINTER. ̶ ¿Hacés ironía?
FRIDA. ̶ No, Guinter.
GUINTER. ̶ Te decía esto porque veo la vida de un modo muy particular.
FRIDA. ̶ Es muy posible.
GUINTER. ̶ Y en ciertas circunstancias me gusta jugarme la vida. Vos, Frida, sos una mujer a la que gustoso le daría una prueba de amor.
FRIDA. ̶ ¿De qué amor?
GUINTER. ̶ De este amor que vos no entendés.
FRIDA. ̶ ¿Te parece?
GUINTER. ̶ Decime, si yo fuera pobre, ¿te casarías conmigo?
FRIDA. ̶ Creo que sí.
GUINTER. ̶ Entonces me querés.
FRIDA. ̶ Es muy posible que vos no entiendas lo que es amor de mujer.
GUINTER. ̶ ¿Qué prueba convincente puede dar un amor de mujer?
FRIDA. ̶ ¿No hemos convenido en que ninguna mujer puede darle a un hombre una prueba de amor, si él previamente no cree?
GUINTER (Nuevamente hostil). ̶ Sin contar que esa prueba de amor a que nos referimos, la mujer puede otorgarla en cada oportunidad a un imbécil distinto. Y ese imbécil, creer que es técnicamente el primero... o a lo sumo el segundo... pero nada más que el segundo. Máxime si se tiene en cuenta que hoy hay parteras que fabrican una virginidad por quinientos pesos.
FRIDA. ̶ iQue enterado estás...! (Burlándose de GUINTER.) Querido..., no todas las familias pueden gastarse quinientos pesos en una...
GUINTER (Deliberadamente grosero). ̶ Cierto. Y además ¿qué harían las familias que tienen varias chicas para colocar? (Con furor lento.) Es colosal. Estas muchachas de familia burguesa, como quien lleva a un zapatero un par de zapatos, llevan sus órganos genitales a una partera, para que les eche media suela de virginidad.
FRIDA (Impaciente).-Te prevengo que la astronomía es más interesante.
GUINTER. ̶ Estábamos...
FRIDA (Examinando atentamente a GUINTER). ̶ En que ninguna mujer puede darle a un hombre una prueba de amor, como no sea su infinita paciencia.
GUINTER (Impasible). ̶ Por otra parte el valor de esa prueba de amor no puede extenderse a un espacio mayor de tiempo que el que ocupa esa misma prueba para ser realizada. De modo que una posesión, que dura tres minutos, no puede dar fe de un amor eterno, sino de un amor existente dentro de esos tres minutos. Pero las mujeres se comportan en cierto modo como las instituciones bancarias, que son instituciones para dar ganancia a sus accionistas: abren al cliente un crédito idéntico al depósito que han recibido en efectivo de éste. Es decir, son pasivas. Cuando el cliente agotó el depósito, el banco cierra su crédito; la mujer, la caja de su amor.
FRIDA. ̶ Razonás muy bien... y de todo lo que decís se desprende que es imposible darle una prueba de amor a un hombre como vos.
GUINTER. ̶ ¿No encontrás una sola prueba?
FRIDA. ̶ No encuentro, Guinter.
GUINTER. ̶ ¿Por qué no la encontrás?
FRIDA. ̶ Primero, porque matás la fe en mis propios actos; después, porque esa prueba no existe, Guinter. Habría que inventarla expresamente, para vos.
GUINTER. ̶ Y la gente ha estado hasta el presente demasiado ocupada para inventar una prueba para Federico Guinter, ¿no es así?
FRIDA. ̶ Desgraciadamente, es lo que ocurre.
GUINTER (Súbitamente reanimado). ̶ Pues yo la he inventado. ¿Querés pasar conmigo al cuarto de baño?
FRIDA vacila un instante, luego se pone de pie. GUINTER le hace cruzar la puerta ante él y sale.
ESCENA 3
GUINTER y FRIDA aparecen en el cuarto de baño. FRIDA permanece de pie a la entrada, mientras que GUINTER se sienta en la orilla de la bañera.
GUINTER (Señalando la bañera). ̶ ¿Ves? Aquí está mi fortuna. (Se inclina hacia el interior de la bañera y, tirando de una oreja del mantel, lo desplaza tan violentamente que algunos paquetes de dinero ruedan por el piso de mosaico.) Volviendo a lo nuestro: creo que estás resuelta a casarte conmigo para resolver tu problema económico. Eso, en primer término. Para una mujer como vos, lo sentimental queda siempre colocado en segundo o tercer plano.
FRIDA (Cruzándose de brazos). ̶ ¿Cuándo terminarás de insultarme?
GUINTER. ̶ Perdón..., mi finalidad no es insultarte sino probar la autenticidad de tus sentimientos amorosos. (Poniéndose de pie.) La prueba puede efectuarse de esta manera. Le prendemos fuego a la pila de billetes de banco y, cuando este sucio papel haya terminado de arder, yo me habré quedado pobre... y entonces, si vos persistís en casarte conmigo, es verdad que me querés en este momento actual de tu vida. Y no podré dudar.
FRIDA. ̶ ¿Estás loco?
GUINTER. ̶ Dejá esas exclamaciones para las heroínas del teatro poético.
FRIDA (Moviendo pensativamente la cabeza). ̶ Es cierto. Perdoname. En fin... (Pasea por el pasillo del baño.), es tu antojo..., perfectamente. Vos tenés el derecho de hacer lo que se te antoja con tu dinero, pero yo me creo obligada a advertirte que te he conocido rico..., no pobre...
GUINTER. ̶ Efectivamente.
FRIDA. ̶ De modo que, como yo no tengo poder para atarte con un chaleco de fuerza, te digo que, después que hayas consumado ese disparate, me reservo el derecho de aceptarte o rechazarte.
GUINTER. ̶ Me parece muy bien el convenio. Siempre dije que eras una mujer razonable.
