Discurso
de Domingo Faustino Sarmiento en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, al ser
elegido presidente de la República en 1868
3
de octubre de 1868 (Selección)
Fuente:
Tulio Halperín Donghi, (2007), Proyecto y
construcción de una nación (1846-1880), en Biblioteca del Pensamiento
Argentina, tomo II. Buenos Aires, Emecé.
Debo a la solicitud de la municipalidad de
Chivilcoy, que deseó tenerme en su seno como simple ciudadano, el placer de
visitar estos lugares de tan grato recuerdo para mí. Chivilcoy fue una utopía
que seguí por largos años, y la veo ahora realidad práctica. (…) Véolo ahora de
cerca y puedo contar uno a uno sus agigantados pasos, y contemplar lo que han
crecido los árboles, admirar lo que la industria ha aumentado, discernir las
fisonomías nuevas de millares de sus nuevos habitantes; y aprovechar los medios
de comunicación rápida que lo ligan a la capital y centenares de vehículos que
discurren por sus anchurosas calles.
(…) Chivilcoy es, a mi
entender, la Pampa, habitada y cultivada, como lo será así que el pueblo
descubra que este plantel norteamericano fue hecho anticipado para resolver
graves cuestiones de inmigración, de cultura, de pastoreo y de civilización. A
los alrededores de Buenos Aires se extiende una esfera agrícola, que hace
recordar los alrededores de París o Nueva York. Llegando el tren a Mercedes, la
Pampa desnuda reaparece en seguida, vuelve a animarse la naturaleza y en
Chivilcoy parece que principian ya los bosques de Tucumán. ¿Por qué no sucede
lo mismo en toda dirección y al menos en todos los espacios intermediarios
entre las líneas de ferrocarriles? Era antes objeción muy fundada la falta de
caminos o el excesivo valor de los fletes, para hacer productiva la agricultura
lejos de la costa. El ganado es simplemente una fruta que tiene patas para
transportarse. El ferrocarril hace hoy superfluas las patas. Chivilcoy ha
probado que se cría más ganado dada una igual extensión de tierra, donde mayor
agricultura y mayor número de habitantes hay reunidos. ¿Por qué no es Chivilcoy
toda la Pampa ya? Nos consolamos con decir que todos los pueblos han
principiado por ser pastores. Esto era cierto cuando las tribus humanas
principiaron a salir de los bosques y dejaron de dormir sobre los árboles
poniendo una tienda de cueros en el lugar donde pastaban los animales que
habían domesticado. Pero este período de la existencia de los pueblos acabó
ahora cuatro mil años (…). Faltan brazos, se dice. Pero la montonera que ha
tenido conmovido el país por cincuenta años prueba que sobran brazos que no
tienen empleo. Yo creo que lo que sobra es la tierra, no para la montonera,
sino para las vacas, que con menos espacio y mayor industria, darían más
productos y más constantes riquezas. (…) En Chivilcoy al menos, hemos acomodado
unos veinte mil inmigrantes y gauchos vagos antes, sin perjuicio de las vacas y
ovejas, para quienes parece que se han dictado nuestras leyes y constituciones.
Pero contra los siete vicios, hay siete virtudes capitales. Artigas el asolador
de la campaña, era fruto de la cría del ganado sin agricultura. Rosas fue el
gobernador del ganado. Los Llanos de la Rioja les han estado treinta años y
están aún dando a los vecinos pueblos los resultados de la vida y costumbres que
la dispersión del pueblo engendra. No haya miedo de que de Chivilcoy salga
ningún caudillo, y si la montonera queda ya borrada de entre las instituciones
de Buenos Aires; si la ciudad no es de nuevo sitiada, como Bagdad, Alepo,
Esmirna por los beduinos, tendrán que agradecerle a Chivilcoy, a Mercedes,
Chascomús, Dolores, Luján y otros centros de población rural, que le sirven de
vanguardia, y ponen con sus villas y sus cultivos, coto al libre vagar de los
jinetes.
