Lectura y análisis de un cuento realista (Para Cens 34 y Cens 36)
Fecha de entrega: 2 de septiembre
1) En primer lugar, leerán el siguiente cuento:
Lila y las luces, de Sylvia Iparraguirre
A Ana María Borzone
Falta poco para el
amanecer. En las estribaciones de los Andes patagónicos el viento corre ladera
abajo y estremece los techos de las cinco o seis casitas del valle. Lila se
acerca a la espalda de su hermano Ramón en busca de calor. Se vuelve a dormir
con un sueño liviano, de pájaro. Un rato después, la luz fría de la mañana los
despierta. La madre ya ha salido y el bebé está moviendo los bracitos en
silencio. Somnolienta, lo levanta y lo cambia. En la cocina, el fogón ha
guardado algo de rescoldo. Rápida y eficaz, Lila hace brotar el fuego. Con el
bebé en brazos, se asoma a la puerta. Lejos, en la ladera del cerro, las
manchas blancas le señalan dónde está su mamá con las cabras. Pone los jarros
sobre la mesa y sirve el mate cocido. Sus tres hermanos se sientan y empiezan a
hacer ruido y a reírse. Se pegan en las manos cada vez que uno estira el brazo
para alcanzar el pan. El de tres años, todavía un poco dormido, tiene el pelo
parado y la ropa torcida. ¿Vendrá el maestro hoy?, piensa Lila.
–¿Hoy viene el maestro?
–pregunta al hermano mayor.
–Y claro, por qué no
ha de venir.
Con ocho años, su
hermano Ramón es siempre el que más sabe.
–Digo.
El viento mueve la
puerta, la leche se derrama en el fuego, el bebé llora. Lila le cierra los
dedos sobre un trozo de pan; mientras, ella enfría la leche en el jarro. Sus
hermanos salen al patio.
–Por qué no te
dormís vos, ¿eh? –le habla al bebé con el tono enérgico que usa su madre–. Si
no te dormís viene el enano y te lleva.
Con cuidado lo
vuelve a acostar en la cama grande y sale. En el patio se pelean los más chicos
y Lila los separa. Uno de ellos se ha caído y tiene un moretón en la frente y
la cara llena de lágrimas y mocos.
–Ya van a ver cuando
venga la mamá –los amenaza.
Lila corre junto a
Ramón, que juega a subirse a las piedras a un costado de la casa, donde la
ramada del corral de las cabras se recuesta contra la roca viva. El sol ya está
alto pero el viento es frío. Las manchitas blancas se han desplazado un poco
hacia la parte baja del cerro; Lila igual alcanza a ver la pollera azul y hasta
el pañuelo en la cabeza.
Unas nubes cruzan
veloces el cielo. Oscurecen la montaña y cuando ya pasan todo vuelve a ser
claro y brilla. Esto le gusta a Lila. Baja saltando de las piedras y entra en
la casa para ver que no se apague el fuego. Recién entonces saca el cuaderno y
el libro de la bolsa de nailon y los lleva a la mesa. Toma el lápiz para hacer
la tarea. Lila se pregunta por centésima vez cuántas patitas debe dibujarle a
la E. El maestro dijo que es como un rastrillo, pero el rastrillo tiene muchos
dientes y la E no tiene tantos.
Ha borrado muchas
veces y tiene miedo de que el papel del cuaderno se rompa. El maestro dijo que
había que aprender palabras del libro de lectura y copiarlas en el cuaderno.
Las manos morenas y delgaditas lo abren con cuidado. Lila no se cansa de mirar
los dibujos llenos de detalles y de colores brillantes. Lo mandaron de regalo
para su escuela. Esta semana le tocó a Lila llevarlo a su casa. En ese libro
hay que aprender a leer, dijo el maestro, porque es el único libro que hay.
Lila ya ha mirado muchas veces al chico de la lectura que sale de su casa y va
a la escuela, pero por más que mira no puede acordarse de lo que dicen las
palabras.
–Escuela...
–deletrea en voz baja.
Ahora tiene que
copiarla, pero en la lectura está con la e y Lila debe escribirla con la E. En
ese momento el bebé llora, guarda todo en la bolsa y va a atender a su hermano
más chico.