FRIDA. ̶ Siempre se es razonable ante alguien que es más fuerte o más loco que nosotros. (Con súbito enternecimiento.) Pero si te rechazo, ¿dirás algo?
GUINTER (Examinándola, sinceramente sorprendido). ̶ ¿Por qué? Yo juego..., si pierdo... paciencia..., mala suerte... La vida no es este sucio papel.
FRIDA. ̶ No te creía tan fuerte.
GUINTER. ̶ Es difícil conocer al hombre, quizá más difícil que a la mujer.
FRIDA se inclina ahora sobre la bañera y coge un paquete y lo abre. Deja caer pensativamente los billetes, después toma otro paquete y repite la operación; nuevamente se inclina, revuelve entre los mazos y extrae un tercer paquete.
FRIDA. ̶ Y todos son nuevos. Ese es, tu dinero..., tu pobre dinero. No te ha hecho nada y lo vas a quemar.
GUINTER (Enfático). ̶ Mi fortuna... aquí, a tus pies.
FRIDA. ̶ ¿Compraste a muchas mujeres con ella?
GUINTER (Irónico). ̶ Para comprar mujeres no se necesita una fortuna. ¡Pobrecitas! Todas se venden por algo. Las más por una promesa de firma en el Registro Civil; las otras, a veces por un par de medias... y también por menos.
FRIDA. ̶ Es triste eso.
GUINTER. ̶ Nos van encanallando despacio. Al final uno llega a despreciarlas de tal modo que cuando lo aburren a uno les escupe en la cara, las echa a puntapiés y luego las vuelve a tomar.
FRIDA (Con rencor que tiembla en la voz). ̶ Te han hecho sufrir esas pérdidas, ¡eh!
GUINTER. ̶ ¿Por qué será que todas las mujeres tratan de pérdidas a las otras?
FRIDA. ̶ Por la misma razón que los hombres tratan de imbéciles a todos los otros que se han acostado con una mujer que se niega a complacerlo al que pronuncia esa palabra.
GUINTER. ̶ Es verdad.
FRIDA. ̶ Bueno..., ¿insistís en pensar que yo me caso con tu dinero y no con vos?
GUINTER. ̶ Sí.
FRIDA. ̶ Entonces podés prenderle fuego al sucio papel.
GUINTER abre un cajón de madera que está colocado sobre la bañera y saca una botella de nafta. Destapa el frasco y, cuando va a inclinarse para rociar el dinero, FRIDA lo detiene de un brazo.
FRIDA. ̶ Guinter..., si me querés tanto no es necesario que me des una prueba de amor.
GUINTER (Con frialdad) . ̶ No estoy probando el amor que te tengo, sino sometiendo a prueba el amor que decís tenerme. Lo cual es muy diferente, querida.
FRIDA. ̶ Hacé lo que quieras (Guinter rocía lentamente con nafta el dinero. Ella habla ostensiblemente nerviosa.) Guinter, no hagás locuras...
GUINTER (Irónico) . ̶ Tenés miedo de tu porvenir económico, ¿eh? ¡Cómo lo cuidás!
FRIDA (Tapándose el rostro con las manos). ̶ Hágase tu voluntad.
GUINTER enciende un fósforo y lo arroja al bulto de papel. Grandes llamaradas azules y rojas se reflejan en los azulejos del muro y temblequean franjas violáceas y anaranjadas. FRIDA, sin poder contener su curiosidad, se acerca ahora silenciosamente a la hoguera que arde en el interior de la bañera, y mira abstraída cómo se consume el dinero. Guinter observa en cambio con curiosidad malévola el rostro de la mujer encendido por el reflejo del incendio.
FRIDA (De pronto, sin poder contenerse). ̶ ¡Qué pena horrible, Guinter! ¡Guinter! ¿Qué has hecho, mi Guinter?... Hombre, mi pobre hombre querido. (FRIDA se abalanza al cuello de GUINTER, lo estrecha entre sus brazos y lo besa en el rostro.) Guinter. Guinter mío..., hoy he aprendido a quererte. ¡Qué alma, qué alma la tuya! ¡Oh, y yo que no te conocía! No te conocía, Guinter. Te lo juro. Sí, creeme. No te conocía. Estaba a tu lado fría, serena, calculadora. Dudaba de tu amor. Y ahora... ahora ¿qué mujer habrá recibido una prueba de amor semejante? Decime, Guinter, ¿qué mujer? ¡Oh, mi hombre! Mirá el fuego rojo... (Se inclinan ambos tomados por la cintura sobre la hoguera, que les cruza el rostro de resplandores escarlatas.) Las cenizas..., hasta las cenizas están rojas. Y vos dudabas si me casaría con vos..., pero claro, grandísimo tonto, criatura mía. (GUINTER se sienta en un extremo de la bañera.) Dejame sentar en tu falda. (GUINTER deja que ella se siente sobre sus rodillas y le enlaza la cintura con un brazo.) Verás, Guinter... verás..., seremos felices a pesar de todo...
GUINTER. ̶ Tenés que perdonarme, Frida. Dudaba...
FRIDA. ̶ Quien tiene que perdonarme sos vos. Guinter. Tú, mi pobre Guinter. Pero te acompañaré lo mismo. Tenés razón. La vida no es ese horrible dinero. (Mirando hacia la hoguera que apenas humea y con una sonrisa de niña.) ¡Qué curioso, Guinter..., a pesar de ser tan sucio, produce una ceniza blanca...!
GUINTER (Confidencialmente). ̶ Tendremos muchas alegrías en la vida, Frida.
FRIDA (Mirándolo con adoración). ̶ Como ésta, ninguna...
GUINTER (Enigmático). ̶ Puedo darte una gran alegría todavía...
FRIDA (Enternecida). ̶ No sabés lo que decís, Guinter querido.
GUINTER. ̶ Yo sé siempre lo que digo. (Echa la mano al bolsillo y extrae un cheque. Se lo alcanza.) Tomá, éste es mi regalo.
