Representación
literaria de las ciudades
Además de un soporte físico, la ciudad es una estructura
cultural, donde hay normas, y un sistema de representación que construye
espacios sacralizados, reverenciables, y espacios marginales, a veces temibles.
La ciudad es asimismo una evocación, cualquier rincón se
convierte en referente de situaciones pasadas, cargando el espacio de una
dimensión simbólica. Muchos lugares forman parte de lo que puede denominarse la
fundación del sujeto, sitios que sustentan la identidad de un individuo.
La urbe moderna también es también materialización del nuevo
concepto de nómade: el sujeto urbano transita, se exhibe, es observado y
observa. De esta situación se desprenden dos cuestiones: el anonimato urbano y
la soledad.
También puede ser un objeto del deseo, un espacio de
modernidad y progreso que puede permitir la realización personal, el bienestar
económico, el confort.
Las metrópolis posmodernas, en contraposición a las que se
proyectaron en el siglo XIX, han perdido la racionalidad, ya no parecen un todo
coherente, se someten a una resignificación continua: las ciudades cambian
permanentemente, ignorando que forma parte de un todo. Las jerarquías se han
difuminado y el sujeto debe coexistir con múltiples centros. Ya no hay un punto
único (aunque persisten los cascos históricos en la vieja Europa, y en otras
latitudes) que represente a la ciudad. La descentralización pone al sujeto en
un estado de zozobra, de indecisión, de placer ubicuo, que tal vez solamente
los millennials, o la generación Z, sepan disfrutar.
Las ciudades que se construyen en la literatura poco tienen
que ver con la representación de los agentes turísticos: lejos del paraíso ofrecido
por el marketing, materializado en buses que recorren a vuelo de pájaro ciertos
lugares insignes, hay una ciudad insospechada, desigual, entrañable, que
solamente parece emerger en los libros.
De los textos literarios surgen diferentes tipos de
ciudades, que podríamos clasificar del siguiente modo:
1) La
ciudad idealizada, aquella que se anhela y se mira con ojos de enamorado. Una
ciudad que nunca es la ciudad natal. Visitarla, o soñar con emigrar a ella, es
una promesa de felicidad. De hecho, es una ensoñación. Aunque se la haya transitado
muchas veces, más que “conocida” es una ciudad imaginada.
2) La
ciudad cárcel o laberinto, una ciudad donde el sujeto está perdido, donde a
pesar de estar rodeado de todos los bienes de consumo y de innumerables
personas, se siente solo, no encuentra lo que busca, es uno más en la multitud,
y por lo tanto padece los males citadinos.
En ella desarrolla las patologías típicas de la clase media, de la cual
el estrés es la más frecuente. Es en esta ciudad donde el imperativo de la
distracción es el más importante, más allá de toda norma urbana: todos buscan
formas de distracción, cada vez más solitarias, como los videojuegos o el streaming
(la distribución digital del contenido multimedia).
3) La
ciudad como identidad, como parte constitutiva de los rasgos del sujeto. Un
espacio en el que se ha crecido, que alberga las memorias del pasado: las
dichas y las desdichas. Un espacio al que uno se encuentra irremediablemente
ligado. Y por eso, duele. Y por eso es, como la ciudad idealizada, difícil de
juzgar en su sentido pleno.
4) La
ciudad oculta, subterránea, una ciudad secreta que escapa a la percepción de la
mayoría de sus habitantes o visitantes. Esta ciudad que se compone de rincones
selectos, y donde parece vibrar la verdadera esencia del conglomerado social,
se aleja del cliché turístico. Quienes acceden a ella tienen el status de los
miembros de una logia, ya que comparten una epifanía y se la transmiten a
través de ritos, de palabras. Como una cofradía de lectores.
5) También
está la ciudad del futuro, una ciudad distópica, donde los controles sobre sus
habitantes se han multiplicado al punto de no existir secretos. Se trata de una
variante de la ciudad cárcel, donde la humanidad está presa del confort y de
las reglas.
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