Al mediodía, su mamá
ha vuelto y las cabras están en el corral. Lila y Ramón caminan entre los
cerros. Desde lejos saben que el maestro vino: la bandera se ve arriba,
ondeando. En el patio, se juntan con sus compañeros hasta que toca la campana,
pero Lila no juega, está inquieta. No pudo hacer la tarea y tiene miedo de que
el maestro se enoje. Es el segundo año que viene a la escuela y su mamá dice que si otra vez repite, la saca. A
muchos chicos no les da la cabeza, y hay que ver si a Lila la escuela no le
hace perder el tiempo. Abre el libro sobre el pupitre pero las palabras siguen
mudas. Por su cabeza cruza el anchimallén. Cuando oscurece, antes de que su
mamá encienda la lámpara, a Lila le da miedo. El enano malo se ríe en el aire y
se aparece como una luz que anda por los techos o entre las patas de los
caballos. Su tío dijo que una mujer se quedó ciega porque lo miró de frente.
Lila piensa en su mamá, que está en los cerros con los más chicos. En el dibujo
del libro, el alumno de guardapolvo blanco va a la escuela en una ciudad muy
grande, llena de casas. “Es la capital de nuestro país”, ha dicho el maestro.
El chico se queda parado y mira unas luces. Ella también las mira. El maestro
ya ha explicado qué es esa cosa con luces, pero Lila ha olvidado para qué
sirven y la palabra escrita no le dice nada.
–¿Para qué era esto?
–pregunta bajito a su compañera. La chica mira un momento, duda, acerca la cara
al libro, y después dice:
–Para que no te pise
el auto. Si te pisa te mata.
Cada cinco días pasa
el colectivo que va hasta Neuquén. Una vez su mamá se fue en ese colectivo,
cuando Ramón estuvo enfermo, y allá había luz eléctrica, dijo. En sus siete
años, Lila nunca fue a una ciudad. Piensa si las luces no servirán para que el
enano no te agarre en el cerro. Se lleva los chicos a una cueva, dijo su tío,
después los saca muertitos. Pero en los cerros no hay luces, salvo el relámpago
y la luz mala del anchimallén cuando alguien se va a morir. Por eso Lila le
dice a su mamá que a la noche tranque bien la puerta. Su papá hace mucho tiempo
que no está; una vez se fue a trabajar y no volvió. Después vino hace como un
año y se volvió a ir. Su papá es más alto que su mamá. Lila se acuerda bien de
su cara y del pelo.
–Lila, ¿copiaste las
palabras de la lectura?
Asustada, Lila mira
su cuaderno y no contesta.
–¿Aprovechaste el
libro? Mañana se lo lleva Mario. ¿Copiaste las palabras que marqué?
Lila siente la cara
ardiendo. Los ojos se le llenan de lágrimas. Sin saber qué hacer, tira de la
blusa para abajo.
–¿Quién copió las
palabras? –pregunta, en general, el maestro.
Lila vuelve a
sentarse. En el libro, el chico ha subido a un colectivo y habla con el
conductor. El colectivo es más nuevo que el que pasa por el valle para Neuquén.
El maestro habla de la ciudad y dice que la lectura se llama “El ritmo de las
ciudades”. Lila mira las letras y
empieza a deletrear: El..., pero el maestro ya está explicando otra
cosa: que en las ciudades se hacen embotellamientos de tránsito de tantos autos
que hay.
A Lila la palabra
embotellamiento no le parece difícil y cree que la puede copiar porque la e
chica no es como la E. El maestro está diciendo que algún día ellos van a ir a
la ciudad, entonces tienen que saber cómo es. A Lila esto le gusta y a la vez
no le gusta. Se siente inquieta. Mira a su compañera y le dice:
–¿Vos vas a ir?
–¿Adónde? –dice
Yarita.
–Ahí, donde dice el
maestro.
La chica hace que no
con la cabeza. A Lila esto la tranquiliza. ¿Su mamá ya habrá vuelto del cerro
con sus hermanos? Había dos cabras por parir y su mamá estaba nerviosa.
–Copien las palabras
–repite el maestro. Lila borra otra vez. La timidez la paraliza.
De golpe, toma
coraje.
–Maestro, maestro,
yo no puedo hacer esta letra... –dice en voz baja.