FRIDA (Leyendo extrañada el cheque). ̶ ¿Setenta mil pesos? ¿Cómo, tenías más dinero que el que has quemado?
GUINTER. ̶ No.
FRIDA (Con asombro creciente). ̶ ¿Y entonces?
GUINTER. ̶ El dinero que ardió era moneda falsa.
FRIDA (Se aparta lentamente de GUINTER. El cheque cae de entre sus manos al suelo. Demudación de desilusión infinita relaja las líneas de su rostro). ̶ ¡Ah... !
GUINTER. ̶ ¿Estás contenta, Frida? (Se acerca para tomarla de la cintura.)
FRIDA (Abandonando la orilla de la bañera, donde se habrá dejado caer automáticamente). ̶ No me toques, Guinter.
GUINTER. ̶ ¿Qué te pasa?
FRIDA. ̶ ¿Cómo te procuraste ese dinero falso?
GUINTER. ̶ Lo hice fabricar para mí. La imprenta que lo hizo sabía ya el destino que tenía. Pero, ¿por qué me preguntás eso?
FRIDA (Con el pensamiento ostensiblemente ausente de las palabras que pronuncia). ̶ ¿Y hay gente que se atreve a hacer esas cosas?
GUINTER. ̶ Pagándole, la gente se atreve a todo.
FRIDA (Siempre abstraída). ̶ Bueno..., es tarde, Guinter..., adiós...
GUINTER (estupefacto). ̶ ¿Cómo adiós?...
FRIDA (Recobrándose con lentitud). ̶ Bueno..., ha terminado la comedia, Guinter. Sos un hombre..., un hombre como todos...
GUINTER (Emocionado dolorosamente). ̶ ¿Qué decís... estás loca?
FRIDA (Fría y triste). ̶ Con razón que yo venía tan triste hacia aquí. Se jugaba mi destino... y ¡en qué manos, Dios mío..., en tus manos de tramposo!
GUINTER. ̶ Frida..., no pensás en lo que decís...
FRIDA. ̶ ¡Qué pena... ! Me has roto para siempre... y porque sí, ¡Un tramposo! ¡Querer a un tramposo! (Lentamente se quita el anillo de compromiso y, moviendo la cabeza como frente a un muerto, mira un instante la hoguera que reanima en su rostro un resplandor bermejo y arroja el anillo a la bañera. Algunas lágrimas corren por su carita.) ¡Qué pena, Dios mío, qué pena! (Sale sin mirar a GUINTER, que conmovido, se apoya en el muro con anonadamiento mentecato.)
TELÓN
domingo, 22 de septiembre de 2019
Trabajo práctico para 5º año COM y CSH, de la Escuela Cangallo
Trabajo
práctico – 5º COM y 5º CSH – Lengua y
literatura – Año 2019
PARA ALUMNOS QUE NO ELIJAN LA EVALUACIÓN ORAL
PARA ALUMNOS QUE NO ELIJAN LA EVALUACIÓN ORAL
Profesora:
Marcela Testadiferro
Tema: Cuentos de Silvina Ocampo y Jorge Luis
Borges
Normas a cumplir:
- El trabajo deberá ser entregado en una carpeta rígida o semirrígida.
- El trabajo deberá estar impreso usando Times New Roman, tamaño 12, con interlineado sencillo.
- El trabajo será individual.
- El trabajo podrá entregarse hasta el 8 de octubre.
- Fecha de devolución: hasta el 25 de octubre.
Se advierte a los alumnos que la
honestidad en la realización del trabajo es fundamental. De existir dudas sobre
la misma, la profesora podrá evaluar para verificar su compromiso con el
material analizado y producido. Si se copian textos de internet sin
elaborarlos, los trabajos serán desaprobados. La red solo puede ser un elemento
de consulta.
Consignas a realizar:
Cada estudiante deberá optar por una de las consignas para
cada autor. De tal forma, realizará una consigna para los cuentos de Ocampo y otra, para los cuentos de Borges.
Para los cuentos de Silvina Ocampo:
1) Escribir
un ensayo de al menos 30 líneas analizando un aspecto que se repita en todos
los cuentos leídos.
2) Escribir
un texto ficcional (cuento), de al menos 30 líneas, desde la perspectiva de un
niño o un animal, donde se perciba el contraste entre inocencia y crueldad.
3) Representar
en una historieta, de al menos 12 viñetas, “La casa de azúcar”.
Para los cuentos de Jorge Luis Borges:
a) Escribir
un ensayo de al menos 30 líneas analizando la figura del “infinito” en los cuentos
vistos.
b) Escribir
un texto ficcional que aborde la idea paradojal del infinito encerrado en un
espacio finito, tal como lo plantea Beatriz Sarlo en “Orden y fantasía”.
c) Escribir
un texto ficcional que trabaje la intertextualidad con “El aleph”.
d) Escribir
un texto comparando la construcción de los sueños “Las ruinas circulares” y en
la película Inception, Christopher
Nolan.
lunes, 12 de agosto de 2019
"El joven guardián", de Carlos Gamerro (1º año Cangallo)
EN LOS 50 AÑOS DE LA PUBLICACION DE UNA NOVELA MITICA DE J.D. SALINGER
El
joven guardián
En 1951 se publicó la novedosa El guardián en el centeno y Salinger se convirtió en el escritor más popular de los Estados Unidos.
En 1951 se publicó la novedosa El guardián en el centeno y Salinger se convirtió en el escritor más popular de los Estados Unidos.
CARLOS GAMERRO
Si en serio querés que te cuente, lo primero que vas a querer saber es dónde nací, y cómo fue mi jodida infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme y todo, toda esa mierda bien David Copperfield, pero la verdad es que no tengo ni ganas de entrar a hablar de eso."