(…) En toda la América
del Sur las calles tienen doce varas, porque así lo ordenó ahora dos siglos una
ley de Indias: Chivilcoy las trazó de treinta, porque así las reclaman las
necesidades de la vida moderna. En toda la América del Sur la tierra ha sido
librada al favor, sin mensura, sin linderos, sin cercos, único símbolo y sello
de la propiedad. Chivilcoy tuvo una ley especial que la distribuyó en
proporciones y formas regulares. De manera que en el mapa topográfico, un
norteamericano reconocería en él su patria, y si los resultados benéficos de
tal ley han asegurado la felicidad de veinte mil seres humanos en sólo diez
años, puede sacarse la cuenta de los millones de hombres que en igual tiempo,
serían propietarios, de vagos proletarios que son hoy, con sólo extender sus
beneficios a todas las tierras públicas de que la nación puede disponer,
legislando con previsión. La República Argentina tiene novecientas mil millas
cuadradas y un millón y medio de habitantes. ¡Tiene media milla de tierra para
cada habitante! En Chivilcoy sólo están en relación los habitantes con el suelo
que ocupan. ¿Por qué no es Chivilcoy toda la República? (…) Digo, pues, a los
pueblos todos de la República, que Chivilcoy es el programa del presidente don
Domingo Faustino Sarmiento, doctor en leyes de la Universidad de Michigan, como
se me ha llamado, por burla. A los gauchos, a los montoneros, (…) y a todos los
que hacen el triste papel de bandidos, porque confunden la violencia con el
patriotismo, decidles que me den el tiempo necesario para persuadir a mis
amigos, que no se han engañado al elegirme presidente y les prometo hacer cien
Chivilcoy en los seis años de mi gobierno y con tierra para cada padre de
familia, con escuelas para sus hijos. El pueblo extraviado, engañado, seducido,
busca remedio a sus males, siguiendo la inspiración de ignorantes y
sanguinarios caudillos. El hombre de bien, el ciudadano de un país libre tiene
en las leyes remedio seguro para sus dolencias, en el jefe del Estado su
protector y amigo. De hoy más, el Congreso será el curador de los intereses del
pueblo: el Presidente, el caudillo de los gauchos transformados en pacíficos
vecinos. Chivilcoy es ya una muestra del futuro gaucho argentino. Estos niños
que me habéis mostrado al pie del grupo sublime del sinite parvulos venire ad me, es la montonera de ayer, la patria de
mañana, la República toda como Chivilcoy. He aquí mi programa. Todo esto lo
haré en los límites y en la esfera del poder nacional con el concurso del
Congreso, guiado por jurisconsultos y economistas, que por fortuna el país
posee revestidos de autoridad. Pero si el éxito corona mis esfuerzos, Chivilcoy
tendrá una inmensa parte en ello, por haber sido el pioneer que ensayó con el mejor espíritu la nueva ley de tierras y
ha estado demostrando por diez años que la Pampa no está, como se pretende,
condenada a dar exclusivamente pasto a los animales, sino que en pocos años,
aquí como en todo territorio argentino, ha de ser luego asiento de pueblos
libres, trabajadores y felices. Doy, pues, gracias, a los vecinos de Chivilcoy
por haber escuchado mi voz; y porque no han tenido a menos, ni han creído
superfluo darme este público testimonio de su aprecio, invitándome a
visitarlos. Por la carta que me dirigió la municipalidad a los Estados Unidos,
tengo la certeza de que esta fiesta habría sido más cordial, más al gusto de
todos, si sólo el amigo de Chivilcoy y no el Presidente fuera de ella objeto.
Discurso de Churchill a la Cámara de
los Comunes
13 de mayo de 1940
Fuente del texto original
Debemos recordar que estamos en las fases
preliminares de una de las grandes batallas de la historia, que nosotros
estamos actuando en muchos puntos de Noruega y Holanda, que estamos preparados
en el Mediterráneo, que la batalla aérea es continua y que muchos preparativos
tienen que hacerse aquí y en el exterior. En esta crisis, espero que pueda
perdonárseme si no me extiendo mucho al dirigirme a la Cámara hoy. Espero que
cualquiera de mis amigos y colegas, o antiguos colegas, que están preocupados
por la reconstrucción política, se harán cargo, y plenamente, de la falta total
de ceremonial con la que ha sido necesario actuar. Yo diría a la Cámara, como
dije a todos los que se han incorporado a este Gobierno: «No tengo nada más que
ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor».
Tenemos ante nosotros una prueba de la
más penosa naturaleza. Tenemos ante nosotros muchos, muchos, largos meses de
combate y sufrimiento. Me preguntan:
¿Cuál es nuestra política? Se lo diré: Hacer la guerra por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra potencia y con toda la fuerza que Dios nos pueda dar; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos. Esta es nuestra política.
¿Cuál es nuestra política? Se lo diré: Hacer la guerra por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra potencia y con toda la fuerza que Dios nos pueda dar; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos. Esta es nuestra política.