En el otro extremo
del aula, el maestro está distraído. Rodeado por el grupo de los más grandes,
donde está su hermano Ramón, no presta atención para el lado de los más chicos
y no la escucha. Lila vuelve a mirar el dibujo del libro: muchos coches en una
calle, también hay colectivos y un camión. Parecen los chivos queriendo salir
del corral. Arriba, las letras dicen ¡tuu!, ¡tuuu! Eso Lila lo lee
perfectamente. El maestro ahora está a su lado y Lila se sobresalta.
–Lila, copiá las
palabras... que Yarita te ayude.
Pero Yarita dice:
–No quiero... yo
estoy escribiendo, maestro.
–Bueno, Lila, copiá
esta palabra –dice el maestro.
Con alivio Lila
empieza a dibujar la e, la m, la b... Yarita mira por encima de su hombro.
–Ahora poné el cero
–dice Yarita; Lila la interrumpe.
–No es el cero, es
la o.
–Es el cero –porfía
Yarita.
–Ya está –dice Lila
satisfecha–: embote... –deja de escribir porque suena la campana.
En el patio, el
maestro recomienda a Ramón que ayude a su hermana. Es el único que lo puede
hacer. Dice que con ayuda Lila va a salir adelante. Ramón no mira al maestro,
hace un hoyo con el talón en la tierra y dice que a lo mejor su mamá la saca,
que como es mujer va a ayudar en la casa o a lo mejor va de niñera a Neuquén.
El maestro insiste y le recuerda a Lila que mañana le toca a otro compañero
llevarse el libro.
Emprenden la vuelta. En el camino, Ramón junta
piedras y se las tira a los tordos. Lila va pensativa.
–¿Qué son las luces,
Ramón?
–¿Qué luces?
–Ésas, las de
colores, para que no te pisen los autos.
–¿Dónde? –dice su
hermano, probando su puntería en una piedra grande, a unos diez metros. La
piedra rebota y sale disparada para arriba.
–En el libro del
maestro...
–Si te pisa un auto
te destripa –dice su hermano y, sin esperar contestación, sale corriendo.
Su hermano tampoco
sabe lo de las luces, si no, le hubiera dicho. Las montañas se han puesto
violetas y el viento es cada vez más frío. En las cimas todavía hay sol, pero
en las laderas, el atardecer ha hecho un hueco negro. Desde una loma
oscurecida, un guanaco muy erguido la mira. Lila empieza a correr.
–¡Ramón, Ramón...!
Su hermano sale de
atrás de una piedra y la asusta. Se ríe a carcajadas. Se para en el medio del
camino:
–Te agarra el
anchimallén y te lleva a la cueva... –otra vez sale corriendo y gana distancia.
A todo lo que dan
las piernas, Lila sigue a su hermano sin mirar atrás. A la vuelta del camino,
bajando la cuesta, aparece su casa. Un humo delgado se levanta del techo. El
perro viene a su encuentro y Lila lo abraza con fuerza. Entre ladridos, corre y
cruza la puerta. La felicidad de Lila es que su mamá está adentro, de espaldas,
frente al fogón.
–Mamá, el Ramón me
dejó sola y me asusta –dice sin aliento.
Su hermano ni la
mira porque está luchando con el perro en un rincón. Lila se da cuenta de que
su mamá no está nerviosa, está contenta porque han nacido cuatro chivitos
nuevos, más de lo que esperaban. Pero la leche de las cabras no alcanza, dice.
Hay que preparar las botellas para darles; si no, se les mueren. Eso es lo
único en el mundo que Lila sabe que no puede pasar. La madre dice que cambie al
bebé que está mojado y lo ponga a dormir. Ramón ya está echando la leche en las
botellas y tapándolas con la tetina de cuero. Lila tiene ganas de ver los
cabritos, pero primero debe hacer lo que su mamá le ha dicho.
–¡Duérmase de una
vez! –ordena impaciente–. Viene el enano y lo lleva –el bebé sonríe y la mira
con los ojos redondos, sin asomo de sueño–. ¡Le pongo las luces! –amenaza
Lila–. ¡Le pongo las luces y lo pisa el auto!
Al fin, el bebé se
duerme y Lila corre excitada afuera. Ramón acarrea el balde con las cuatro
botellas. En el corral de palo ya oscurecido, su madre da órdenes cortas y
precisas que Lila y Ramón obedecen al instante. De un lado al otro, el perro
vigila que ningún chivo se escape. Lila es todo ojos. En las sombras, su madre
sujeta con brazos y piernas una cabra; cuando la tiene segura, con una mano
toma el chivito y lo pone a mamar. Lila entiende. Tienen que aprender a mamar
los chivitos para que después tomen de la mamadera y no se mueran. Ramón ya
sostiene la otra cabra. Lila se agacha y levanta uno de los recién nacidos. Los
balidos son débiles y lastimeros.