Cincuenta años atrás, la primera oración de una novela le hablaba así a su lector. Así, en singular, ya que El guardián en el centeno no se dirige a un público, sino a vos, personalmente (el autor tenía tu rostro ante sus ojos todo el tiempo mientras la escribía). Así, en el lenguaje que hablás con tus amigos (o mejor aun: en el lenguaje que te gustaría hablar con tus amigos) y que jamás habías apreciado del todo —jamás habías podido valorar estéticamente, y por lo tanto defender- porque nunca lo habías podido contemplar en la página impresa de un libro. El protagonista, que pronto nos dirá su nombre, Holden Caulfield, te va a contar, a vos, la historia de su última Navidad, cuando fue expulsado de la prestigiosa escuela preparatoria Pencey y deambuló, solo, por su ciudad, Nueva York, como si fuera un extranjero, visitando incluso su propia casa a escondidas, en la noche, como un fantasma.
Hay algo que Holden da por sentado: si nadie en la novela, salvo su hermanita Phoebe, puede entenderlo, vos sí vas a hacerlo. Porque vos pensás como él, sentís como él, compartís sus gustos y disgustos —y si no lo hacés en las primeras páginas, pronto lo vas a hacer, a riesgo de verte obligado a dejar de leer: es tal su candor (en el sentido que el contemporáneo Allen Ginsberg daba a la palabra: no ocultar nunca nada) que te sentís obligado a responderle de la misma manera, y preferís cambiar vos, antes que disentir con él—.
La novela podría suponerse escrita por un adolescente como Holden salvo por un rasgo que la delata: un adolescente al escribir tendería a impostar las formas del discurso adulto, serio, saturando su estilo de clichés rimbombantes, de abstracciones altisonantes y formas poéticas pasadas de moda. Le costará, sobre todo, lograr un estilo homogéneo. El estilo de El guardián es sistemáticamente el de un joven hablando con otros jóvenes; como sólo un estilista maduro, elaborando sobre las formas del habla adolescente, podría lograr. Con 32 años de vida, J. D. Salinger había crecido en Nueva York, asistido a una academia militar, participado en el desembarco de Normandía, interrogado prisioneros alemanes y, una vez regresado a su ciudad (la única de su literatura), publicado un puñado de cuentos perfectos en la revista The New Yorker.
Durante la guerra pudo conocer a Hemingway, uno de sus héroes literarios (mucho le debe la saga de relatos sobre Seymour Glass, de Salinger, a la serie de cuentos sobre Nick Adams, de Hemingway), pero a diferencia de su maestro, lo que interesa a Salinger no es tanto la guerra sino sus bordes, no tanto la experiencia extraordinaria sino la cotidiana, en esa sociedad de posguerra, la más represiva e intolerante de la historia norteamericana: la época del complejo militar-industrial de Eisenhower, del macartismo, del primer intento de suicidio de Sylvia Plath, de la internación de Allen Ginsberg y de Holden Caulfield, del suicidio de Seymour Glass. Fue, sobre todo para los jóvenes, una época imposible.
Los jóvenes —los adolescentes, los teenagers— no existieron desde siempre y en todas partes: su invención es reciente, tuvo lugar en los Estados Unidos, y en los años 50. Basta mirar el cine o la publicidad anterior para comprobarlo: cada jovencito, en su vestimenta, corte de pelo, su aura en suma, es un cloncito de su papá y cada muchachita, de su mamá. Si algo los distingue de los progenitores es su carácter incompleto, no terminado aún, la mirada anhelante ("quiero llegar a ser como vos") que dirigen al adulto. Pocos años después la ropa, la música, el cine, la literatura, la comida, el corte del pelo y el corte del cuerpo se han vuelto propios, y los jóvenes sólo se miran entre ellos, o acaso a algún adulto que siga manifestando suficientes rasgos juveniles, exteriores o interiores. La cultura joven se define ahora positivamente, por rasgos propios y por oposición (no aspiración) al mundo de los adultos. Hace 50 años, los jóvenes tomaron la cultura por asalto. Lo hicieron en distintos frentes y con distintos liderazgos: en el cine con James Dean, en la música con Elvis Presley y en la literatura con J.D. Salinger.
El fenómeno de la invención de los jóvenes y su cultura tuvo ese rasgo norteamericano de congeniar la rebelión contra el sistema con las demandas del mercado. Los jóvenes se rebelan y rechazan el mundo de sus padres, pero sus padres descubren que en esa rebeldía hay un mercado potencial y surge la cultura joven como cultura de consumo (tal vez una de las más lucrativas de las últimas décadas).
En los 50 y en la literatura, la invención de la cultura joven tuvo dos vertientes fundamentales: Salinger y los beats. Salinger representa sobre todo la insatisfacción de los niños bien: tanto sus personajes como muchos de sus lectores asisten a las preparatorias más caras y luego a las universidades de la "Ivy League" (Harvard, Yale, Princeton y otras). La estética de Salinger es esencialmente aristocrática, aunque se trate de una aristocracia de la sensibilidad más que del dinero. Sus personajes son demasiado buenos, demasiado sensibles para este mundo y terminan suicidándose (Teddy, Seymour Glass) o en un hospicio (Holden). En su obra posterior se plantean el problema:"¿Cómo puede un individuo excepcional vivir en un mundo mediocre dominado por cretinos?".
Exasperado por la ineptitud y la soberbia de sus críticos, se retiró del mundo primero, a una granja rodeada por un muro inexpugnable en Cornish, New Hampshire, y evitó de ahí en más todo contacto con lectores y periodistas —lo cual tuvo el paradójico resultado de convertir a Salinger en un involuntario avatar de Abenjacán el Bojarí, ese personaje de Borges que construye un laberinto para esconderse de su perseguidor y lo que logra es atraerlo: Cornish se ha vuelto un centro de peregrinación de visitantes que esperan atrapar al elusivo autor en una de sus escasas excursiones al mundo exterior. (En ese sentido Thomas Pynchon, el otro ermitaño de las letras norteamericanas, ha sido más consecuente, o menos histérico: nunca se dejó ver, y para esconderse, eligió el lugar indicado: el laberinto de Nueva York).