Me preguntan: ¿Cuál es nuestra
aspiración? Puedo responder con una palabra:
Victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar de todo el terror; victoria por largo y duro que pueda ser su camino; porque, sin victoria, no hay supervivencia. Tengan esto por cierto; no habrá supervivencia para todo aquello que el Imperio Británico ha defendido, no habrá supervivencia para el estímulo y el impulso de todas las generaciones, para que la humanidad avance hacia su objetivo. Pero yo asumo mi tarea con ánimo y esperanza.
Victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar de todo el terror; victoria por largo y duro que pueda ser su camino; porque, sin victoria, no hay supervivencia. Tengan esto por cierto; no habrá supervivencia para todo aquello que el Imperio Británico ha defendido, no habrá supervivencia para el estímulo y el impulso de todas las generaciones, para que la humanidad avance hacia su objetivo. Pero yo asumo mi tarea con ánimo y esperanza.
Estoy seguro de que no se
tolerará que nuestra causa se malogre en medio de los hombres. En este tiempo
me siento autorizado para reclamar la ayuda de todas las personas y decir:
«Vengan, entonces, y vayamos juntos adelante con nuestras fuerzas unidas».
DISCURSO DE RAÚL ALFONSÍN EN EL OBELISCO O PLAZA DE LA
REPUBLICA DE LA UCR CERRANDO LA CAMPAÑA ELECTORAL DE 1983 (Selección)
27 de octubre de 1983
Fuente de la transcripción: constitucion.blogspot.com
Se acaba... se acaba la dictadura militar. Se acaban la
inmoralidad y la prepotencia. Se acaban el miedo y la represión. Se acaba el
hambre obrera. Se acaban las fábricas muertas. Se acaba el imperio del dinero
sobre el esfuerzo de la producción. Se terminó, basta de ser extranjeros en
nuestra tierra. Argentinos, vamos todos a volver a ser los dueños del país. La
Argentina será de su pueblo. Nace la democracia y renacen los argentinos.
Decidimos el país que queremos; estamos enfrentando el momento más decisivo del
último siglo. Y ya no va a haber ningún iluminado que venga a explicarnos cómo
se construye la república. Ya no habrá más sectas de “nenes de papá”, ni de
adivinos, ni de uniformados, ni de matones para decirnos lo que tenemos que
hacer con la patria. Ahora somos nosotros, el conjunto del pueblo, quienes
vamos a decir cómo se construye el país. Y que nadie se equivoque, que la lucha
electoral no confunda a nadie; no hay dos pueblos. Hay dos dirigencias, dos
posibilidades. Pero hay un solo pueblo. Así, lo que vamos a decidir dentro de
cuatro días es cuál de los dos proyectos populares de la Argentina va a tener
la responsabilidad de conducir al país. Y aquí tampoco nadie debe confundirse.
No son los objetivos nacionales los que nos diferencian sino los métodos y los
hombres, para alcanzarlos. No es suficiente levantar la bandera de justicia
social, hay que construirla y hacer que permanezca. Las conquistas pasajeras,
frágiles, las borran de un plumazo las dictaduras. Y entonces, es el pueblo el
que paga los errores de los gobiernos populares. No puede haber más
equivocaciones. Hay que saber gobernar a la Argentina. Éste no es un tiempo
para improvisar, para debilitarse en luchas internas. Hay demasiado trabajo que
hacer para que se carezca de la unidad de mano necesaria para enfrentar todos
los problemas que nos deja la dictadura. No alcanza declamar la libertad. Hay
que tener historia de libertad para poder asegurarla. Si no, vuelve el
silencio, la represión y el miedo. Lo que vamos a decidir es cuál de los dos
proyectos populares está en mejores condiciones de lograr la libertad y la
justicia social sin retrocesos, para éstas y las próximas generaciones de
argentinos. Los más altos dirigentes justicialistas han dicho que las
elecciones no las ganará ningún candidato sino que las va a ganar Perón, así
como el Cid Campeador venció muerto una batalla. Me pregunto, como se preguntan
millones de argentinos, entonces, ¿quién va a gobernar en la Argentina? Y me lo
pregunto al igual que millones de argentinos, porque todos recordamos muy bien
lo que ocurrió cuando murió Perón. En ese momento, se produjo una crisis de
autoridad que ocasionó grandes daños al país. En esos años, hubo quienes
tomaron decisiones desacertadas, hubo quienes actuaron irresponsablemente, hubo
quienes precedieron con buena voluntad y hubo quienes lo hicieron de manera
criminal. Pero lo cierto es que sucedía algo más importante: nadie sabía
realmente quién gobernaba en verdad a la Argentina. La crisis de autoridad
creada por la muerte de Perón, al no poder ser resuelta por el partido
gobernante, colocó a la Nación más allá de la voluntad, e incluso de la buena
voluntad, de los que deseaban fervientemente consolidar un gobierno popular al
servicio del pueblo. Asistimos entonces a un caos económico, al desorden social
y a la escalada de la violencia. El llamado Rodrigazo inauguró hiperinflación y
la especulación más desenfrenada. Esta inflación galopante, desatada en junio
de 1975, implicó un despojo cotidiano sobre todos los salarios. La reacción
justa e inevitable de los trabajadores ahondó un creciente desorden social.