–Tiene hambre –dice
Lila.
Rápida, busca la
ubre de la cabra y mete el dedo en la boca del cabrito. Escucha el ruido de
succión.
–Éste ya toma –dice
a su hermano.
El corral se llena
de balidos, de viento y de noche. Una racha fría alborota la pollera de la
madre y el pelo de Lila que, en cuclillas, deja a un recién nacido y levanta a
otro. En su palma late desenfrenado el corazón del chivito que toma con avidez.
Se van a salvar, piensa Lila. No se van a morir. Se deja caer, jugando, sobre
el costado de una cabra que se mueve y la empuja. Son calentitas, piensa
contenta.
–Éste se tomó todo,
ya.
Recortados contra la
luz débil de la cocina, los más chicos miran desde la puerta. La madre le dice
a Ramón que vaya a la pieza, saque el colchón y traiga el elástico de la cama.
Le ordena a Lila que le ayude. El corral tiene la puerta rota y los animales
pueden salirse durante la noche. Obedecen, su hermano pone el colchón en el
piso y apoya el elástico de canto. Lila toma el otro extremo y, entre los dos,
lo llevan afuera. Van tropezando en la oscuridad. Su madre acomoda el elástico
a la entrada del corral y lo sujeta con unas sogas. Le está diciendo a Ramón
que mañana debe buscar unos palos buenos y arreglar la puerta.
Todo terminó. Su
mamá y Ramón entran a la casa, pero Lila se queda. Con la cara entre los palos,
mira la oscuridad estremecida del corral, siente el olor áspero, familiar, y
escucha el roce de los cuerpos. El viento sisea entre las piedras, las cabras
se acomodan y las crías, al abrigo de sus madres, no balan más.
La noche bajó sobre
la Patagonia entera. El perfil de las montañas es apenas el trazo de las
cumbres nevadas. No hay luna. Un arco portentoso de estrellas resplandece en el
frío nocturno y cubre el cielo de un extremo al otro del valle con sereno
esplendor.
–¡Lila!
Lila corre a la casa
y su madre tranca la puerta.
Sentados a la mesa,
los cuatro miran silenciosos la espalda de la madre frente al fogón. El olor de
la tortilla llena la cocina. El más chico se ha quedado dormido con la cara
sobre la mesa. A Lila se le cierran los ojos, pero el hambre la mantiene
despierta. Comen en silencio. La madre quiere saber si ha venido el maestro y
qué les ha dicho. El que contesta es Ramón. Lila va a preguntar de las luces,
pero mastica y se le cierran los ojos. La voz de su mamá se va apagando. En el
techo silba el viento y el anchimallén está lejos. Mañana va a aprender lo de
las luces para que el maestro vea que ella sabe. El viento sigue su canto,
monótono. Lila se queda dormida.
2) Luego responderán:
a) ¿Quién es Lila? ¿Dónde y con quiénes vive?
b) ¿Qué hacen sus padres?
c) ¿Qué actividades realiza la niña en un día?
d) ¿Por qué no aprende en la escuela?
e) Justificá las siguientes afirmaciones transcribiendo citas del texto:
* El clima es riguroso.
* La familia vive en la pobreza.
* Primero hay que cumplir con la obligación y luego divertirse o disfrutar.
* Los chicos deben asumir responsabilidades de los adultos.
* Las mujeres del lugar tienen un destino establecido.
f) Buscá en el texto palabras que se vinculen con la palabra "luces" por su significado.
g) ¿A qué objeto hace referencia esa palabra? ¿Por qué creés que se lo nombra así en el cuento?
h) Imaginá que Lila puede viajar a la ciudad y escribí un texto de al menos 200 palabras donde ella cuente en primera persona esa experiencia. Tené en cuenta que gran parte de lo que vea le será desconocido, y que por lo tanto, no puede conocer lo que conocemos nosotros como habitantes de la ciudad.
g) Teniendo en cuenta las características del realismo, que están en este blog, justificá por qué éste sería un cuento realista, vinculando al menos 3 de las características con los hechos narrados.