Este retiro de su persona de la escena literaria tampoco fue suficiente: a partir de los tempranos 60, Salinger se negaría a publicar lo que escribía, situación que se ha mantenido hasta el presente. Los beats, que completarían en los 50 la educación de la primera generación de jóvenes, cubrieron en cambio el lado más democrático y under. Si Holden, y luego los niños Glass, nos susurran en el oído: "vos y yo somos especiales, diferentes" (aunque lo susurren en el oído de todos nosotros), los personajes de la literatura beat, entre los cuales se cuentan en primer lugar los propios autores beat, nos dicen: "yo soy como todos, y todos pueden ser como yo". Entre el Holden Caulfield de Salinger y el Dean Moriarty de Kerouac quedó trazado el espectro de identidades posibles para la nueva juventud (los que quedaban fuera eran los squares, los cuadrados, los que elegían seguir siendo meros adultos incompletos).
Si, como sugiere Harold Bloom, Shakespeare inventó lo humano tal como lo concebimos hoy, podemos extender la idea y comprobar cómo, por ejemplo, Dickens inventó a los niños, y Salinger, Kerouac y Ginsberg, a los jóvenes.
Fue, sobre todo, como los son siempre los aciertos de la literatura, un truco del lenguaje. El largo monólogo en primera persona de Holden Caulfield es vívido a fuerza de originalidad y precisión, pero en él abundan todos los "vicios" del lenguaje adolescente: repetición de ciertas muletillas (and all, or anything, crazy y corny son algunas de las más frecuentes), vocabulario limitado, nivelación democrática entre el lenguaje culto y el slang.
El logro de Salinger consistió en hacer del vicio, virtud; en darse cuenta de que allí había una estética. Aunque más que de un léxico se tratara de una música, un ritmo —complementado además por una ética: la de un autor que nunca se coloca por encima del lenguaje de su protagonista: nunca nos da la sensación que las palabras de Holden adolescente estén puestas entre comillas; nunca su modo de hablar está tratado como objeto pintoresco que el autor-antropólogo observa y exhibe a nuestra indulgente consideración; no hay, en las 220 páginas de la novela, una sola nota falsa—. Lo más sorprendente es ver que su lenguaje no ha envejecido (el peligro más insidioso que acecha a los cultores del habla coloquial). Más que interpelar a una generación, como hizo su predecesor y modelo Scott Fitzgerald con los jóvenes de la Jazz Age, Salinger escribe para las sucesivas generaciones de adolescentes que todavía hoy, 50 años después, se siguen identificando con el protagonista.
De todas las palabras clave que marcan el compás de la novela, quizá la dominante sea la palabra phoney, que participa de nuestros significados de "trucho", "falso", "careta", "hipócrita" sin agotarse en ninguno de ellos. El concepto de phoney es la vara con la cual Holden mide el mundo, no sólo el de los adultos sino de sus pretenciosos y snobs compañeros. La sinceridad se convierte en el rasgo que divide a los nuevos jóvenes (los primeros jóvenes), del mundo de los adultos. Y se convierte además en la cualidad fundamental de la obra: no tanto como contenido sino como rasgo de estilo. De manera similar, El cazador es sincero no porque lo que dice la obra sea lo que el autor piensa (Salinger no concede reportajes ni escribe artículos, así que no podemos saber qué piensa), sino porque reconocemos, en la voz del personaje, todos los acentos de la sinceridad.
La obra de Salinger nos entrega una estética (que algunos querrán encuadrar dentro del minimalismo), una filosofía (que básicamente sigue a los maestros zen), nos ofrece la membresía de un exclusivo club del gusto y, a contracorriente de mucha literatura moderna y posmoderna, dedica gran parte de sus energías a proponer una pedagogía. Para Wordsworth, uno de los creadores del romanticismo, el niño era el maestro del hombre. El romántico urbano Salinger hace de esta verdad el punto fijo alrededor del cual reorganizar la vida humana. No a otra cosa se refiere el título de esta novela: Holden, cuando tiene que definir qué le gustaría ser en la vida, describe su visión: un grupo de niños jugando en un campo de centeno, al borde de un precipicio, y entre los niños y el precipicio el propio Holden, listo para atrapar a cualquiera que esté en riesgo de caer. El guardián en el centeno no los retará, ni siquiera los aleccionará sobre los riesgos de jugar al borde del abismo, simplemente los atrapará antes de que caigan. (Lo cual, dicho sea de paso, revela lo obtuso de traducir el título The Catcher in the Rye como El cazador oculto. Incluso "guardián" es insuficiente, ya que catcher se refiere al que atrapa la pelota en el béisbol: Holden sería entonces "el catcher en el centeno", y es de suponerse que para atrapar a los niños usará el guante de béisbol en el cual su hermano muerto Allie copiaba sus poemas favoritos). La educación actual, para Salinger, consiste en destruir sistemáticamente la sabiduría del niño, que sólo necesita desarrollarse sin interferencias. Seymour Glass usará otra imagen: los niños no son una posesión de los padres: son huéspedes en la casa y deben ser tratados —honrados— como tales. Fuera del mero cuidado físico, toda educación es deformación e interferencia.
Se ha repetido hasta el cansancio que los personajes literarios son meras ristras de palabras, que no tienen existencia real fuera de la página. Pero lo mismo puede decirse de todos los personajes históricos: el Julio César de la historia no es más real que el de Shakespeare. Salinger creía en la realidad de sus personajes, y una de las maneras de demostrarlo fue otorgándoles la capacidad de seguir viviendo en los intervalos entre un libro y otro: sobre todo en la saga de la familia Glass, a la que se dedica por entero tras concluir, en El cazador, la de los Caulfield. Salinger no toleraba la crítica, pero al parecer lo que le molestaba no era que lo criticaran a él, como autor, sino que criticaran a sus personajes. Retiró el manuscrito de El guardián de manos del que iba a ser su primer editor, porque el hombre "creía que Holden estaba loco". La necesidad de proteger a sus personajes de la incomprensión del mundo exterior lo llevaría, eventualmente, a no publicar las nuevas historias que escribía.