Entretanto, la acción de las Tres A, desplegada con toda intensidad e
impunidad, había suscitado un clima de violencia generalizada. Sobre este telón
de fondo, en medio del caos económico y el desorden social, nos vimos envueltos
en un juego enloquecido de terrorismo y represión que se fue ampliando de
manera incontenible. Nadie podrá reprochar jamás al radicalismo haber echado
leña al fuego en esos años de desorientación y crisis. El radicalismo no
intentó aprovecharlos en su favor sino que puso todo su esfuerzo para que se
mantuvieran las instituciones de la república. Pero la crisis de autoridad
suscitada por la muerte de Perón resultó inmanejable y tuvo consecuencias
trágicas. La más evidente, que todos sufrimos, fue la de ofrecer el pretexto
esperado por las minorías del privilegio para provocar el golpe de 1976 y sumir
a la Nación argentina en el régimen más oprobioso de toda su historia. Vinieron
con el pretexto de terminar con la especulación y desencadenaron una
especulación gigantesca que desmanteló el aparato productivo del país,
empobreció a la inmensa mayoría de los argentinos y enriqueció desmesuradamente
a un minúsculo grupo de parásitos. Vinieron con el pretexto de evitar la
cesación de pagos ante el extranjero y endeudaron al país en una forma que
nadie hubiera podido imaginar y sin dejar nada a cambio de una deuda inmensa.
Vinieron con el pretexto de eliminar la corrupción y terminaron corrompiendo
todo, hasta las palabras más sagradas y los juramentos más solemnes. Vinieron
con el pretexto de restaurar la tranquilidad y se ocuparon de imponer el temor
a la inmensa mayoría de los argentinos. Vinieron con el pretexto de instaurar
el orden y acabar con la violencia y desataron una represión masiva, atroz e
ilegal, acarreando un drama tremendo para el país, cavando un foso de sangre
deliberadamente, impulsado por algunos grupos privilegiados con el designio de
enfrentar definitivamente a las Fuerzas Armadas con el pueblo argentino a fin
de entorpecer o impedir la vialidad de cualquier futuro gobierno popular.
Vinieron con el pretexto de imponer la paz e incitaron a la guerra, hasta que,
usando las aspiraciones más legítimas y sentidas por todos los argentinos, se
embarcaron irresponsablemente en el conflicto de las Malvinas. Nadie puede
imaginar que sea responsable de estas tragedias la masa de hombres y mujeres
argentinos que creían en Perón. Por el contrario, ellos, como la inmensa
mayoría de los argentinos, han sido las víctimas de tales males. Pero sería
irresponsable no reconocer que la crisis de autoridad que siguió a la muerte de
Perón desembocó en una situación inmanejable para el partido entonces
gobernante. (…)
Una nación es una voluntad viviente y, al igual que los
hombres, se templa con las desgracias. Las desgracias que sufrimos nos han
templado y ese temple es indispensable para sobrellevar las dificultades que
deberemos superar. ¡Y las vamos a superar! Tenemos el inmenso privilegio, entre
los países del mundo, de disponer de un territorio extenso y lleno de
posibilidades que esperan ser explotadas. Frente a un pueblo que despliegue con
vigor su capacidad de trabajo y vaya construyendo piedra sobre piedra su
futuro, impidiendo que nadie, nunca más, venga a destruir lo que vaya haciendo,
no hay dificultad que no pueda superarse. Éste es nuestro propósito, ésa es la
voluntad en que nos empeñaremos todos los argentinos, ése será nuestro
gobierno. Y el símbolo que coronará nuestros esfuerzos, que expresará mejor que
ningún otro la autoridad, la paz, la tolerancia, la continuidad del trabajo
fructífero de la Nación, lo veremos dentro de seis años, cuando entreguemos las
instituciones intactas, la banda y el bastón de Presidente a quien el pueblo
argentino haya elegido libre y voluntariamente.
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