Los escritores que, como Rimbaud, han renunciado a la literatura, siempre han ejercido en lectores, críticos y colegas una fascinación no exenta de ofensa y reproche. Pero escribir y no publicar es, en un escritor consagrado, o un insulto hacia sus lectores, o una todavía más imperdonable coquetería. No resulta difícil imaginar a los editores esperando ansiosamente el momento de su muerte, listos a abalanzarse sobre la pila de inevitables best-sellers que se habrán acumulado a lo largo de 40 años de productiva reclusión. Quizás Salinger, decidido a dar batalla hasta el final, haga verdadera la fantasía de Kafka y los queme antes de que caigan en manos de ese otro fuego peor, el del infierno que son los lectores. Su actitud parecería alinearse con la de ciertos personajes de Borges, como el escritor de "El milagro secreto" o el sacerdote de "La escritura del Dios": la perfección de la obra o del saber son inmanentes, no necesitan salir al mundo exterior para verse confirmados: Dios, al menos, los habrá leído y comprendido. El ideal de autor que tiene Holden es bien sencillo: alguien a quien puedas llamar por teléfono y contarle. Isak Dinesen y Ring Lardner pasan la prueba, Somerset Maugham no. Paradojas de la nunca lineal relación entre vida y obra: Salinger pasó la prueba —con sobresaliente— convirtiéndose en el autor al que todos querían llamar, y terminó recluyéndose en un monasterio para uno, rehuyendo todo contacto humano y renunciando a publicar, justamente para que dejaran de llamarlo.
domingo, 11 de agosto de 2019
El otro, de Jorge Luis Borges
El Otro
Jorge Luis Borges
El hecho ocurrió el mes de febrero de 1969, al norte de Boston, en
Cambridge. No lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue
olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo,
los otros lo leerán como un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí.
Sé que fue casi atroz mientras
duró y más aún durante las desveladas noches que lo siguieron. Ello no
significa que su relato pueda conmover a un tercero.
Serían las diez de la mañana. Yo estaba recostado en un banco, frente al
río Charles. A unos quinientos metros a mi derecha había un alto edificio, cuyo
nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo.
Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen
de Heráclito. Yo había dormido bien, mi clase de la tarde anterior había
logrado, creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista.
Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los
estados de fatiga) de haber vivido ya aquel momento. En la otra punta de mi
banco alguien se había sentado. Yo hubiera preferido estar solo, pero no quise
levantarme en seguida, para no mostrarme incivil. El otro se había puesto a
silbar. Fue entonces cuando ocurrió la primera de las muchas zozobras de esa
mañana. Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca he sido muy entonado),
era el estilo criollo de La tapera de Elías Regules. El estilo me retrajo a un
patio, que ha desaparecido, y la memoria de Alvaro Melián Lafinur, que hace tantos
años ha muerto. Luego vinieron las palabras. Eran las de la décima del
principio. La voz no era la de Álvaro, pero quería parecerse a la de Alvaro. La
reconocí con horror.
Me le acerqué y le dije:
-Señor, ¿usted es oriental o argentino?
-Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra -fue la contestación.
Hubo un silencio largo. Le pregunté:
-¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?
Me contestó que sí.
-En tal caso -le dije
resueltamente- usted se llama Jorge Luis
Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de
Cambridge.
-No -me respondió con mi propia voz un poco lejana.
Al cabo de un tiempo insistió:
-Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro
es que nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.
Yo le contesté:
-Puedo probarte que no miento. Voy a decirte cosas que no puede saber un
desconocido. En casa hay un mate de plata con un pie de serpientes, que trajo
de Perú nuestro bisabuelo. También hay una palangana de plata, que pendía del
arzón. En el armario de tu cuarto hay dos filas de libros. Los tres de
volúmenes de Las mil y una noches de Lane, con grabados en acero y notas en
cuerpo menor entre capítulo, el diccionario latino de Quicherat, la Germania de
Tácito en latín y en la versión de Gordon, un Don Quijote de la casa Garnier,
las Tablas de Sangre de Rivera Indarte, con la dedicatoria del autor, el Sartor
Resartus de Carlyle, una biografía de Amiel y, escondido detrás de los demás,
un libro en rústica sobre las costumbres sexuales de los pueblos balkánicos. No
he olvidado tampoco un atardecer en un primer piso en la plaza Dubourg.
-Dufour -corrigió.
-Está bien, Dufour. ¿Te basta con todo eso?
-No -respondió-. Esas pruebas no prueban nada. Si yo lo estoy soñando,
es natural que sepa lo que yo sé. Su catálogo prolijo es del todo vano.
La objeción era justa. Le contesté:
-Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene
que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra
evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado
el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar.
-¿Y si el sueño durara? -dijo con ansiedad.
Para tranquilizarlo y tranquilizarme, fingí un aplomo que ciertamente no
sentía. Le dije:
-Mi sueño ha durado ya setenta años. Al fin y al cabo, al recordarse, no
hay persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasando
ahora, salvo que somos dos. ¿No querés saber algo de mi pasado, que es el
porvenir que te espera?
Asintió sin una palabra. Yo proseguí un poco perdido:
-Madre está sana y buena en su casa de Charcas y Maipú, en Buenos Aires,
pero padre murió hace unos treinta años. Murió del corazón. Lo acabó una
hemiplejía; la mano izquierda puesta sobre la mano derecha era como la mano de
un niño sobre la mano de un gigante. Murió con impaciencia de morir, pero sin
una queja. Nuestra abuela había muerto en la misma casa. Unos días antes del
fin, nos llamo a todos y nos dijo: "Soy una mujer muy vieja, que está
muriéndose muy despacio. Que nadie se alborote por una cosa tan común y
corriente."Norah, tu hermana, se casó y tiene dos hijos. A propósito, ¿en
casa cómo están?
-Bien. Padre siempre con sus bromas contra la fe. Anoche dijo que Jesús
era como los gauchos, que no quieren comprometerse, y que por eso predicaba en
parábolas.
Vaciló y me dijo:
-¿Y usted?
-No sé la cifra de los libros que escribirás, pero sé que son
demasiados. Escribirás poesías que te darán un agrado no compartido y cuentos
de índole fantástica. Darás clases como tu padre y como tantos otros de nuestra
sangre.
Me agradó que nada me preguntara sobre el fracaso o éxito de los libros.
Cambié de tono y proseguí:
-En lo que se refiere a la historia... Hubo otra guerra, casi entre los
mismos antagonistas. Francia no tardó en capitular; Inglaterra y América
libraron contra un dictador alemán, que se llamaba Hitler, la cíclica batalla
de Waterloo. Buenos Aires, hacía mil novecientos cuarenta y seis, engendró otro
Rosas, bastante parecido a nuestro pariente. El cincuenta y cinco, la provincia
de Córdoba nos salvó, como antes Entre Ríos. Ahora, las cosas andan mal. Rusia
está apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la
democracia, no se resuelve a ser un imperio. Cada día que pasa nuestro país es
más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos. No
me sorprendería que la enseñanza del latín fuera reemplazada por la del
guaraní.
Noté que apenas me prestaba atención. El miedo elemental de lo imposible
y sin embargo cierto lo amilanaba. Yo, que no he sido padre, sentí por ese
pobre muchacho, más íntimo que un hijo de mi carne, una oleada de amor. (…)
-Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con
un señor de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?
No había pensado en esa dificultad. Le respondí sin convicción:
-Tal vez el hecho fue tan extraño que traté de olvidarlo.
Aventuró una tímida pregunta:
-¿Cómo anda su memoria?
Comprendí que para un muchacho que no había cumplido veinte años; un
hombre de más de setenta era casi un muerto. Le contesté:
-Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan. Estudio anglosajón y no soy el último de la
clase.
Nuestra conversación ya había durado demasiado para ser la de un sueño.
(…) De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza
el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor.
Se me ocurrió un artificio análogo.
-Oí -le dije-, ¿tenés algún dinero?
-Sí - me replicó-. Tengo unos veinte francos. Esta noche lo convidé a
Simón Jichlinski en el Cocodrile.
-Dile a Simón que ejercerá la medicina en Carouge, y que hará mucho
bien... ahora, me das una de tus monedas.
Sacó tres escudos de plata y unas piezas menores. Sin comprender me
ofreció uno de los primeros.
Yo le tendí uno de esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez.
Yo le tendí uno de esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez.
-No puede ser -gritó-. Lleva la fecha de mil novecientos sesenta y
cuatro.
(Meses después alguien me dijo que los billetes de banco no llevan
fecha.)
-Todo esto es un milagro -alcanzó a decir- y lo milagroso da miedo.
Quienes fueron testigos de la resurrección de Lázaro habrán quedado
horrorizados.
No hemos cambiado nada, pensé. Siempre las referencias librescas.
Hizo pedazos el billete y guardó la moneda.
Yo resolví tirarla al río. El arco del escudo de plata perdiéndose en el
río de plata hubiera conferido a mi historia una imagen vívida, pero la suerte
no lo quiso.
Respondí que lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser
aterrador. Le propuse que nos viéramos al día siguiente, en ese mismo banco que
está en dos tiempos y en dos sitios.
Asintió en el acto y me dijo, sin mirar el reloj, que se le había hecho
tarde. Los dos mentíamos y cada cual sabía que su interlocutor estaba
mintiendo. Le dije que iban a venir a buscarme.
-¿A buscarlo? -me interrogó.
-Sí. Cuando alcances mi edad habrás perdido casi por completo la vista. Verás
el color amarillo y sombras y luces. No te preocupes. La ceguera gradual no es
una cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano.
Nos despedimos sin habernos tocado. Al día siguiente no fui. El otro
tampoco habrá ido.
He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo
haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó
conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la
vigilia y todavía me atormenta el encuentro.
El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo,
la imposible fecha en el dólar.
domingo, 14 de julio de 2019
Cuento de Borges para 5º año Escuela Cangallo
Estos son los cuentos que vamos a leer de Borges:
"La flor de Coleridge", en Otras inquisiciones
http://barricadaletrahispanic.blogspot.com-2011/10/la-flor-de-coleridge-jorge-luis-borges.html
"Las ruinas circulares", en Ficciones
https://ciudadseva.com/texto/las-ruinas-circulares/
"El aleph", en El aleph
https://ciudadseva.com/texto/el-aleph/
"El libro de arena", en El libro de arena
https://ciudadseva.com/texto/el-libro-de-arena/
"La flor de Coleridge", en Otras inquisiciones
http://barricadaletrahispanic.blogspot.com-2011/10/la-flor-de-coleridge-jorge-luis-borges.html
"Las ruinas circulares", en Ficciones
https://ciudadseva.com/texto/las-ruinas-circulares/
"El aleph", en El aleph
https://ciudadseva.com/texto/el-aleph/
"El libro de arena", en El libro de arena
https://ciudadseva.com/texto/el-libro-de-arena/
miércoles, 26 de junio de 2019
Taller EDI 4º Comunicación Social - Temas para la monografía
Temas para la
monografía con defensa oral
El alumno o la pareja de trabajo deberá elegir uno de los
siguientes, algunos de los cuales fueron pensados a partir de ciertas
sugerencias hechas por el alumnado:
· 1.
Obra literaria narrativa breve (cuento) u obra cinematográfica
(En este caso, se debe indicar/proveer el material online).
(En este caso, se debe indicar/proveer el material online).
2.
Hábitos alimenticios de nuestro país
3.
Supersticiones y creencias
4.
Museos y bibliotecas en el siglo XXI
5.
Maltrato animal
6.
Inflación endémica en Argentina
7.
Amistades y relaciones sexuales 2.0
Tengan en cuenta que deberán usar bibliografía pertinente al
tema elegido, de autores reconocidos en esa área de conocimiento. Es decir,
podrán usar artículos, ponencias, etc., que estén online, pero no Wikipedia.
Otra opción es buscar bibliografía en papel en la biblioteca escolar o en las bibliotecas públicas de nuestra ciudad.
martes, 25 de junio de 2019
Cuentos de Silvina Ocampo (5º año Cangallo)
Todos los
cuentos pertenecen al libro La furia y
otros cuentos
“La casa
de azúcar”:
“Los
objetos”
“El
vestido de terciopelo”
“Informe
del Cielo y del infierno”, La furia
y otros cuentos
“Los
sueños de Leopoldina”
jueves, 20 de junio de 2019
Medianoche en París, de Woody Allen (Para 5º Cangallo)
https://cuebana.tv/pelicula/midnight-in-paris
lunes, 10 de junio de 2019
Entrevistas a Michael Morpurgo (1º año Cangallo)
https://www.theguardian.com/childrens-books-site/2014/jul/01/michael-morpurgo-interview-first-world-war
https://www.youtube.com/watch?v=-MV9WqzT3TM
https://www.youtube.com/watch?v=-MV9WqzT3TM
domingo, 9 de junio de 2019
TP para los que NO leyeron LA AMANTE DEL RESTAURADOR (5º AÑO CANGALLO)
Trabajo práctico – 5º año Comunicación y Ciencias Sociales y Humanísticas - Lengua y literatura – 2019
Profesora: Marcela Testadiferro
Tema: Narrativa histórica
Normas a cumplir:
- El trabajo deberá ser entregado en una carpeta o folio.
- El trabajo deberá estar impreso usando Times New Roman, tamaño 12, con interlineado sencillo.
- El trabajo práctico será individual.
- El trabajo podrá entregarse hasta el 24 de junio.
- Fecha de devolución: hasta el 12 de julio.
LOS ALUMNOS QUE NO LEYERON ESTA NOVELA TENDRÁN UN TRABAJO ALTERNATIVO.
Se advierte a los estudiantes que la honestidad en la realización del trabajo es fundamental. De existir dudas sobre la misma, la profesora podrá evaluar a los mismos para verificar su compromiso con el material analizado y producido.
Consignas a realizar:
Los estudiantes deberán leer el texto "El barón y la princesa", de María Rosa Lojo (dejado en la fotocopiadora) para escribir un ensayo sobre el texto, de al menos 25 líneas. Se trata de un análisis personal a partir de la lectura del relato , que deberán fundamentar con ejemplos del mismo.
jueves, 6 de junio de 2019
Cuentos de Julio Cortázar para 5º CSH y 5º COM, Escuela Cangallo
Los cuentos son:
"Lejana", de Bestiario
"Axolotl", de Final del juego
"La isla a mediodía" y "El otro cielo", de Todos los fuegos el fuego
Links
http://www.ingenieria.unam.mx/dcsyhfi/material_didactico/Literatura_Hispanoamericana_Contemporanea/Autores_C/CORTAZAR/Lejana.pdf
http://planlectura.educ.ar/wp-content/uploads/2016/01/Axolotl-en-Final-de-juego-Julio-Cort%C3%A1zar1.pdf
https://ciudadseva.com/texto/la-isla-a-mediodia/
https://www.literatura.us/cortazar/cielo.html
"Lejana", de Bestiario
"Axolotl", de Final del juego
"La isla a mediodía" y "El otro cielo", de Todos los fuegos el fuego
Links
http://www.ingenieria.unam.mx/dcsyhfi/material_didactico/Literatura_Hispanoamericana_Contemporanea/Autores_C/CORTAZAR/Lejana.pdf
http://planlectura.educ.ar/wp-content/uploads/2016/01/Axolotl-en-Final-de-juego-Julio-Cort%C3%A1zar1.pdf
https://ciudadseva.com/texto/la-isla-a-mediodia/
https://www.literatura.us/cortazar/cielo.html
domingo, 2 de junio de 2019
Trabajo práctico sobre La amante del Restaurador, 5º COM y 5º CSH
Trabajo práctico – 5º año Comunicación y Ciencias Sociales y Humanísticas - Lengua y literatura – 2019
Profesora: Marcela Testadiferro
Tema: Novela histórica
Normas a cumplir:
- El trabajo deberá ser entregado en una carpeta o folio.
- El trabajo deberá estar impreso usando Times New Roman, tamaño 12, con interlineado sencillo.
- El trabajo práctico será individual.
- El trabajo podrá entregarse hasta el 24 de junio.
- Fecha de devolución: hasta el 12 de julio.
LOS ALUMNOS QUE NO LEYERON ESTA NOVELA TENDRÁN UN TRABAJO ALTERNATIVO.
Se advierte a los estudiantes que la honestidad en la realización del trabajo es fundamental. De existir dudas sobre la misma, la profesora podrá evaluar a los mismos para verificar su compromiso con el material analizado y producido.
Consignas a realizar:
Los estudiantes deberán elegir una de las siguientes afirmaciones, como punto de partida, para escribir un ensayo sobre la novela, de al menos 25 líneas. Se trata de un análisis personal a partir de la lectura del libro, que deberán fundamentar con ejemplos del mismo.
*Juanita Sosa, una rebelde contra la falocracia rosista.
*Juan Manuel de Rosas, entre la audacia y la soberbia.
* Manuelita Rosas, ¿víctima o cómplice?
* Las mujeres del Brigadier en la declinación del régimen rosista.
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